Un banderín de Boca, una imagen de Jesús y un short: cómo vivió Silvio Soldán sus días en la cárcel
Cada vez que escuchaba el clásico “clanc” que provocaba el cierre de una reja contra otra, no disimulaba su temor. “Reconozco que es un sonido jodido: cuando lo escucho me da miedo, todavía no me acostumbré”, decía Silvio Soldán hace 17 años, cuando me recibió en la cárcel de Villa Devoto para la única entrevista que dio en prisión.
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Me acompañó su abogado, Miguel Angel Pierri, quien a través de su defensa logró su libertad en tiempo récord y sentó jurisprudencia. Para llegar a él, además del clásico trámite de identificación, debimos atravesar una media docena de rejas entre los habituales gritos -mezcla de reclamos y desesperación- que provenían de “La Villa”, el sector de mayor marginalidad y más peligroso del penal.
Silvio estaba acusado bajo los cargos de “estafas reiteradas y tráfico de medicamentos”. La Justicia investigaba por entonces si era socio de su pareja, Mónica María Cristina Rímolo, más conocida como Gisselle, como le gustaba que la llamaran, quien pasó a la posteridad como “la falsa médica”, ya que se hacía llamar y ejercía como doctora aunque no lo era, al frente de la clínica para adelgazar CIDENE en Belgrano R.
Ella enfrentaba los mismos cargos más “ejercicio ilegal de la medicina” y “homicidio culposo” por la muerte de Lilian Díaz, una de sus pacientes. Un panorama oscuro que terminó con una condena que todavía purga a nueve años de prisión en la cárcel de Ezeiza.
“Te dejo porque está llegando la policía”
Soldán había sido detenido el 2 de abril de 1994 en su casa de la calle Céspedes, en el barrio de Belgrano. Estaba conversando por teléfono con Mauro Viale en su programa Diario de la tarde, por América, cuando se vio forzado a interrumpir la charla: “Voy a ir preso. Todo esto lo inició hace mucho tiempo la señora Silvia Süller. Te dejo porque creo que está llegando la Policía”, advirtió.
Fue trasladado a la comisaría 33. A la medianoche se descompuso, lo llevaron al Hospital Pirovano y luego a una clínica privada en la calle Saavedra al 1100 del barrio de San Cristóbal, donde lo estabilizaron. Luego reconoció que como no quería ir a la cárcel le preguntó a un por entonces juez que lo visitó en la dependencia policial qué podía hacer. El magistrado le indicó que se hiciera el enfermo, que simulara convulsiones. Pero no resultó. Al otro día le dieron el alta, lo fue a buscar un furgón celular y fue a parar a la cárcel de Devoto.
Atrás de las rejas
Silvio habitaba el pabellón 50 “para mayores de 60 años” –había cumplido 69 el 26 de marzo- de la Unidad Penal 2, en la planta baja, junto a otros 29 internos. El lugar tenía unos cuarenta metros de largo por quince de ancho. En el centro había mesas para las visitas y en ambos laterales, quince camas por lado distribuidas en hilera, una a un metro y medio de la otra.
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Él ocupaba la cuarta de la izquierda. En la cabecera colgaba un banderín de Boca, club de sus amores, y una imagen de Jesús. Sobre una improvisada mesita de luz tenía su cepillo de dientes, un dentífrico Close Up, una brocha, una botella de Cimes lima limón, un frasco de champú Wellapon, una radio con auriculares, un cuaderno Gloria y una estampita de la Virgen Desatanudos.
Recordaba que el día que llegó, uno de los presos que a partir de ese día pasaría a ser un compañero de pabellón, le indicó cuál sería su cama y le dio un short y zapatillas para que estuviera más cómodo porque hacía bastante calor allí adentro. Un escenario impensado para el conductor de radio y TV. “¿Sabés una cosa? Si una bruja o pitonisa me advertía que en algún momento de mi vida iba a terminar preso me le reía en la cara, pero acá estoy”, comentó mientras invitaba a sentarse.
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Estaba vestido con pantalón y camisa de jean, mocasines y una campera Baghins con corderito. Lucía sin sus clásicos anteojos color ámbar, ojeroso producto de una gripe que sus “colegas” intramuros definían como “nervioso o el típico cag… que te agarra acá”. Era sábado 29 de mayo y se rumoreaba que el martes podía llegar a irse en libertad, hecho que se terminó concretando, pero a esa altura él vivía en una incertidumbre total y decía: “Elijo hacer silencio, no arriesgar pronósticos, confío plenamente en el doctor Miguel Ángel Pierri y en la justicia, pero prefiero no hacerme ilusiones. ¿Me preguntás si lloré cuando llegué? Acá no, pero en el camioncito que me traía sí. Cuando traspasé las rejas pensé que mi vida se terminaba. ¡Eso sí, nunca pensé en suicidarme, eh!”.
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En la visita a Silvio estaban presentes también dos de sus grandes amigos, Mauricio Kerman y Rafael León, que lo escuchaban con suma atención: “Me tratan muy bien acá, la gente tiene códigos que no encontrás afuera. Tengo excesivo tiempo libre y entonces pienso mucho, me hago muchas preguntas”, se sinceraba.
Aprovechando su franqueza, la consulta se disparó sola y a partir de ahí se dio un pregunta-respuesta.
-¿No cree que estando en pareja con Rímolo y confiando tanto en ella se expuso demasiado y terminó acá?
Soldán respondió sin dudar: “Es verdad, creí en ella, la amé demasiado. Y cuando me di cuenta de que fue un error era muy tarde”.
Un prisionero se acercó por si necesitábamos algo mientras Silvio aceptaba más y más preguntas sin grabador, porque en esos años no estaba permitido ingresar con más elementos que lapicera y un anotador.
-Silvio, cuesta mucho aceptar que usted no desconfiara de las aptitudes profesionales como médica que ella decía que era, estando al frente nada menos que de una clínica para adelgazar que ponía en juego la salud de los pacientes.
-Yo concurría muy poco a la clínica. Apenas para tratarme unas venitas de la cara y para pasar a buscarla para salir. Ella siempre me contó todo lo que había estudiado y le creí. Yo la alentaba porque quería que le fuera bien. La notaba contenta, pujante, y me gustaba que se sintiera así porque la quería.
Alguien había acercado mate cocido para todos. Silvio hablaba acerca de las dudas que había respecto a que la respaldaba porque eran socios en la clínica: “Eso es una infamia. Cuando la conocí atendía en la calle Segurola. Y cuando se mudó a la calle Elcano ella misma le pidió a su novio de entonces, Diego Solli, que buscara un nuevo lugar. Por eso los padres de él salieron de garantes, ¿qué tenía que ver yo? Después se distanció de él, el padre de Solli retiró la garantía y yo la ayudé, pero nunca formé parte de ninguna sociedad”.
-Me dijo que en once años que estuvo en pareja con Rímolo nunca desconfió de ella como médica, ¿tampoco advirtió que lo engañaba?
-La respuesta es que no. Encima me engañaba con quien en ese entonces era mi abogado (N de la R: Juan Gaineddu). Te juro que la amaba. A partir de ella adopté una frase para mi vida: “Se puede confiar sin amar, lo que no se puede es amar sin confiar”. Varias veces no quise saber más nada. Pero ella me llamaba llorando y me rogaba que continuáramos. Y yo aflojaba. Fue un error porque nunca me respetó.
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Cuando hablaba de otros amores, aparecían Tita -fallecida en 2017 a los 102 años-, su mamá, y su hijo Cristian: “No quise que me visiten para no generarles el daño de verme tras las rejas. Pero hablo por teléfono, hago la fila y espero. Charlo como si nada ocurriera, sé que están muy bien. Cristian no me pregunta nada para no lastimarme, sabe que no soy un delincuente. Cuando nos despedimos, lloramos”, confesaba.
Y como conversábamos de amores, le pregunté por Silvia Süller, otra de sus grandes pasiones y nada menos que madre de su hijo. Así se refería a ella: “El de Silvia (Süller) fue un amor muy distinto. Me dio un hijo y eso es inigualable. Fuimos muy pero muy compinches hasta que todo terminó como la mona. Dijo que la eché de casa pero no es verdad”.
En ese momento se comentaba mucho todo lo relacionado con Silvia, que pululaba por los canales de TV ante la detención de Soldán y Rímolo. Por eso le aclaré que ella sostenía que él le había quitado la tenencia de Cristian. “No, para nada. Se equivoca porque el juez decidió que la tenencia la debía ejercer su mamá”, aclaraba.
No me podía despedir sin consultarle por qué creía que Gisselle había hecho todo para involucrarlo y dejarlo mal parado ante la sociedad y la ley. “Porque fue mal asesorada. Mintió para perjudicarme y no advirtió que haciendo eso se destruía a sí misma. ‘Vos creés que me estás matando en realidad te estás suicidando’, recuerdo que le dije. Eso sí nunca la perdoné ni lo pienso hacer”, confió.
Cuando la entrevista finalizó, Soldán nos acompañó hasta la primera de las seis rejas que volvimos a atravesar, recitando una parte de la letra del tango Desencuentro, porque aseguraba que le hacía recordar mucho a Gisselle: “La araña que salvaste te picó, qué vas a hacer. Creíste en la bondad y en la honradez, qué estupidez”.
El caso Soldán sentó jurisprudencia
El doctor Miguel Ángel Pierri fue su abogado a partir de la detención y así explicó a LA NACIÓN el caso. “Siempre quedó claro que Soldán nunca debió estar detenido. El día que lo detuvieron asumí su defensa, pero previo a eso se había cometido un error técnico en los orígenes del proceso que provocó que se considerara mal concedido un recurso de apelación ante la prisión preventiva dictada por el juez de la causa Mariano Bergés. No quedó más remedio para el magistrado que ordenar esa misma tarde la detención. Sesenta días después hicieron lugar a mi pedido de excarcelación. Por primera vez un detenido con prisión preventiva confirmada estaba siendo excarcelado. Apareció emocionado, me agradeció por defender además de su causa, su honor y su trayectoria. El director de la unidad nos permitió salir por una puerta lateral que da a la calle Desaguadero. Luego de firmar su excarcelación en Tribunales me pidió que lo acompañe porque lo esperaba su peluquero de toda la vida en Parque Centenario. Su causa se enseña en todos los cursos de Derecho Procesal Penal. Varias veces fui convocado para explicar cómo logré que fuera sobreseído en una causa que estaba para ser elevada a juicio oral. Se reexaminó y la declararon nula. El dice que primero viene Dios, la mamá y luego yo”.