El cumpleaños 71 de Volodia, nieto del chef de Lenin y Stalin, y hoy el mayor enemigo de Occidente
“Los débiles son derrotados y los ganadores forjan su propio orden mundial”, sostuvo alguna vez Vladimir Putin. Quizás por eso el presidente ruso nunca dejó que las adversidades históricas de su vida familiar lo doblegasen.
El nombre de Putin se asocia hoy inmediatamente con guerra, muerte y el diezmado masivo de ciudades ucranianas. Pero el 7 de octubre de 1952, hace exactamente 71 años, el nacimiento del pequeño Volodia -el apelativo ruso correspondiente a su nombre- significó para sus padres la esperanza de dejar definitivamente atrás la tragedia de la Gran Guerra Patria (1941-1945) y los 872 días del sitio de Leningrado -hoy San Petersburgo-, que hambrearon y diezmaron a la población local, y en la que murieron los dos hermanos mayores de Volodia.
En 2000, cuando el entonces casi desconocido primer ministro y exjefe de Inteligencia sucedió a Boris Yeltsin tras las elecciones de ese año, concedió varias entrevistas a tres periodistas rusos que condensaron esos encuentros en el libro En primera persona: un retrato sorprendentemente franco del presidente de Rusia.
En esos diálogos Putin tuvo una apertura luego nunca repetida para hablar de su vida privada, de los tiempos en que el niño Volodia vivía con sus padres en un departamento comunal de la histórica ciudad junto a otras dos familias, sin agua caliente, una sola cocina para todos y un solo inodoro escondido en un armario. En aquellos tiempos, su diversión era enfrentar ratas con un palo. En el libro incluso recordó el rol que jugó su abuelo paterno, Spiridon Putin. “Trabajó como cocinero para Lenin y, luego, para Stalin, en una de las dachas cerca de Moscú”, contó.
Aquel libro muestra un retrato diferente de la vida privada de aquel chico que puso fin a su inquieta niñez y adolescencia en 1968, a los 16 años, cuando vio la película de Vladimir Basov “La espada y el escudo”, sobre un agente doble soviético en la Alemania nazi. A la salida del cine dijo: “Quiero trabajar de espía”.
“No fue solo un capricho de un momento. Incluso, como si ya fuera un adulto, fui a presentarme al edificio de la KGB en Leningrado. En otras palabras, lo había decidido en términos reales’’, señaló.
El abuelo cocinero
La familia en la que nació Vladimir Putin vivió las situaciones más terribles de la guerra. Sólo el abuelo paterno, Spiridon, tuvo una vida un poco más acomodada.
“Mi abuelo había nacido en San Petersburgo en 1879 y trabajaba como cocinero”, recordó el actual presidente ruso. Spiridon Putin fue un famoso chef del lujoso hotel Astoria, que funciona aún hoy. “Aparentemente mi abuelo cocinaba bastante bien porque después de la Primera Guerra Mundial le ofrecieron un trabajo en el distrito de Las Colinas, en las afueras de Moscú, donde vivían Lenin y toda la familia Ulyanov. Cuando murió Lenin (1924), mi abuelo fue transferido a una de las dachas de Stalin y trabajó allí mucho tiempo”.
Putin recordó que, “por algún motivo”, su abuelo no cayó bajo las purgas del dictador. “Muy pocas de las personas que pasaban bastante tiempo con Stalin salieron indemnes, pero mi abuelo fue una de ellas. Sobrevivió a Stalin y luego fue cocinero en el Comité del Partido de Moscú en Illinskoye”.
De los platos favoritos del dictador que le preparaba Spiridon uno eran rodajas finas de carne de cordero magra, papas cortadas en cubos grandes y cebolla picada. Otro, era el stavisi, un pollo preparado con salsa de nueces que es típico de Georgia, de donde era originario Stalin.
Aunque Volodia compartió mucho tiempo con su abuelo, que falleció cuando él tenía 13 años, Spiridon tenía dos cualidades que marcaron al nieto, futuro jefe de espías rusos: la reserva y la discreción. “Me acuerdo mucho de cuando él trabajaba en Illinskoye porque yo lo visitaba seguido allí. Pero mi abuelo era muy reservado respecto de su pasado. Bueno, en general toda la gente de esa época lo era. Pero cuando nos reuníamos toda la familia en la mesa, yo pescaba algunos detalles y partes de las conversaciones”.
Spiridon tampoco utilizó su cercanía con Stalin para evitar que su hijo Vladimir Spiridonovich (1911-1999) fuera al frente de guerra o tuviera un mejor pasar económico. “La gente de aquella época en general no pedía favores. Además mi abuelo tenía cuatro hijos y todos combatieron en el frente”, contó Vladimir Putin en el libro.
La vida en la guerra
Así, los padres de Volodia no pudieron evitar ninguna de las atrocidades de la guerra.
María Ivanovna Shelomova (1911-1998) se casó con Vladimir Spiridonovich cuando ambos tenían 17 años. Los periodistas le consultaron al presidente por qué sus padres se habían unido tan jóvenes, pero el mandatario respondió con una pregunta: “¿Se necesita alguna razón para casarse? El principal motivo fue el amor. Igual, mi padre tuvo que alistarse en el ejército y marchar enseguida. Quizás querían tener alguna garantía de formalizar su relación... No sé”.
Tanto su padre, en el frente de batalla, como su madre, atravesaron momentos muy difíciles durante el sitio de Leningrado.
El primer hijo de la pareja, Albert, murió de hambre, y el segundo, Victor, de difteria. Cuando se produjo el larguísimo sitio que duró dos años y cuatro meses, en un momento incluso la madre de Volodia fue dada por muerta. “Una vez mi mamá se desmayó por hambre. La gente pensó que, como tantas otras personas, había fallecido y la colocaron junto a otros cadáveres en la calle. Afortunadamente se despertó a tiempo y empezó a gemir. Por algún milagro sobrevivió”.
Al padre no le fue mejor en el frente. En un enfrentamiento, un soldado nazi le arrojó una granada y las metrallas lo dejaron rengo para el resto de su vida.
Una infancia difícil
Terminada la guerra, cuando ambos, el padre y la madre, ya tenían 41 años, el nacimiento de Volodia significó entonces la esperanza de un nuevo tiempo familiar.
Pocos días después de su nacimiento, la madre pidió en secreto que Volodia fuera bautizado en la Catedral de la Transfiguración, a pesar de que el bautismo podía ser severamente castigado en la Unión Soviética, un Estado institucionalmente ateo. “La decisión de bautizarme, de mi abuela Anya y mi mamá, fue mantenida en secreto ante mi padre, que era secretario del partido en la fábrica donde trabajaba en aquel momento”, recordó el presidente.
La fe de su madre marcó a Volodia, que aún hoy mantiene un estrecho vínculo con el Patriarca Kirill, de Moscú. “En 1993, cuando trabajaba en el Concejo de la ciudad de San Petersburgo, fui a Israel como parte de una delegación oficial. Mamá me dio en aquel momento una cruz bautismal para que fuera bendecida en la tumba de Jesucristo en Jerusalén. Hice lo que ella me dijo y luego puse la cruz en mi cuello. Ya nunca más me la saqué”.
Sus maestros y el propio Putin reconocen que fue un alumno mediocre y travieso, al punto que su maestra de cuarto grado, Vera Dmitrievna Gurevich, fue a quejarse al padre de Volodia, según recuerda la docente en el mismo libro biográfico de Putin. “Su hijo no está rindiendo en todo su potencial”, le dijo la maestra. A lo que el padre, con fama de severo, le contestó: “¿Y qué quiere que haga... que lo mate, o qué?”.
Sin embargo, con el paso de los años el alumno Volodia fue encontrando las materias y habilidades que le interesaban. Se anotó para estudiar alemán -luego, de adulto, entre 1985 y 1990 trabajó como espía en Alemania Oriental-, y comenzó a practicar judo y sambo, la lucha libre soviética.
Putin recordó una de sus diversiones en la infancia cuando en el departamento comunal lidiaba con las ratas que se paseaban por todo el edificio. “Mis amigos y yo las corríamos con palos. Una vez vi una rata enorme y la perseguí por el hall hasta que la encerré en una esquina. No tenía adónde escapar. Pero súbitamente se lanzó hacia mi. Me sorprendí y asusté. Y entonces fue la rata la que comenzó a perseguirme. Finalmente fui más rápido, logré huir y cerrar la puerta detrás de mi”.
Las travesuras de la niñez y la adolescencia, que incluyeron escapadas fuera de la ciudad a escondidas de sus padres, dieron un giro luego de ver la película del doble agente soviético cuando tenía 16 años y su sorprendente visita a los cuarteles de la KGB con su pedido de ser aceptado como espía.
“No recibimos voluntarios”, fue la respuesta que obtuvo el joven en la recepción de los cuarteles de la KGB en la entonces Leningrado. “¿Y cómo tengo que hacer, entonces?”, preguntó. “Tienes que tener un título académico, preferentemente en derecho”, le contestaron.
Así fue como dos años más tarde el futuro jefe de los espías rusos se inscribió en la carrera de abogacía de la Universidad de Leningrado.
Para muchos, el duro entrenamiento de Putin como espía de la KGB tuvo más impacto en su formación personal que los aprendizajes que podría haber tenido de las adversidades sufridas por su familia durante los difíciles años de la posguerra.
El año pasado, durante una visita a Riga, la capital de Letonia, el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, recordó: “Todos los rusos vivieron y aprendieron sobre el horrible sitio de Leningrado durante la Segunda Guerra Mundial, en el que la población civil de esa ciudad fue sistemáticamente sometida a hambre y fue destruida intencionalmente durante casi 900 días, lo que provocó cientos de miles de muertes”.
“Ese asedio afectó a millones de familias rusas, incluida la del presidente Putin, cuyo hermano de un año fue una de las muchas víctimas. Ahora Rusia está matando de hambre a ciudades enteras en Ucrania. Es vergonzoso”, concluyó Blinken.