Elecciones en el país y en Boca: ¿a quién pertenece el fútbol?
“Más de doscientas mil personas ya han donado años de vida y han hecho realidad sus sueños: en AEON creemos que cuando das tiempo, la vida te recompensa”. Así comienza Paradise, una película alemana que está en Netflix, sobre millonarios que aprovechan la desesperación de los más pobres para comprarles años de vida. Tres, diez, quince años que vende el pobre para que el rico viva más. ¿Impensable? ¿Acaso no hemos tenido al candidato presidencial Javier Milei hablando de venta de órganos? “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais”, decía el replicante Roy Batty en Blade Runner. El mismo candidato que también habló de libre portación de armas y de “excesos” y no “crímenes” de la dictadura. Libertad para insultar y despreciar. Milei tocó una fibra sensible de nuestra cultura deportiva cuando se viralizó su admiración por el “sistema inglés de Clubes Sociedades Anónimas”.
Igual que lo habían hecho antes artistas, universidades públicas y científicos, los clubes le respondieron con una defensa al sistema de Asociaciones Civiles que los mantiene vivos desde hace más de cien años. Chicos y grandes. De primera y del ascenso. De todo el país. “Muchas veces pensé qué hubiera sido de mi vida sin los clubes de barrio”, publicó en sus redes Luciano Aued, uno de los pocos jugadores que también fijó posición. “Como miles en este país, soy el resultado de esa solidaridad que nunca van a entender quienes creen que todo es un negocio”. El ex Racing recordó a su padre echado de YPF en los años 90, cuando “nos dolarizaban la vida a costa de no tener empleo”. Y agradeció a clubes que le dieron comida, botines y becas. En los años 90, Carlos Menem cerró estaciones y ramales de tren y liberó genocidas, pero no pudo imponer su proyecto de Clubes SA. Tampoco lo pudo hacer Mauricio Macri años más tarde.
El fútbol SA no estuvo en el debate presidencial. El único momento deportivo sucedió cuando el candidato oficialista Sergio Massa reprochó a Javier Milei su admiración por Margaret Thatcher y le recordó los muertos de Malvinas. Con ese criterio, le respondió Milei, tampoco podría elogiar a Johan Cruyff porque en el Mundial 74 “Alemania [en realidad fue Holanda] le hizo cuatro goles a Argentina” o a Kylian Mbappé “con los goles que nos hizo” en la final de Qatar. “Milei -sintetizó el colega Claudio Mauri- hizo pasar a Cruyff por alemán, lo juntó con Mbappé y lo mezcló con Margaret Thatcher. Él, que fue arquero, debería saber que se metió un gol en contra”. El candidato puede equivocar nombres o selecciones de fútbol en medio de la tensión del debate. Tema menor en un país empobrecido y con una economía que estalla. Eso sí, quedó clara su admiración por Thatcher.
La “Dama de Hierro” es, justamente, la “madre” de la Premier League. Thatcher aprovechó la violencia de los hooligans (cara indeseable de su “revolución conservadora” de privatizaciones y recortes) para prohibirles a los clubes seguir compitiendo en Europa si no adoptaban reformas drásticas. Empresarios enriquecidos con su política de desregulación financiera volcaron sus millones a un fútbol que modernizó estadios con créditos públicos, mudó los partidos a la TV de pago, cotizó ese contrato millonario en la Bolsa y multiplicó el precio de las entradas, imposibles de pagar ya no solo para los hooligans, sino para toda una generación de trabajadores que hacía honor al people’s game (el deporte del pueblo). El fútbol, hay mucha literatura al respecto, simplemente, copió el modelo político. “La Premier League -me dijo una vez el sociólogo Gary Armstrong- es la quintaesencia del thatcherismo”, de “una mujer que fue célebre por haber dicho que ‘no existe lo que se llama sociedad’”.
Como sea, la Premier es hoy uno de los mejores espectáculos en el Primer Mundo del deporte globalizado. Nuestra Liga de 28 equipos, ascensos sospechados y reglamentos volátiles está a años luz y precisa cambios. Pero eso no implica derrumbar una historia de clubes centenarios que formaron a miles de pibes, a los Aued y a los nuevos campeones mundiales, como lo cuenta el libro Semilleros, sobre los clubes de barrio que modelaron a nuestros cracks de Qatar. Por supuesto, el espectáculo de la Premier es imposible de comparar. El domingo, Manchester City-Chelsea animaron un partidazo que terminó 4-4, y unas horas después -parecía otro deporte- vimos a Boca ganándole 1-0 a Newell’s.
Nuestro finalista de Copa Libertadores celebrará elecciones el 2 de diciembre. Competirán el deseo de retorno de Macri, su alianza con Milei, para vencer a Juan Román Riquelme, ídolo sin ambición de político, pero sí cercano a su vez a Massa. En el medio, discursos que, así como hoy demonizan al Consejo de Fútbol de Riquelme, omitieron en su momento investigaciones y fallos judiciales sobre el Fondo de Inversión creado por Macri cuando fue presidente de Boca. Unos, sospechados de hacer “negociados”. Los otros, en cambio, solo hacían “negocios”. Es un discurso que a veces evita la palabra dinero (algo incómoda). Prefiere hablar de “valores”. Me hace recordar a Juego de caballeros, otra película de Netflix sobre los orígenes elitistas del fútbol británico. Allí, un niño rico, quejoso porque los “valores” comienzan a cambiar, hace la pregunta del millón: “¿Acaso debemos entregarle el fútbol a la clase obrera?”.