El extraño fenómeno de las “chicas en ayunas” del siglo XIX, que “no comían y vivían de la fe”

Siguiendo el ejemplo de los devotos católicos de la época medieval, las muchachas que ayunaban habían estado atrayendo la atención desde al menos el siglo XVI, y su abstinencia les había traído fama y fortuna
Siguiendo el ejemplo de los devotos católicos de la época medieval, las muchachas que ayunaban habían estado atrayendo la atención desde al menos el siglo XVI, y su abstinencia les había traído fama y fortuna

En diciembre de 1869, se llevó a cabo un peligroso experimento en un pequeño pueblo de Gales, en Reino Unido.

Sarah Jacob, según afirmaron sus padres, había sobrevivido sin que un trozo de comida cruzara sus labios durante dos años.

Ahora, ante el desdén de la comunidad científica, intentaban demostrar que su hija realmente era una “ayunadora milagrosa”.

Pero seis días después de que empezara una vigilancia de dos semanas las 24 horas, las cosas no iban bien.

Las enfermeras, con ojos penetrantes preparados para detectar cualquier intento de engaño, estaban cada vez más preocupadas por la niña de 12 años. Cada vez estaba más debilitada y fría. De hecho, parecía que se estaba muriendo de hambre.

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Aunque los periódicos de todo el país seguían con avidez el “caso extraordinario”, Sarah no era la primera llamada “chica en ayunas” que Reino Unido había visto, ni fue la primera en someterse a una prueba tan peligrosa.

Europa tenía una larga tradición de estas doncellas milagrosas: mujeres jóvenes que parecían no comer casi nada, a pesar de gozar de buena salud.

Siguiendo el ejemplo de los devotos católicos de la época medieval, cuya anorexia mirabilis estaba arraigada en su profunda piedad, las muchachas que ayunaban habían estado atrayendo la atención desde al menos el siglo XVI, y su abstinencia les había traído fama y fortuna.

La mística dominicana Caterina Benincasa, quien más tarde fue canonizada como Santa Catalina de Siena, exhibía una forma extrema de anorexia mirabilis
La mística dominicana Caterina Benincasa, quien más tarde fue canonizada como Santa Catalina de Siena, exhibía una forma extrema de anorexia mirabilis

Plumas y uvas pasas

Desde el principio, la opinión era dividida.

Para algunos, eran una “maravilla de Dios”: evidencia de sus poderes milagrosos y dignos de las multitudes que acudían a contemplarlas.

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Otros eran escépticos: aunque que los médicos modernos tempranos no podían precisar con certeza cuánto tiempo podía sobrevivir una persona sin comer, en una época en la que la hambruna era una realidad sombría, se entendía bien la necesidad de alimentarse para preservar la vida.

Fue el creciente escepticismo lo que condujo a las primeras vigilancias.

En 1600, el rey Enrique IV de Francia envió a su “mejor y principal” médico para determinar si era “engaño o no” que Jane Balan había llevado a cabo su ayuno de tres años; y en 1668, el conde de Devonshire hizo arreglos para que los cirujanos observaran a Martha Taylor, “La famosa damisela de Derbyshire”, quien afirmaba haber ayunado durante 12 meses, mojándose los labios solo de vez en cuando con una pluma mojada en agua, o bebiendo el jugo de unas pasas tostadas.

El hecho de que no se detectara duplicidad en ninguno de los casos (ni en muchos otros) significó que, incluso cuando los médicos buscaban explicaciones alternativas, que iban desde la composición corporal hasta las propiedades nutritivas del aire, la idea de la abstinencia milagrosa o sobrenatural se mantuvo viva.

Una imagen de 1887 de la publicación estadounidense The National Police Gazette muestra a una reclusa siendo alimentada a la fuerza, una táctica que también se usaba con algunas chicas en ayunas
Una imagen de 1887 de la publicación estadounidense The National Police Gazette muestra a una reclusa siendo alimentada a la fuerza, una táctica que también se usaba con algunas chicas en ayunas

El conocimiento médico obviamente había avanzado mucho cuando el ayuno de Sarah llamó la atención de la prensa nacional en febrero de 1869.

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La gran mayoría de los médicos estaban inquebrantablemente convencidos de que sobrevivir del aire, o mantenerse con vida por la misericordia de Dios, era absolutamente imposible: “un absurdo palpable, y en contravención de todas las leyes y experiencias conocidas”.

El ayuno prolongado, o la simulación de este, ya se consideraba un comportamiento patológico: “una fase bien conocida de la histeria”.

El tratamiento convencional para el rechazo de alimentos implicaba el ingreso en una sala de hospital, donde “por medios morales” se convencía al paciente para que comiera o, en su defecto, se lo alimentaba a la fuerza a través de un tubo.

Extrañas peregrinaciones

Casos como el de Ann Moore, “la supuesta mujer que ayunaba en Tutbury”, también habían hecho mucho para dañar la credibilidad de los ayunadores aparentemente milagrosos.

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A pesar de confesar “que durante seis años no he tomado nada más que una vez, el interior de unas cuantas grosellas negras; [y] durante los últimos cuatro años y medio nada en absoluto” había sido denunciada como una “vil impostora” después de una guardia en 1813, cancelada cuando se hizo evidente que “estaba sufriendo severamente de necesidad” y había “perdido peso rápidamente”.

Resultó que mientras ganaba la bonita suma de 400 libras exhibiendo su persona a los visitantes, su hija la había estado alimentando todo el tiempo: lavándole la cara con toallas humedecidas con salsa, leche o arrurruz, y pasando comida a la boca de su madre cuando se besaban.

Ann Moore, una mujer que ayuna fraudulentamente, de 58 años
Ann Moore, una mujer que ayuna fraudulentamente, de 58 años

A pesar de todo eso, “la chica en ayunas” se convirtió en un fenómeno victoriano.

En un momento de fricción entre los nuevos hechos científicos y la fe religiosa tradicional, muchas personas permanecieron abiertas a la idea de que podía ocurrir un milagro médico.

La cobertura de la prensa dio lugar a un flujo constante de británicos que peregrinaban al hogar de Carmarthenshire de la “niña galesa que ayuna”, siguiendo a los escolares emprendedores que los esperaban en la estación de tren local.

Al entrar en la habitación en la que Sarah yacía todo el día, todos los días, con la cama cubierta de cintas, flores y libros, se les permitiría tocar sus manos o su rostro y, por supuesto, dejar regalos.

Aunque la comunidad médica se había mostrado renuente a ver una observación anticuada realizada en Sarah, temiendo darle credibilidad a lo que creían que eran afirmaciones ridículas, el experimento para autenticar su ayuno había sido sancionado.

Una vigilancia más rigurosa, pensaron muchos, le demostraría al público que era imposible sobrevivir sin sustento.

Se habían enviado cuatro enfermeras del Guy’s Hospital de Londres con ese propósito, y la casa de los Jacobs fue requisada diligentemente en busca de comida escondida. Los padres de Sarah también acordaron no hacer su cama ni dejar que su hermana durmiera junto a ella.

Desafortunadamente, el experimento le costó la vida a Sarah.

Mientras yacía en la cama, con el pulso acelerado, el cuerpo cada vez más frío e inquieto y la mente delirante, los médicos instaron a sus padres a suspender la vigilancia para que pudiera comenzar a comer furtivamente de nuevo, como era dolorosamente claro que había estado haciendo todo el tiempo.

Pero ya sea por orgullo, por su propio engaño o, como dijeron repetidamente, por una promesa que le habían hecho a Sarah, se negaron; y ella falleció el 17 de diciembre.

La autopsia confirmó categóricamente que sus afirmaciones de que no había comido ni bebido durante 26 meses no eran ciertas.

En medio de la protesta pública, los padres fueron declarados culpables de homicidio involuntario.

Endosos lucrativos

“Sería perfectamente posible”, pensó un neurólogo estadounidense, “repetir toda la tragedia en la ciudad de Nueva York”, ya que los estadounidenses estaban demostrando ser igualmente receptivos a las afirmaciones de sus propias chicas en ayunas.

La más famosa fue Mollie Fancher, que inicialmente llamó la atención del público en 1866 después de pasar “7 semanas sin comer”.

Un año antes, Mollie había resultado gravemente herida cuando su falda quedó atrapada en un tranvía que la arrastró casi una cuadra. Parcialmente paralizada y ciega, decía que era clarividente.

En la década de 1870, el “enigma de Brooklyn” aparentemente comía y bebía poco más que un plátano pequeño y unas cuantas cucharaditas de ponche de leche en un período de seis meses y, como Sarah, recibía atención en todo el país.

Naturalmente, algunos fueron muy escépticos -al menos un neurólogo intentó (sin éxito) que Mollie aceptara una observación de 30 días-, pero no todos.

A Mollie le ofrecieron (y aceptó) un lucrativo acuerdo de patrocinio de una empresa especializada en prótesis para inválidos; y el empresario, político y artista circense estadounidense Phineas Taylor Barnum intentó reclutarla para su espectáculo.

Hasta el presidente Woodrow Wilson le envió una carta para marcar su “Jubileo de oro en la cama” en 1916.

Así como hubo reportes de otras chicas en ayunas en Reino Unido -como la “chica en ayunas de Strathaven” Christina Marshall, que “completó su decimoctava semana sin comer” en 1881- también se encontraron en EE.UU., especialmente en lugares donde todavía se le daba crédito a las causas sobrenaturales.

A mediados de la década de 1880, más de 1.000 personas fueron a visitar a Kate Smulsey, la “chica en ayunas de Fort Plain” que aparentemente no había comido durante más de un año.

Mientras tanto, Josephine Marie Bedard de Maine, que se dice que “no tiene más ganas de comer que las que otras personas tendrían para masticar hierro”, fue disputada por dos promotores rivales deseosos de exhibirla como una curiosidad.

Nuevas interpretaciones

Nunca ha quedado claro por qué exactamente Mollie Fancher, Sarah Jacob y otras como ellas comenzaron a rechazar la comida (o a comer en secreto).

Sarah lo hizo después de una misteriosa enfermedad que implicaba ataques convulsivos; Mollie mientras se recuperaba de su accidente.

Un doctor Fowler, firmemente convencido de que la histeria era la causa del comportamiento de Sarah, pensó que “el asombro y la sorpresa a menudo expresados” por sus padres por la poca comida con la que vivía a raíz de su enfermedad la habían animado a ayunar.

El “cultivo de este hábito” a su vez había traído recompensas, llevándola a la “simulación y el engaño”.

Muy rara vez alguna de esas chicas fue relacionada con la anorexia nerviosa, definida por primera vez a principios de la década de 1870 y vinculada entonces a la dinámica psicológica de la vida familiar de clase media -en la que los padres estaban cada vez más atentos a los niños- y a las actitudes victorianas sobre el autocontrol de las mujeres a la hora de comer.

En cambio, las discusiones sobre las chicas en ayunas en los titulares generalmente se limitaban a exponer el fraude detrás de sus afirmaciones de abstinencia casi total, o a un diagnóstico de histeria, siendo el comportamiento engañoso uno de sus síntomas principales.

Incluso más recientemente, los historiadores se han mostrado cautelosos a la hora de etiquetarlas como anoréxicas.

Las continuidades sintomáticas como el ayuno y el comer en secreto pueden ser engañosas, según Joan Jacobs Brumberg, autora del libro “Chicas en ayunas: la historia de la anorexia nerviosa (1989): “el hecho de que un comportamiento ocurra a través de culturas o tiempos no significa necesariamente que tenga el mismo causa o que tiene una base biológica”.

Lo que está claro es que la era victoriana fue un período crucial, que transformó a las chicas que ayunaban de fuentes de fascinación a víctimas; y sus largos periodos de abstinencia, desde posibles milagros hasta síntomas médicos.

Por Felicity Day, una periodista especializada en historia y herencia británica. Su libro, “The Game of Hearts: The Lives and Loves of Regency Women”, fue publicado por Blink Publishing en septiembre de 2022.