No, no se le puede ganar a un jugador olímpico de tenis de mesa

Lily Zhang, de Estados Unidos, con su entrenadora después de ganar su partido de la ronda de dieciseisavos de final, durante el torneo femenil de tenis de mesa de los Juegos Olímpicos de 2024 en la sede París Sur Arena en París, el 29 de julio de 2024. (Chang W. Lee/The New York Times)
Lily Zhang, de Estados Unidos, con su entrenadora después de ganar su partido de la ronda de dieciseisavos de final, durante el torneo femenil de tenis de mesa de los Juegos Olímpicos de 2024 en la sede París Sur Arena en París, el 29 de julio de 2024. (Chang W. Lee/The New York Times)

PARÍS — El viernes pasado, Lily Zhang y tres compañeras del equipo de tenis de mesa de Estados Unidos estaban en un barco grande, charlando de cualquier cosa con la estrella de la NBA Stephen Curry —como se hace en una ceremonia de inauguración olímpica—, cuando el jugador les preguntó qué deporte practicaban.

Le respondieron y los ojos de Curry se iluminaron.

“¿Pueden tomarse un segundo?”, preguntó Curry.

Momentos después, las cuatro jugadoras de tenis de mesa se encontraron envueltas en un breve pero animado debate con Curry y su compañero de equipo Anthony Edwards sobre si este último, uno de los jóvenes talentos más brillantes del baloncesto, les podría marcar un punto en la mesa. La conversación provocadora pero amistosa quedó captada en cámara y la vieron más de quince millones de personas en línea.

Por un lado, las jugadoras de tenis de mesa señalaron que fue una de esas interacciones extraordinarias y extraordinariamente divertidas que solo pueden ocurrir en los Juegos Olímpicos. Por otro lado, también dijeron que tienen interacciones como esta todo el tiempo.

Donde sea que vayan, los mejores jugadores de tenis de mesa del mundo se encuentran con desconocidos que creen que les puede ir bien contra ellos. Les dicen que ellos también juegan pimpón. Se preguntan en voz alta cuál sería el marcador o incluso quién ganaría. Les sugieren la posibilidad de jugar alguna vez en su contra.

Asistentes celebran un punto durante el torneo de tenis de mesa de los Juegos Olímpicos de 2024 en la sede París Sur Arena en París, el 29 de julio de 2024. (Chang W. Lee/The New York Times)
Asistentes celebran un punto durante el torneo de tenis de mesa de los Juegos Olímpicos de 2024 en la sede París Sur Arena en París, el 29 de julio de 2024. (Chang W. Lee/The New York Times)

Por desgracia, esta es la cruz que deben cargar los jugadores de tenis de mesa.

“Cuando conoces a alguien, su primera reacción es esta: ‘Apuesto a que puedo ganarte, juguemos’”, comentó Zhang riendo. “No creo que se lo digas a nadie en otro deporte. Si vieras a Michael Phelps, no creo que le dirías: ‘Apuesto a que puedo ganarte en una carrera’”.

Zhang, de 28 años, y sus compañeras se lo toman con humor. Tienen que hacerlo. Saben que su juego no cuenta con muchos seguidores. Saben que mucha gente lo considera tan solo un pasatiempo ocioso, y que los jugadores aficionados suelen sobrestimar su habilidad.

Zhang mencionó que creía que eso era un rasgo de los estadounidenses, una bravuconada arraigada en la prevalencia de las mesas en sótanos suburbanos y salas de juego de centros comunitarios. Sin embargo, los jugadores de otros países insistieron en que ninguno se salvaba.

En las cenas, en el gimnasio, en las Olimpiadas, todo el tiempo quieren medirse con ellos.

“Si conozco a alguien, me dice: ‘Ah, ¿podemos jugar un partido?’. O me pregunta: ‘¿Y cómo ganas dinero?’”, comentó Sofia Polcanova, de 29 años y miembro del equipo austriaco.

“La gente puede ser un poco... demasiado segura de sí misma”, opinó el sueco Kristian Karlsson, de 32 años, eligiendo con cuidado sus palabras.

“Algunas personas que no juegan tenis de mesa creen que tienen posibilidades de ganar al menos un punto”, afirmó el danés Anders Lind, de 25 años y número 62 del mundo. “Da ternura, pero no es verdad”.

Esa es una de las razones por las que los jugadores esperan que su juego pueda crecer. Pocos profanos han sido testigos de un partido profesional. Y, aunque lo hayan hecho, las habilidades que diferencian a los profesionales —la intensidad del efecto, las tácticas de ajedrecista, el intrincado juego de pies— pueden ser difíciles de percibir al principio.

“Simplemente no entienden el deporte”, comentó la estadounidense Rachel Sung, de 20 años, quien compite en la prueba por equipos y estaba encantada de haber conocido a Curry y Edwards en el barco. “Por eso es difícil ver el nivel de dificultad”.

A veces, los jugadores se sienten obligados a dejarlo claro.

Zhang, licenciada en psicología por la Universidad de California, campus Berkeley, señaló que en la escuela a menudo la desafiaban “chicos de fraternidad” que pensaban que podían seguirle el ritmo. De vez en cuando, les daba el gusto en una sala de juegos del campus.

“Los alentaba un poco, los hacía pensar que podían y luego les destrozaba el ego”, admitió.

A Zhang, quien ha participado en cuatro Olimpiadas y es originaria de Redwood City, California, no le gusta presumir. Sin embargo, cuando esta semana le preguntaron si en efecto podría dejar en blanqueada 11-0 a Curry o Edwards, como les dijo en el barco, no pudo mentir.

“Por supuesto”, respondió. “Pero, si querían un reto, siempre estoy abierta a darles una lección de humildad”.

Tal vez no sea necesaria ninguna enseñanza.

El lunes en París, Zhang jugó lo que ella llamó uno de los mejores partidos de su vida para alcanzar los octavos de final en el torneo individual, lo más lejos que ha llegado en unos Juegos Olímpicos. Después de asegurar el último punto, cayó al suelo en lágrimas.

Entre quienes atestiguaron su actuación estuvo Edwards, quien había ido a animar en las gradas. Cuando se enteraron, las jugadoras de tenis de mesa no podían creerlo.

“Dijeron que vendrían”, comentó entre risas Sung en referencia a los jugadores de la NBA. “Pero pensamos que estaban mintiendo”.

c.2024 The New York Times Company