A pesar del aumento de contagios, Europa aprende a vivir con el coronavirus

Analizando las temperaturas afuera de un cine en Málaga, España, el 30 de agosto de 2020. (Samuel Aranda/The New York Times)
Analizando las temperaturas afuera de un cine en Málaga, España, el 30 de agosto de 2020. (Samuel Aranda/The New York Times)

PARÍS — En los primeros días de la pandemia, el presidente Emmanuel Macron exhortó a los franceses a librar una “guerra” contra el coronavirus. Actualmente, su mensaje es “aprender a vivir con el virus”.

Desde el conflicto a toda máquina hasta la contención al estilo de la guerra fría, Francia y gran parte del resto de Europa han optado por la coexistencia, pues las infecciones siguen aumentando, el verano se convierte en un otoño lleno de riesgos y la posibilidad de una segunda ola acecha al continente.

Tras haber abandonado las esperanzas de erradicar el virus o de desarrollar una vacuna en pocas semanas, los europeos han vuelto en su mayoría al trabajo y a la escuela, y llevan una vida lo más normal posible en medio de una pandemia duradera que ya ha matado a casi 215.000 personas en Europa.

Este enfoque contrasta fuertemente con el de Estados Unidos, donde las restricciones para protegerse contra el virus han generado divisiones políticas y donde muchas regiones han impulsado la reapertura de escuelas, tiendas y restaurantes sin contar con protocolos básicos. El resultado ha sido casi tantas muertes como en Europa, aunque entre una población mucho más pequeña.

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Los europeos, en su mayoría, están aprovechando las lecciones duramente aprendidas durante la fase inicial de la pandemia: la necesidad de llevar cubrebocas y practicar el distanciamiento social, la importancia de las pruebas y el rastreo, las ventajas esenciales de reaccionar de manera ágil y local. Todas esas medidas, estrictas o relajadas según sea necesario, tienen como objetivo evitar el tipo de cierres nacionales que paralizaron el continente y afectaron las economías a principios de este año.

“No es posible detener el virus”, dijo Emmanuel André, un destacado virólogo belga y exportavoz del grupo de trabajo en materia de la COVID-19 del gobierno. “Se trata de mantener el equilibrio, y solo tenemos unas cuantas herramientas disponibles para hacerlo”.

“La gente está cansada. Ya no quieren salir a la guerra”, añadió.

El lenguaje marcial ha dado paso a promesas más mesuradas.

“Estamos en una fase en la que debemos vivir con el virus”, dijo Roberto Speranza, ministro de salud de Italia, el primer país de Europa en imponer un confinamiento nacional. En una entrevista con el periódico La Stampa, Speranza dijo que, aunque “no existe una tasa de infección cero”, Italia ahora está mucho mejor equipada para manejar un aumento de las infecciones.

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“No va a haber otro cierre”, dijo Speranza.

Aún así, los riesgos siguen estando ahí.

Las nuevas infecciones se han disparado en las últimas semanas, especialmente en Francia y España. Francia registró más de 10.000 casos en un solo día la semana pasada. El incremento no es sorprendente, pues el número total de pruebas que se realizan —alrededor de un millón por semana— ha aumentado constantemente y ahora se ubica en una cifra que es diez veces mayor a la que se registraba en la primavera.

La tasa de mortalidad de casi 30 personas al día es un pequeño porcentaje de lo que era en su punto álgido cuando cientos y a veces más de mil personas morían todos los días en Francia. Esto se debe a que los infectados ahora tienden a ser más jóvenes y los funcionarios de salud han aprendido a tratar mejor la COVID-19, dijo William Dab, epidemiólogo y exdirector nacional de salud de Francia.

“El virus sigue circulando libremente; estamos controlando mal la cadena de infecciones, e inevitablemente las personas de alto riesgo —los ancianos, la gente con sobrepeso, los diabéticos— terminarán viéndose afectados”, comentó Dab.

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También en Alemania, los jóvenes están sobrerrepresentados entre los casos de infecciones en aumento.

Aunque las autoridades sanitarias alemanas están realizando pruebas a más de un millón de personas a la semana, se ha iniciado un debate sobre la relevancia de las tasas de infección para proporcionar un panorama de la pandemia.

A principios de septiembre, solo el cinco por ciento de los casos confirmados tuvieron que acudir al hospital para recibir tratamiento, según datos de la autoridad sanitaria del país. Durante el punto álgido de la pandemia en abril, hasta un 22 por ciento de los infectados terminaron en el hospital.

Hendrik Streeck, director de virología de un hospital de investigación de la ciudad alemana de Bonn, advirtió que la pandemia no debe juzgarse solo por las cifras de infección, sino por las muertes y hospitalizaciones.

Un estudiante usa gel desinfectante en una escuela de Berlín, el 13 de agosto de 2020. (Lena Mucha/The New York Times)
Un estudiante usa gel desinfectante en una escuela de Berlín, el 13 de agosto de 2020. (Lena Mucha/The New York Times)

“Hemos llegado a una fase en la que el número de infecciones por sí solo ya no es tan significativo”, dijo Streeck.

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Gran parte de Europa no estaba preparada para la llegada del coronavirus, pues faltaban cubrebocas, kits de pruebas y otros equipos básicos. Incluso los países que tuvieron más éxito que otros, como Alemania, registraron un número de muertes mucho mayor que los países asiáticos que estaban más cerca del lugar donde surgió el brote en Wuhan, China, pero que reaccionaron con más velocidad.

Los cierres nacionales ayudaron a controlar la pandemia en toda Europa. Sin embargo, las tasas de infección comenzaron a aumentar de nuevo durante el verano después de que los países se abrieron y las personas, especialmente los jóvenes, volvieron a socializar, a menudo sin adherirse a los lineamientos de distanciamiento social.

A pesar de que las infecciones han ido en aumento, los europeos han vuelto al trabajo y a la escuela este mes, lo cual ha generado más oportunidades para que el virus se extienda.

En lugar de aplicar cierres nacionales sin tener en cuenta las diferencias regionales, las autoridades —incluso en un país muy centralizado como Francia— han empezado a responder más rápidamente a los puntos conflictivos locales con medidas específicas.

El lunes, por ejemplo, los funcionarios de Burdeos anunciaron que, ante el aumento de las infecciones, limitarían las reuniones privadas a diez personas, restringirían las visitas a las residencias de ancianos y prohibirían estar de pie en los bares.

En Alemania, aunque el nuevo año escolar ha comenzado con clases de educación física obligatorias en todo el país, las autoridades han advertido que los eventos tradicionales, como el carnaval o los mercados de Navidad, podrían ser restringidos o incluso cancelados. Los partidos de futbol de la Bundesliga seguirán organizándose sin aficionados al menos hasta finales de octubre.

En el Reino Unido, donde el uso de cubrebocas no es generalizado ni se aplica estrictamente, las autoridades han endurecido las normas en torno a las reuniones familiares en Birmingham, donde las infecciones han aumentado. En Bélgica, la gente se limita a reducir su actividad social a una burbuja de seis personas.

En Italia, el gobierno ha aislado pueblos, hospitales o incluso refugios para migrantes con el fin de contener a los grupos emergentes. Antonio Miglietta, un epidemiólogo que realizó el rastreo de contactos de un edificio en cuarentena ubicado en Roma en junio, dijo que los meses de lucha contra el virus habían ayudado a los funcionarios a extinguir los brotes antes de que se salieran de control, como lo hicieron en el norte de Italia este año.

“Mejoramos en la situación”, comentó.

Durante el apogeo de la epidemia, la mayoría de la gente en Francia era extremadamente crítica con cómo el gobierno estaba manejando la epidemia. No obstante, las encuestas muestran que la mayoría ahora cree que el gobierno manejará una posible segunda ola mejor que la primera.

Jérôme Carrière, un oficial de policía que estaba de visita en París desde su casa en Metz, al norte de Francia, dijo que era una buena señal que la mayoría de la gente ahora use cubrebocas.

“Al principio, como todos los franceses, estábamos conmocionados y preocupados”, dijo Carrière, de 55 años, y añadió que dos amigos mayores de la familia habían muerto a causa de la COVID-19. “Después nos adaptamos y volvimos a nuestras vidas normales”.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company

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