Héctor Herrera, el jugador bipolar que Houston Dynamo necesita en su mejor versión
Héctor Herrera no es un jugador. Es dos jugadores en uno mismo. El sábado dio una cátedra, gol incluido, que se reflejó en el desempeño del Houston Dynamo en su victoria contra LA Galaxy por 3-0 —doblete del fino Amine Bassi . El equipo texano confió en el mejor Herrera: el de los pases mágicos, el que pisa el balón cuando todos corren para darle una pausa al juego; el que anota de tiro libre porque va sobrado de técnica y que, además, hace gala de fuerza para defender y sacrificarse por el equipo.
Pero ese jugador tan completo, que cualquier equipo quisiera tener, también viene acompañado el otro Herrera. El que falla pases de manera incomprensible: a cinco metros de distancia del compañero y el balón no va a su destino; al que peca de indolente y le roban balones cual si fuera un novato; al que intenta meter pases mágicos, nadie lo entiende, y envía trazos a la nada. Desde su llegada, el año pasado, procedente del Atlético de Madrid, Herrera todavía no termina de decidir cuál de sus dos versiones quiere brindar en la MLS.
Cuando decide presumir su versión más luminosa, pasan cosas como la del sábado. Cuando no quiere, también pasan cosas como la del sábado. Anotó un golazo, estuvo muy cerca de marcar otro más, y dirigió con temple y calidad el mediocampo; pero a los 95 minutos le hizo una entrada absurda a Javier Hernández. Lo expulsaron. En su mejor partido de la Temporada 2023 Herrera mostró las dos caras de su repertorio: el jugador brillante y el otro, el que es tan imprudente que resulta difícil creer su infinita experiencia en los mejores escenarios del mundo.
Pero el Dynamo es una calca de Herrera. No podría ser más exacto. De seis partidos han ganado tres y perdido tres. Tienen ocho goles y han recibido siete, y están a la mitad de la clasificación en la Conferencia Oeste, arañando el último puesto de Play-Offs. Pero la lucha por ese privilegio en la MLS es larga. En un huracán competitivo que permite a cualquier vencer a cualquiera, la constancia se vuelve un factor clave para los equipos verdaderamente aspirantes al título.
Y es ahí donde necesitan al mejor Herrera. Al que bailó a Modric en Brasil 2014, al capitán del Porto que supo ser ídolo, el mediocampista pundonoroso que Simeone valoró en el Atlético. No hay que ir tan lejos: al Herrera que jugó el sábado contra Galaxy. No es que una expulsión le quite mérito al partido que hizo, pero es un ejemplo de la ambivalencia que caracteriza la carrera del centrocampista. De lo perfecto a lo bochornoso. De la certeza de que es un crack a la duda incontestable de cómo puede tener gestos técnicos que ni un amateur tendría.
En su carrera se cuentan tres Copas del Mundo, las dos primeras jugadas a un nivel superlativo. Un oro olímpico y un puñado de títulos nacionales con el Porto. El efecto Herrera casi siempre es directo. Si él juega bien, el equipo jugará bien. Si juega mal, el equipo también. No pasa a la inversa: que los demás jueguen bien y él mal; ni que los demás jueguen mal y él bien. Es un jugador con una influencia gigante en su equipo. Ahora y siempre ha sido así. Por sus condiciones de mediocampista completo, se espera que Herrera mantenga un rango de rendimiento coherente para alguien que tiene tantas responsabilidades.
Héctor Herrera no está acabado. Un día jugará mal otra vez y la impresión será que sí lo está. Pero volverá a girar el ciclo sin fin de sus dos roles: entonces aparecerá el Herrera lúcido, el que ha evocado a Iniesta y Riquelme como sus influencias más grandes, y que puede cambiarlo todo en un partido. Esa es la gran disyuntiva en su carrera. No es un jugador que haya tirado su talento, porque construyó mucho y con ladrillos sólidos. Pero hasta el día de hoy no puede quitarse la maldición de ser dos jugadores en uno mismo y de que el Herrera bueno nunca termine de ser más fuerte que el Herrera malo.
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