En busca de combate

Un soldado de la Legión Internacional le pasa un lanzagranadas a otro en una posición de primera línea, en el bosque Serebrianka al este de Ucrania, el 6 de febrero de 2024. (Tyler Hicks/The New York Times)
Un soldado de la Legión Internacional le pasa un lanzagranadas a otro en una posición de primera línea, en el bosque Serebrianka al este de Ucrania, el 6 de febrero de 2024. (Tyler Hicks/The New York Times)

ESTE DE UCRANIA — Las camionetas con agujeros de balas avanzaban a toda prisa al amanecer por un camino de tierra que se abría paso por un denso bosque de pinos. Los hombres que iban dentro de ellos (ucranianos, brasileños, colombianos, polacos) hablaban muchos idiomas, pero conversaban poco. No era momento para charlar.

Habían venido a pelear contra los rusos.

Los camiones apenas bajaban la velocidad para que descendieran sus pasajeros antes de volver a imprimir velocidad. Tal vez en cualquier momento aparecieran drones armados en lo alto y cuando los hombres bajaban para continuar su camino a pie, también ellos lo hacían apresurados.

Habían llegado los soldados de la legión Internacional de Defensa Territorial de Ucrania.

El camino de los soldados, entre miles de combatientes extranjeros que se registraron para ayudar a Ucrania tras la invasión de Rusia, contaba una historia de la guerra.

El bosque Serebrianka al este de Ucrania tenía muchas cicatrices ocasionadas por meses de combate. Ahora, en esta mañana de febrero, por ninguna parte se veían los osos, los venados, los zorros y las aves que solían vivir aquí tranquilos. Muchos de los árboles y las plantas que los mantenían han sido derribados y quemados por el fuego de la artillería, los morteros y los tanques.

Un soldado ucraniano fuma un cigarrillo durante una pausa del combate en una posición de primera línea, en el bosque Serebrianka al este de Ucrania, el 6 de febrero de 2024. (Tyler Hicks/The New York Times)
Un soldado ucraniano fuma un cigarrillo durante una pausa del combate en una posición de primera línea, en el bosque Serebrianka al este de Ucrania, el 6 de febrero de 2024. (Tyler Hicks/The New York Times)

Al estar caminando, los hombres veían los cráteres formados por las bombas, algunos viejos y otros tan nuevos que debajo de sus pies se veía un confeti verde de hojas trituradas. Pasaron una cruz improvisada, dos palos unidos de modo rudimentario que señalaba el lugar en el que un soldado ucraniano había pisado una mina.

Habían llegado: la línea de trincheras con polvo de nieve que sería el lugar de su rotación.

Los soldados a los que habían ido a relevar estaban esperándolos y rápidamente se alejaron. A los pocos minutos de su llegada, los nuevos combatientes fueron atacados por los rusos desde una fila de árboles cercana.

Encabezados por su comandante ucraniano, Tsygan, los soldados de la Legión Internacional respondieron con su propia descarga y los disparos de armas pequeñas que entraban y salían sonaban como una orquesta confusa y entrecortada.

Treinta minutos después, el combate menguó y los soldados encendieron sus cigarrillos. Iban a estar solos en este destacamento y la infantería rusa estaba a la distancia de lo que mide un campo de fútbol americano.

En muchos sentidos, esta posición daba una sensación de atemporalidad.

Una red de refugios subterráneos y búnkeres cubiertos con troncos estaba conectada entre sí por un rudimentario laberinto de trincheras excavadas a mano, algunas engarzadas con redes de camuflaje. Más adelante, solo había soldados rusos.

La nieve, la lluvia, el viento y la guerra derrumban las trincheras y los búnkeres que ayudan a que los soldados de esta guerra sigan vivos. Durante las treguas del combate, los soldados las refuerzan, reparan y profundizan de manera constante.

Pero, pese a todo el parecido que esto tiene con la guerra de trincheras en la Europa de hace un siglo, hay cosas que han cambiado mucho.

Uno de los soldados no llevaba un Mauser en su hombro, sino un arma antidrones que apuntaba al cielo. Era silenciosa y dirigía una señal invisible que tenía el propósito de desactivar los drones enemigos y hacer que se estrellen contra el suelo.

Este tipo de arma se ha vuelto cada vez más común en un campo de batalla en el que es casi imposible que se muevan cualquiera de los dos bandos sin ser detectados y los operadores de los drones inspeccionan y dirigen las bombas desde una computadora que se encuentra a una distancia hasta de 9 kilómetros.

Hay muchas razones por las que un extranjero puede enlistarse para combatir en una guerra que no tiene nada que ver con él.

Por supuesto que una de ellas es el dinero. En los contratos de duración indeterminada de Ucrania, les pagan, en promedio, cerca de 2500 dólares al mes, una cantidad tentadora para algunos de los hombres que llegaron allá procedentes de países con pocas oportunidades económicas.

Pero algunos combatientes de la Legión Internacional apostados en el bosque, la cual fue creada bajo la dirección del presidente ucraniano el mes de febrero de 2022, cuando Rusia invadió Ucrania, comentaron que lo que buscaban era otra cosa.

Uno de los soldados, un polaco de nombre operativo Konrad 13, calificó la guerra como un llamado, incluso una bendición. Mencionó que en su país tuvo una infancia difícil. Después, a los 41 años se sintió como si estuviera en un callejón sin salida.

Sí, la paga es buena, pero también lo es la sensación de tener un propósito.

“Mi vida cambió cuando llegué aquí”, comentó. “Aquí comencé a crecer; ha sido una evolución y yo he sentido que volví a la vida. He cambiado y me he convertido en una clase de persona diferente. Ahora esta es mi familia… mi verdadera familia”.

Durante su rotación (el Ejército ucraniano prohíbe decir cuánto tiempo dura y cuántos combatientes están en la unidad), los hombres han participado en repetidos enfrentamientos con los rusos al otro lado del camino. En el día, el combate estallaba cada tres o cuatro horas y casi siempre duraba una hora. Las bombas caían en la noche.

Al final de su rotación, cuando un nuevo grupo de soldados llegó a relevarlos, los hombres prepararon su mochila para el viaje, pero tuvieron que esperar: un dron ruso había aparecido por encima del borde de la última trinchera.

Pasó más de una hora antes de que Tsygan dejara que sus hombres se aventuraran a entrar al espacio abierto que los separaba de las trincheras y que hubiera un momento de tranquilidad.

Antes de que fuera hora de volver al combate.

c.2024 The New York Times Company