Fórmula 1 en Las Vegas: un paisaje kitsch, entre hoteles de lujo, casinos, Mad Max y Austin Powers
LAS VEGAS.- Ni Mónaco, ni Monza. Para los estadounidenses y aficionados latinoamericanos, la ciudad del desierto de Mojave es la nueva meca de la Fórmula 1. En los salones de sus hoteles y en el paddock socializan multimillonarios, celebridades estadounidenses y de América Latina, y se entretiene a un público joven adicto al rock, al aroma de la “maría” (marihuana) y las tentaciones carnales.
Es miércoles por la tarde. El sol se sonroja escondiéndose hacia el costado del Pacífico sobre el desierto. Desde la enorme esfera de 112 metros de alto, con millones de pantallas LED, emergen imágenes promocionando el “Las Vegas Grand Prix” 2024. Lo hacen emitiendo el rugido de motores de F1 que alternan con compases de “reggae” de Bob Marley. A unos cientos de metros de la “Sphere”, inaugurada en septiembre de 2023, ese sonido adquiere un especial significado.
Por allí, en la esquina de Flamingo Road y Las Vegas Boulevard (“the Strip”), pasarán en algunas horas, a la metafórica velocidad de una bala, los Fórmula 1 recorriendo la recta principal de 1100 metros. Lo harán durante el crepúsculo y más allá, con reflejos multicolores de los neones que promocionan los hoteles. Un ambiente mezcla de paisaje kitsch, Mad Max y Austin Powers.
Si no hubiera sido por una bala -esta real, no metafórica- disparada para salvar al primer hotel de Las Vegas del pecado, el Flamingo, quizás esta ciudad no sería lo que es y la Fórmula 1 no sería parte de una cita anual que, para amortizar los 500 millones de dólares que costó montar el circuito y el paddock, tiene todavía nueve compromisos que cumplir. Fue una bala que hizo estallar el ventanal de una casa de lujo en Virginia Hill, Los Ángeles, en junio de 1947, y que se aquietó cuando llegó al cerebro del gánster Benjamin “Bugsy” Siegel, lo que todavía se escucha en esa esquina del Strip y Flamingo Road.
“Bugsy” fue asesinado porque sus socios en el recién inaugurado y cerrado Hotel Flamingo creyeron que, al darse la gran vida, les estaba estafando. Bugsy se había excedido mucho en el presupuesto de ese hotel construido en medio del desierto, barrido por un viento constante que solo aportaba polvo y arbustos rodantes, pero no traía clientes. La inauguración fue un desastre, y el Flamingo estuvo cerrado un tiempo, hasta que los financiadores de “Bugsy”, miembros del sindicato David Bearman, Moe Sedway y Gus Greenbaum, ya sin Siegel de intermediario, se hicieron cargo. De gangsters a empresarios. Con ello salvaron al hotel y así comenzó el desarrollo de esta ciudad donde dicen que todo lo que pasa en ella se queda en ella: Las Vegas…
Los empresarios se constituyeron en sociedades a las que el estado de Nevada permite la explotación del juego, los espectáculos de toda naturaleza y los hoteles vacacionales. De esta forma lúdica, hedonista y también cultural actividad (aunque no demasiado), que se desarrolla en torno a 259 casinos viven los 650.000 residentes. Asisten 38 millones de turistas por año, que en 2023 dejaron algo más de 4.000 millones de dólares en ganancias a las empresas locales sobre una facturación de 23.600 millones de dólares.
Cuando la F1 retornó el año pasado a Las Vegas, tras un truncado intento en 1981 y 1982 por parte del Caesars Palace en su enorme parking como circuito, el impacto económico estimado fue de 1.200 millones de dólares en el fin de semana. Se supone que la misión de la máxima categoría es incrementar significativamente esta cifra, porque se deben justificar las molestias que sufren los vecinos, los trabajadores y los turistas que se atreven durante el fin de semana de la F1 y a quienes no les importa ese evento.
El “Strip”, o sea, el Las Vegas Boulevard, se cierra al tránsito a media tarde para aislar el circuito que tiene su primera curva a la izquierda en la esquina donde está el hotel Planet Hollywood. Antes de esa primera frenada, los coches han circulado frente a icónicos resorts como The Mirage, el Caesar’s Palace, el Bellagio y París Las Vegas.
En esa larga recta, como en todo el perímetro, barreras bajas de hormigón y altas cercas de alambre les dan seguridad a los espectadores, calculados en más de 115.000 por día, que se sientan en tribunas temporales. Quienes no se interesan por la Fórmula 1 y eligen este fin de semana para una visita, se pierden de observar en todo su esplendor las verdes praderas y fuentes de los jardines semiocultos por las vallas. También tendrán dificultades para caminar con comodidad, ya que el vallado obliga a estrechar mucho las veredas. Y los que utilizan automóviles deben resignarse a desvíos y atascos.
En realidad, para lo que es la longitud y el diseño elegido, los cortes de avenidas han sido mínimos, y las avenidas transversales al Strip y por la exclusiva zona del paddock se cruza la pista sobre puentes sobre elevados metálicos especialmente erigidos. Más de 80 millones de dólares se han gastado en elementos y mano de obra para asegurar el espectáculo. En 1981, cuando se realizó el primer Gran Premio de Las Vegas, la escena tuvo lugar en el parking del Caesars Palace. Fue entonces cuando Carlos Reutemann perdió el campeonato de Fórmula 1 a manos del brasileño Nelson Piquet. Alfredo Parga, el especialista de LA NACION en ese entonces, fue testigo. Y LA NACION es testigo este año del desempeño del segundo argentino que correrá en Las Vegas: Franco Colapinto. Ironías, guiños o casualidades del destino: en aquel entonces Reutemann conducía un Williams y Colapinto estará al volante de la misma escudería, aunque ya no pertenece a la familia de Frank Williams, sino al grupo inversor Dorilton. Un signo de los tiempos que corren.