La Bienal de Venecia: contra México con la aprobación de México
CIUDAD DE MÉXICO — Si uno fuera a resumir el pabellón de México en la Bienal de Venecia de 2022, sería con la oscura alegría de Naomi Rincón Gallardo, “Soneto de alimañas”. En el video de 20 minutos sale un murciélago, una víbora, un escorpión y un coro de ranas que con desesperación tratan de sobrevivir en un mundo futurista devastado por el desorden social y un medioambiente en ruinas.
Rechazados y aislados, estos marginados logran comunicarse con señales de radio y establecer su propia comunidad alternativa, hasta que un cocodrilo se los come a todos.
En una entrevista, Rincón Gallardo describió su proyecto como un “manifiesto a favor de las especies indeseadas” y dijo que esperaba que “sus mensajes queer, transgresores y subversivos” llegaran a los espectadores que asisten a la Bienal en Italia.
Con obras como “Soneto de alimañas” que establecen el tono, es probable que este año el pabellón de México sea bastante colorido, aunque no del todo alegre. Cuatro artistas presentarán objetos que, de una manera u otra, exploran cómo la conquista española de América Latina trastornó la región y estableció sistemas sociales represivos que siguen afectando el país. La violencia desenfrenada, la discriminación racial y la explotación de la tierra y de las personas en nombre del progreso no son los temas que la Secretaría de Turismo de México habría incluido en una exposición destinada a representar a la nación.
Pero las agencias culturales de México son otra cosa. Como muchos países en todo el continente americano, México se encuentra en medio de un extenso ajuste de cuentas sobre cómo las estructuras civiles y religiosas establecidas durante el período colonial contribuyen a la desigualdad actual y, muy a menudo, son un peligro para las mujeres, las minorías, las comunidades indígenas y para aquellos que disienten del orden político.
La principal autoridad cultural del país, el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), pretende desempeñar un papel primordial, en términos formales y oficiales, al fomentar estos difíciles debates y hacerle saber al mundo que México se está enfrentando a sus demonios internos.
“En México, en este sexenio, estamos enfrentando esos retos como parte de las políticas públicas”, comentó Lucina Jiménez, la directora general del instituto que supervisa 18 museos y coordina la exposición en la Bienal.
Esta turbación respaldada por el gobierno ha dado lugar a sus propios trastornos, e incluso a la violencia, sobre todo en diciembre de 2019, cuando una multitud enfurecida se abalanzó contra el museo del Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México para protestar la exposición de una pintura que feminizaba una imagen icónica de Emiliano Zapata a caballo, al presentar a ese héroe revolucionario de principios del siglo XX desnudo, excepto por un sombrero rosa y unos tacones altos con forma de pistola. La multitud se calmó al final, pero algunos resultaron heridos en el barullo.
Jiménez, cuyo despacho se encuentra un piso arriba del espacio destinado a las exposiciones en el museo, se apresuró a explicar en Twitter por qué el Gobierno le había dado el visto bueno a esa obra polémica del artista Fabián Cháirez y a la exposición en la que se presentaba. “En la defensa de la libertad de creación y de expresión, en el ejercicio del derecho a la diversidad se dirime nuestra democracia”, escribió.
Ese contexto es crucial para entender cómo es que el INBAL aceptó la propuesta para la Bienal que hicieron los curadores Catalina Lozano y Mauricio Marcin. Como Lozano lo describió en una entrevista, querían reunir a artistas cuya obra “explora otras maneras de hacer, ser y pensar” que contrastan con percepciones usuales de cómo se ve a sí mismo el país, qué idioma habla y cómo operan su gobierno y sus empresas.
Lozano dijo que hay dos países en uno: “el México que ha acogido la modernidad y el México que se resiste al impulso colonial de la modernidad”.
La exposición, “Hasta que los cantos broten”, busca promover “una abundante diversidad y heterogeneidad en lugar de una sola manera de ver México”, explicó Marcin. En otras palabras, presenta no solo un país hispanoparlante con 400 años de historia poscolonial, sino también una colección de geografías que data de más de 20 siglos donde se hablan 68 idiomas, cada uno de los cuales comunica una manera distinta de ver el mundo.
Así pues, “Hasta que los cantos broten” —título tomado de un poema náhuatl de Temilotzin, quien falleció en 1525— tiende un puente entre diferentes periodos.
“Calendar Fall Away” de Mariana Castillo Deball, por ejemplo, cubre todo el suelo de los 250 metros cuadrados que componen el área de exposición con símbolos que evocan los documentos oficiales generados tanto por los primeros colonialistas españoles como por las civilizaciones precolombinas que ya habitaban el espacio que hoy se llama México. El mosaico constata maneras conflictivas de gobernar y de medir el tiempo, aunque la europea surgió como la dominante. Castillo Deball también está realizando impresiones de secciones de la obra, que sirve de plantilla, para exponerlas en Venecia.
“Talel” de Santiago Borja es una contestación al comercio textil actual, el cual, afirma el artista, emplea el antiguo oficio del tejido en telar, pero pasa por alto la presencia humana de la fabricación. Consta de 23 grandes paneles de lana tejidos en los tradicionales telares de cintura por trabajadoras de Chiapas, y está diseñado para interpretar el modo en que la ciencia representa el genoma humano. Se animó a las tejedoras a crear sus propios métodos de costura y estampado y a incorporar pequeños objetos personales a su obra final.
“La idea era hacer cada pieza completamente diferente porque lo hicieron diferentes mujeres, pero es algo muy sutil”, dijo él.
El cuarto artista, Fernando Palma Rodríguez, ingeniero de formación y conocido por fabricar objetos robóticos de baja tecnología, colabora con “Tetzahuitl”, una obra que se activa con el movimiento y que incorpora 43 vestidos de niño que cuelgan de una estructura de madera. “Tetzahuitl” es una palabra del náhuatl, una macrolengua que se habla en México y Centroamérica, que se refiere a las deidades cuyas apariciones presagian diversos acontecimientos.
La pieza pretende concientizar sobre la violencia contra las mujeres y las minorías, aunque su significado es más amplio. El número 43 tiene una gran resonancia en México, ya que recuerda a los 43 “desaparecidos”, los estudiantes varones de una escuela normalista del estado de Guerrero que fueron secuestrados y “desaparecidos” en 2014, un hecho que desencadenó años de protestas contra la corrupción oficial y el crimen organizado.
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