El fútbol femenino en EE. UU. era un 'atajo' para buscar la igualdad y se convirtió en potencia mundial
Brooke Volza y las demás chicas que juegan en el máximo circuito del fútbol de bachilleratos en Albuquerque, Nuevo México, conocen muy bien la “Maldición del Metropolitano”: el equipo que gana el torneo metropolitano de la ciudad al inicio de la temporada está condenado a terminar el año sin un campeonato estatal.
Por eso, el año pasado, cuando el bachillerato Cibola High School desafió esa suerte después de que Volza anotó el único gol en la victoria del equipo 1-0 contra el bachillerato Carlsbad High School frente a un entusiasta público que abarrotó el estadio en la Universidad de Nuevo México, se desató el pandemonio. “Empecé a llorar. Empecé a abrazar a todo el mundo”, comentó Volza, de 17 años, quien describió la experiencia como “increíble multiplicada por diez”.
Ahora, el balón con el que anotó ese gol está en un estante de su habitación, cubierto de los autógrafos y los números de los uniformes de sus compañeras de equipo. En letras mayúsculas, le cruzan las palabras: “CAMPEONAS ESTATALES 2021”.
Hace 50 años, en Estados Unidos, la experiencia que vivió Volza de una competencia de fútbol de bachilleratos extensa y robusta era en esencia inaudita. No obstante, gracias al Título IX, que se volvió ley en 1972 y prohibió la discriminación de género en la educación, generaciones de chicas han tenido la promesa del acceso a los deportes y otros programas educativos.
Y el fútbol femenino, tal vez más que cualquier otro deporte de mujeres, ha crecido una enormidad en los 50 años que han pasado desde entonces. Los administradores de las escuelas se percataron rápidamente de que incorporar al fútbol era un mecanismo rentable para cumplir con la ley y el creciente interés ayudó a engrosar las ligas juveniles. Jugadoras talentosas de todo el mundo llegaron a Estados Unidos. Y mientras millones de mujeres y niñas estadounidenses se beneficiaban, las mejores de ellas dieron lugar al programa nacional femenino de Estados Unidos que ha dominado la escena mundial.
“Una vez que el Título IX derribó esas barreras, al permitir que las mujeres y las niñas practicaran deportes y proclamar que debían tener las mismas oportunidades, las chicas llegaron corriendo”, comentó Neena Chaudhry, directora jurídica y asesora sénior de educación en el Centro Jurídico Nacional de la Mujer. “Llegaron corriendo en manadas”.
Antes de que el Título IX fuera aprobado, un conteo de la NCAA encontró tan solo trece equipos de fútbol femenino universitario en la temporada 1971-1972, con 313 jugadoras.
En 1974, el primer año en el que un sondeo de la Federación Nacional de Asociaciones de Preparatorias Estatales dio seguimiento a la participación de las chicas en todo Estados Unidos, este contabilizó 6446 chicas que jugaron fútbol en 321 escuelas de tan solo siete estados, en su mayoría en Nueva York. Esa cantidad escaló a unas 394.100 chicas que jugaron fútbol en bachilleratos de todo el país durante el año escolar 2018-2019, con escuelas que a menudo tenían varios equipos y patrocinios estatales en hasta cinco divisiones.
En 2018-2019, la temporada más reciente que se haya contado debido a la pandemia de la covid-19, en total hubo 3,4 millones de chicas que participaron en deportes a nivel de bachillerato, en comparación con 4,5 millones de chicos.
El Título IX es una ley de gran envergadura que un principio no se concibió para incluir los deportes. Sus orígenes se encuentran en una lucha contra la discriminación hacia las mujeres y niñas en las instituciones académicas que contaban con financiamiento federal. Sin embargo, a medida que se debatían las regulaciones, con el tiempo se incluyeron los deportes y sirvieron para reducir las desigualdades más allá del salón de clases. En la actualidad, el Título IX tal vez sea mejor conocido por su legado en los deportes femeninos interescolares.
A pesar de una fuerte oposición inicial a la ley, pues se percibía como una amenaza para los programas deportivos de los hombres, a la postre, la NCAA financió los deportes femeninos, entre ellos el fútbol en 1982. Antes de eso, tan solo un puñado de equipos se enfrentaban entre sí en todo el país.
Después de que la NCAA admitió el fútbol femenino, las tasas de participación pasaron de 1855 jugadoras en 80 equipos de las tres divisiones en 1982 a casi 28.000 jugadoras en 1026 equipos en 2020-2021.
Ahora, la NCAA asegura que el fútbol es el programa deportivo de mujeres más expandido entre las universidades en las últimas tres décadas.
Directores atléticos, administradores deportivos y entrenadores en activo y retirados consideran que el ascenso del fútbol responde a varios factores. En un inicio, acatar la ley era un juego de números y dólares: el fútbol es un deporte relativamente grande, en el que el tamaño promedio de las plantillas suele ser de entre 20 y 26 jugadores. Los tamaños generosos de las plantillas ayudaron a que las escuelas cumplieran los requisitos de la ley para ofrecer cantidades similares de oportunidades a estudiantes hombres y mujeres.
Para los administradores, el fútbol también era un factor económico: tan solo se necesitaba un campo, un balón y dos arcos. También era un deporte que se aprendía con relativa facilidad.
“En aquel entonces, a las escuelas les interesaba encontrar la manera de agregar deportes para mujeres que no les costaran mucho dinero”, comentó Donna Lopiano, fundadora y presidenta de Sports Management Resources y exdirectora ejecutiva de la Fundación de Deportes para Mujeres. Lopiano agregó: “Las escuelas buscaban un atajo”.
Los cambios no empezaron sino hasta finales de la década de 1980 e inicios de los años noventa. Los programas universitarios cada vez obtuvieron un mayor estatus en los campus —a menudo por la presión de litigios—, lo cual creó oportunidades de becas e hizo del fútbol una vía para una educación superior. El deporte tuvo un auge a nivel de bachilleratos, donde se volvió uno de los deportes más populares, el cuarto en términos de tasas de participación para niñas en 2018-2019, según la federación de bachilleratos (los tres deportes femeniles con mayor participación fueron pista y campo, vóleibol y baloncesto).
También surgió una industria artesanal de equipos de clubes en todo el país, pues las atletas competían por la atención de los entrenadores universitarios. El deporte juvenil creció y los equipos universitarios se volvieron canteras de la escena mundial de élite, mientras las mujeres luchaban por jugar el deporte en otros países.
La selección nacional femenina de Estados Unidos pasó casi desapercibida cuando jugó su primer partido internacional en 1985. También llamó poco la atención en 1991, cuando ganó la primera Copa Mundial Femenina, celebrada en Cantón, China.
Luego, Estados Unidos comenzó a sentir el poder del Título IX. En 1996, el fútbol femenino debutó en las Olimpiadas de Atlanta y Estados Unidos se llevó el oro. Durante la final de la Copa Mundial Femenina de 1999, contra China, las estadounidenses se adjudicaron una victoria durante una tanda de tiros penales ante una multitud de más de 90.000 personas en el estadio Rose Bowl en Pasadena, California.
El éxito de la selección nacional continuó, con un récord de cuatro títulos obtenidos en la Copa Mundial y cuatro medallas olímpicas de oro. Y este año, después de una batalla legal de seis años, una liquidación multimillonaria y un posterior acuerdo laboral estableció la paridad salarial para los jugadores que representen a las selecciones nacionales varoniles y femeninas de Estados Unidos cuando compitan a nivel internacional.
“Fue un momento histórico, no solo para el fútbol, sino para los deportes”, opinó Cindy Parlow Cone, presidenta de U. S. Soccer.