Diego Cocca, el DT que fracasó con el Tri en tiempo récord; nada se esperaba y nada hizo
Diego Cocca dirigió ocho partidos a la Selección Mexicana antes de ser despedido. Su gestión fue, a lo mucho, una pérdida de tiempo. Llegó con el respaldo que le daba haber sido bicampeón del futbol mexicano con el Atlas. Pero todo empezó mal. Arrancó el año siendo entrenador de Tigres, club al que dejó tras cinco partidos para asumir el reto más importante de su carrera. No importó que dejara botado al club regio. Había prisa por asumir la silla de seleccionador y hacer todos los cambios que harían olvidar el fiasco de Qatar 2022.
No hubo oportunidad. Su proceso ha terminado porque nunca debió empezar. No tenía el perfil para entrenar a México. No es cuestión de capacidades. Su estilo de juego directo no podía aplicarse en un equipo que, para recuperar la autoestima, necesita volver a tratar bien al balón. Jamás iba a pasar con Cocca, sin ángel ni soluciones para la urgencia que amerita una crisis histórica. La humillación contra Estados Unidos (0-3) fue la alarma definitiva.
"Esta etapa ha sido viciada por el desorden en la toma de decisiones, por la falta de procesos, rigor y transparencia en los nombramientos y por una tormenta perfecta, por las malas costumbres que vamos arrastrando de tantos años. Lo natural sería que terminara la Copa Oro, pero hoy ya no tenemos tiempo que perder. Así que les comunico que he tomado la decisión de dar por terminado el contrato de Diego Martín Cocca y los integrantes de su cuerpo técnico", fueron las palabras de Juan Carlos Rodríguez, comisionado de la Federación Mexicana.
Se ha cortado el hilo por lo más delgado, sí, pero también por lo más urgente. Cocca no tuvo respuestas a ninguna pregunta durante su efímero y nada fructífero paso como entrenador de la Selección. Se le escogió por moda, porque era quien reflejaba mejor el éxito en el torneo local. O exitismo, mejor dicho: esa obsesión por ir a buscar al triunfador inmediato sin reparar en cuáles fueron sus métodos. Y no, no se trata de conspiraciones: el bicampeonato con Atlas fue limpio y legítimo. No hubo equipo en el futbol mexicano, durante ese año, que dominara con tanta efectividad un estilo de juego.
El problema fue pensar que ese estilo era universalmente aplicable. Y luego pasó todo muy rápido. Cocca empezó a vivir las crisis que viven todos los que pasan por esa silla. Siempre llega el declive. Nadie se ha librado de él. Llegan como héroes. Todo es felicidad en las primeras caminatas. Luego aparece el infierno del que nadie se salva. Y se van como si fueran enemigos de la patria (que ahí también entra la eterna exageración de una prensa y una afición que infla y desinfla cuando el encanto termina).
Pero a Cocca le tocó vivir eso en sus primeros meses. El principio fue el fin. Sería inútil hablar y postular teorías acerca de si le hicieron o no la cama. Porque es imposible saber si los jugadores mexicanos han jugado tan mal por voluntad o a propósito. Difícilmente podrían hacerlo peor si lo quisieran. México, en futbol, vive una crisis en todos los frentes: dirigencial, de talento, de entrenador; en Selección, en Liga MX. Jamás se había vivido algo así en la era moderna. Tanto que hasta parece que los logros mediocres de antaño fueran grandes éxitos: hoy se añora la época en la que llegaba a Octavos del Mundial y se ganaba, como fuera, en Concacaf.
Y vendrá otra vez a girar la rueda de la ilusión. El sucesor será Jaime Lozano. Habría sido más fácil todo si él hubiera empezado. Pero no: era muy joven, no tenía grandes logros en Primera División. Lo que se quería, para anestesiar las golpes recientes, era un nombre que llenara los huecos de autoridad. Será una oportunidad caliente que podría marcar su carrera para bien o mal. Ese será el nuevo drama. El de Cocca ha llegado a su fin y nadie lo extrañará.