“Estados Unidos del Sur”: el disparatado “plan secreto” de los nazis para anexar la Patagonia y la Antártida
Lebensraum es el espacio vital que los alemanes necesitan para desarrollarse mediante una selección natural, noción acuñada por el antropogeógrafo Friedrich Ratzel que los nacionalsocialistas germanos usaron para justificar sus políticas de expansión colonial.
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Dentro de ese Lebensraum figuraban tierras alejadas de Berlín: las minas de carbón de Polonia, los pozos petroleros del Cáucaso y los campos fértiles de Ucrania. Pero cuando los nazis llegaron al poder sumaron dos nuevos territorios a ese necesario espacio vital: la Antártida y la Patagonia. Es, para quien recién se topa con la historia, una especie de locura surrealista; pero en la década del 30, la noticia, que fue comidilla de los diarios que se imprimían de a miles, generó un gran revuelo, aunque todo estaba por leerse.
Según el presunto plan nazi, tanto la Antártida como la Patagonia carecían de población y podían ser fácilmente conquistadas por considerarlas res nullius o “cosa de nadie”. La Patagonia incluso podía ser anexada al Tercer Reich hitlerista e integrar el Lebensraum colonial si se seguía con un minucioso plan para invadir el sur argentino y provocar una revolución separatista.
La secesión provocada por alemanes, con la ayuda de Italia y Japón, contaría además con el apoyo de unos 200.000 germanoparlantes locales, según sostenía el dossier secreto firmado en 1937 en Buenos Aires por Alfred Müller, jefe del partido nazi de la Argentina.
El documento, membretado en la embajada alemana de Buenos Aires, llegó al despacho del presidente argentino Roberto Marcelino Ortiz a finales de enero de 1939. Se lo entregó en mano Heinrich Jürges, un alemán que había sido exfuncionario de bajo rango del ministro de propaganda nazi Paul Joseph Goebbels, y que ahora militaba en las filas de los enemigos internos de los nazis: los alemanes antifascistas sudamericanos reunidos en el Frente Negro.
Jürges le entregó el dossier secreto al presidente argentino para que tomara las medidas necesarias, pero como este no lo hizo público también remitió algunas copias a las embajadas de Estados Unidos e Inglaterra, y las acercó además a las redacciones de los principales diarios. La Alemania nazi de Adolf Hitler planeaba invadir la Patagonia y anexarla al Tercer Reich, titularon todos.
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La noticia provocó un cimbronazo mundial. El nazismo venía de mostrar su verdadero rostro ante el mundo con un salvaje pogromo contra los judíos alemanes durante la noche de los cristales rotos y la región se encontraba particularmente sensible, especialmente desde que el mundo occidental cayó en la cuenta que el nazi fascismo era tan fuerte en la Argentina como en ningún otro país de América.
Y esto fue así después la realización del mayor acto nacionalsocialista de la historia fuera de Alemania, cuando 20.000 nazis cantaron el himno nacional argentino, con el brazo derecho extendido, en el Luna Park, mientras celebraban la anexión de Austria al Tercer Reich (Anschluss), el 10 de abril de 1938.
Hubo además otras señales de alarma. En mayo de ese año, el movimiento Integralista brasileño, apoyado por nazis alemanes, había querido hacer un golpe de Estado en Brasil; y en septiembre, en Chile, el Movimiento Nacional-Socialista, inspirado en el fascismo europeo, intentó lo propio.
Ambas insurrecciones fracasaron, pero ningún nazis local se desanimaba porque, después de todo, el mismo Adolf Hitler había fracasado con su primer intento de tomar el poder en Alemania, cuando fue el golpe de la cervecería, diez años antes de tomar el poder.
El verano austral del ‘39 había sido histórico además, y sobre todo porque, tras una presunta expedición científica que se reveló como una acción conquistadora, el Tercer Reich había plantado la bandera con la cruz gamada en la Antártida, técnicamente otra res nullius. La esvástica flameaba en el sector oriental del continente blanco.
La Segunda Guerra Mundial no había comenzado pero la maquinaria nazi ya mostrada sus verdaderos propósitos.
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Hasta ese momento, las organizaciones hitlerianas operaban en el país con la misma legalidad que en Berlín. Y es que Argentina y el Reich eran buenos amigos. Hitler hablaba maravillas del país frente a la diplomacia mundial y Hermann Göring, el perverso opiómano, también, aunque este último era de la tesis que en la región solo había alemanes e indios mestizos.
Como contó LA NACIÓN, a un año de la llegada de Hitler al poder, se inauguró en Hamburgo el Argentinienbrücke (Puente Argentino) con la presencia de importantes jerarcas de las SS (Schutzstaffel). El Argentinienbrücke fue un homenaje a la hermandad germano argentina y a los 300.000 germanoparlantes, nativos e hijos del Reich, que vivían en el país.
“Los estudios coinciden en que la mayor parte de esa población apoyaba al Tercer Reich, o al menos no se oponía”, cuenta Germán Friedmann en Alemanes antinazis en la Argentina.
El plan de anexión de la Patagonia no sonaba delirante, por el contrario. Para el Führer como para los industriales nucleados en la IG Farbenindustrie AG, ampliar el Lebensraum era vital. En este sentido, Sudamérica, y particularmente la Patagonia, parecía un objetivo sencillo de conquistar para lograr imponer luego a los “Estados Unidos del Sur”.
Como detalló el desaparecido investigador Jorge Camarasa en América nazi, la región “tenía una importancia suprema no sólo por sus riquezas naturales, sino también porque Chile y la Argentina controlaban una de las principales rutas navieras del mundo, el estrecho de Magallanes, la única con que Alemania podía contar dado el dominio norteamericano en el Canal de Panamá”.
Cuando el plan secreto para invadir la Patagonia llegó a The Washington Post, el gobierno de Ortiz detonó una serie de medidas preventivas que alteraron la vida de los inmigrantes alemanes en la Argentina y frustraron los verdaderos planes nazistas.
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“Toda la prensa, y especialmente los periódicos antifascistas, creyó la historia desde el comienzo, y el presidente Ortiz, que en un principio había mantenido en reserva el documento, no tuvo más remedio que dar instrucciones para que se investigara a fondo el asunto”, cuenta, a LA NACIÓN, Julio B. Mutti, experto en nazismo local con varios libros publicados sobre el tema.
Hasta el momento, los delegados de Hitler habían infiltrado el sistema de enseñanza alemán en el país, el que sumaba más de 200 escuelas con cerca de 13.000 estudiantes, el mayor esquema escolar germano del planeta fuera de Europa. Basta un detalle para conocer la dimensión del suceso.
La esvástica flameaba en el ingreso de las escuelas alemanas de toda la Argentina y el retrato del Führer se colocaba junto al de José de San Martín. En los manuales de geografía escritos en alemán, el territorio al sur del Río Negro figuraba como una tierra inhóspita pasible de ser poblada, como denunciaron más tarde los legisladores nucleados en la Comisión investigadora de actividades antiargentinas.
El país debió tomar medidas urgentes. Para el 1° de abril de 1939 el diario Crítica titulaba: “Müller, jefe nazi en Argentina, está detenido”. Esto motivó una enérgica réplica alemana, aprietes y amenazas de posibles intimidaciones a argentinos en Alemania por parte de la Gestapo.
“Müller era un súbdito importante del Reich, el líder local del NSDAP, y la noticia de su detención llegó al Ministerio de Relaciones Exteriores de Joachim von Ribbentrop, o lo que sería peor aún, a las de la AO de Ernst Bohle”, recuerda Mutti.
Para el académico argentino Germán Friedmann, estas denuncias “incrementaron el temor de un posible golpe de estado para derribar a Ortiz y establecer un régimen fascista apoyado desde Europa”.
“Esta posibilidad resultó verosímil para una opinión pública sensibilizada a partir del clima creado por las denuncias de intentos alemanes de invadir el continente sudamericano que aparecieron en los medios norteamericanos, así como por el frustrado intento de golpe integralista en Brasil, supuestamente apoyado por los alemanes allí residentes”, escribe Friedmann.
“La percepción de un peligro latente se vio incrementada por las intentonas desestabilizadoras llevadas a cabo en la segunda mitad del mismo año en Chile, caracterizadas en el diario nacional de mayor circulación como ‘un putsch nazista’ que perseguía el objetivo de apoderarse del gobierno trasandino para operar contra la Argentina”, añadió el especialista.
“El affaire de la Patagonia motivó que el Poder Ejecutivo dictara un decreto que restringía las actividades políticas de los extranjeros y establecía la argentinización de todas sus asociaciones; prohibía además las banderas e himnos que no fueran argentinos; esto motivó detenciones arbitrarias contra supuestos conspiradores “por el sólo hecho de ser alemanes”, detalla Friedmann.
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Un pie en la Antártida y una invasión a la Patagonia... que jamás existió
Mientras la noticia de la invasión nazi a la Patagonia estallaba en todo el mundo, expedicionarios alemanes conducidos por el explorador Alfred Ritscher, capitán de la marina de guerra alemana Kriegsmarine, retornaban al puerto de Hamburgo como héroes.
Habían logrado un hecho histórico, real y concreto. Con el barco Schwabenland, más dos hidroaviones, habían plantado bandera en un pedazo de la Antártida oriental; bautizaron a la nueva anexión como “Nueva Suabia”.
El lugarteniente de Hitler, el inspirador del ocultismo nazi Rudolf Hess, había despedido a los exploradores cuando zarparon, tres meses antes, en ese mismo puerto, en el que ahora retornaban victoriosos.
Cuentan Agustina Larrea y Tomás Balmaceda en Antártida. Historias desconocidas e increíbles del continente blanco que “la expedición del Schwabenland tenía un supuesto objetivo científico (...) Sin embargo, lo que estaban buscando eran tierras para anexar al régimen, un Lebensraum antártico”.
En cuanto al affaire nazi-Patagonia, pronto se descubrió que el “informe de inteligencia” supuestamente firmado por Müller, dirigido a Franz von Epp, director de la Oficina de Colonias del partido, era falso. O al menos así lo creen los historiadores que trabajaron el tema.
“Fue un escándalo diplomático de primer nivel y no hay dudas de que fue una falsa denuncia ―cuenta Mutti―. Las motivaciones fueron dos: primero, por el lado de los alemanes antinazis del Frente Negro, que querían boicotear las relaciones argentinas con lo nazis; y segundo porque Estados Unidos se enteró de que se estaba cerrando un acuerdo para la compra de 60 locomotoras alemanas, mientras también pujaba por el negocio la General Electric”.
Esta negociación se inició tiempo después de la estatización de varios ramales ferroviarios en 1937, reveló a este medio Mutti, autor de En el ojo del huracán, la historia del embajador argentino en Berlín, Eduardo Labougle, que coincidió con el ascenso y apogeo del nazismo alemán (1932-1939).
¿Quién era Jürges, el supuesto nazi arrepentido?
Heinrich Jürges, quien le dio en mano el supuesto plan en mano al presidente Ortiz, fue funcionario del ministerio de Propaganda de Joseph Goebbels, célebre por su cínica frase “miente, miente que algo quedará”.
Sin embargo, Jürges fue expulsado y “no tardó en ser perseguido por sus antiguos camaradas por razones que ni él mismo supo explicar del todo”. En Chile, el arrepentido nazi denunció además un atentado a balazos. La hipótesis más escuchada es que detrás de sus denuncias estaban “los servicios secretos británicos y estadounidenses que pretendían boicotear el acuerdo económico entre la Argentina y Alemania”.
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“Hay dos pruebas documentales muy fuertes: primero, un telegrama de la embajada británica admitiendo quién era en realidad Jürges. Está dirigido al Foreign & Commonwealth Office y lo reproduce el historiador Ronald Newton en su libro El cuarto lado del triángulo. También hay una amenaza que hace Jürges a la embajada de Alemania, pidiéndoles que lo dejaran repatriar los restos de su esposa que había muerto en la Argentina a cambio de no conspirar contra el Reich”, revela.
“Me abstendré de participar en actividades originarias de Estados Unidos tendientes a perjudicar los intereses comerciales de Alemania en la América del Sur, vinculadas con las próximas investigaciones oficiales que se esperan con respecto a las actividades del NSDAP en la Argentina”, decía la carta del ex nazi.
Mutti cuenta que, tras el escándalo mundial, al jefe del partido nazi en el país, Müller, le abrieron una causa federal “pero resultó sobreseído, mientras que Jürgues quedó preso un tiempo más por falsificación de documentos”.
Tras la denuncia del plan secreto para invadir la Patagonia, Jürges cayó en deshonra frente a sus pares de la agrupación anti-hitlerista Die Schwarze Front (El Frente Negro). El experto “falsificador” se exilió en Uruguay. Dicen que continuó trabajando para el espionaje británico. Pero su rastro se pierde en la noche de los tiempos.
Hitler desmiente el plan para invadir la Patagonia, pero…
Cuando el embajador argentino en Berlín, Eduardo Labougle, mantuvo su última entrevista con Hitler antes de abandonar Alemania para irse a Chile, en junio de 1939, el Führer le dijo: “Resulta ridículo todo lo que la prensa judía americana me atribuye, por ejemplo que quiero conquistar el Canadá y ¡ocupar la Patagonia!”.
Era una excusa de protocolo. Escribe Otto Skorzeny en sus memorias Vive peligrosamente, que cuando en 1943 Hitler le encomienda la misión imposible de rescatar a Benito Mussolini, el Führer le advirtió: “Puede darse el caso de que, si su empresa se resuelve con un fracaso, la censure ante la opinión pública”.
“En esta circunstancia me veré obligado a afirmar que se ha vuelto loco, y que ha actuado por su cuenta y riesgo. ¡Debe usted aceptar semejante responsabilidad por Alemania y su causa!”, ordenó.
El plan salió a la perfección, Mussolini fue liberado y Hitler no solo le otorgó a Skorzeni la Cruz de Caballero, la máxima condecoración alemana, sino que reconoció públicamente la operación.
Lo mismo había hecho con los expedicionarios al mando del capitán Alfred Ritscher que conquistaron un pedazo de hielo en la Antártida.
Los nazis que operaban en la Argentina no tuvieron la misma suerte.
Roosevelt y el mapa nazi para conquistar Sudamérica
El 27 de octubre 1941, durante las celebraciones del Día de la Marina y a dos meses antes del ingreso de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, el presidente Franklin Delano Roosevelt emitió un discurso con una afirmación extraordinaria.
“Tengo en mi poder un mapa secreto hecho en Alemania por el gobierno de Hitler”, dijo el mandatario estadounidense. “Es un mapa de Sudamérica y una parte de Centroamérica, como Hitler propone reorganizarlo… Este mapa deja claro el diseño nazi no solo contra Sudamérica sino contra los mismos Estados Unidos”.
Era un intento de involucrarse en la guerra cuando el ataque japonés a la base hawaiana de Pearl Harbor no había sucedido. El mapa mostraba el diseño nazi para establecer los Estados Unidos del Sur en Sudamérica formado por cinco grandes Estados y atenazar a los norteamericanos, partiendo a la nación en dos entre Este y Oeste, con ayuda del Imperio colonial del emperador nipón Hirohito.
Pronto se demostró que el mapa era una falsificación recreada por los servicios de espionaje británicos. Querían sumar a los estadounidenses al bando de los aliados. Un truco inspirado en el dossier secreto del arrepentido nazi Heinrich Jürges.