Las nuevas amenazas nucleares de Putin están calibradas para un momento de angustia

El casco oxidado de un tanque ruso destruido en Sviatohirsk, al este de Ucrania, el jueves 29 de febrero de 2024. (David Guttenfelder/The New York Times)
El casco oxidado de un tanque ruso destruido en Sviatohirsk, al este de Ucrania, el jueves 29 de febrero de 2024. (David Guttenfelder/The New York Times)

BERLÍN — El presidente Vladimir Putin ha amenazado con utilizar el arsenal de armas nucleares de Rusia en tres ocasiones en los últimos dos años: una vez al inicio de la guerra contra Ucrania hace dos años, otra cuando perdía terreno y de nuevo el jueves, pues percibe que está desgastando las defensas ucranianas y la determinación estadounidense.

En cada una de las ocasiones, las amenazas han servido para el mismo propósito básico. Putin sabe que sus oponentes —con el presidente Joe Biden a la cabeza— lo que más temen es una escalada del conflicto. Incluso las fanfarronadas nucleares sirven como recordatorio para que la gran cantidad de adversarios de Putin estén conscientes de los riesgos de presionarlo demasiado.

Sin embargo, en la alocución de Putin el jueves, su equivalente al discurso del Estado de la Unión, también contenía elementos nuevos perceptibles. No solo señaló que iba a redoblar su “operación militar especial” en Ucrania. También dejó claro que no tenía ninguna intención de renegociar el último gran tratado de control de armas que está vigente con Estados Unidos —y que expira en menos de dos años— a menos que el nuevo acuerdo decida el destino de Ucrania, probablemente con gran parte del país en manos de Rusia.

Algunos llamarían a esto ajedrez nuclear, otros, chantaje nuclear. En la insistencia de Putin en que los controles nucleares y la existencia continua del Estado ucraniano deben decidirse al mismo tiempo hay una amenaza implícita de que al líder ruso le encantaría ver cómo expiran todos los límites actuales relacionados con las armas estratégicas desplegadas. Esto lo liberaría para desplegar todas las armas nucleares que quisiera.

Y, aunque Putin señaló que no tenía ningún interés en emprender otra carrera armamentística, la cual contribuyó a la bancarrota de la Unión Soviética, la implicación fue que Estados Unidos y Rusia, países que de por sí están en constante estado de confrontación, volverían a la peor competencia de la Guerra Fría.

“Estamos tratando con un Estado”, señaló para referirse a Estados Unidos, “cuyos círculos dirigentes están emprendiendo acciones abiertamente hostiles contra nosotros. ¿Y qué?”.

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, y el presidente Joe Biden llegan a una conferencia de prensa conjunta en la Casa Blanca en Washington, el martes 12 de diciembre de 2023. (Doug Mills/The New York Times)
El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, y el presidente Joe Biden llegan a una conferencia de prensa conjunta en la Casa Blanca en Washington, el martes 12 de diciembre de 2023. (Doug Mills/The New York Times)

“¿Van a debatir con seriedad asuntos de estabilidad estratégica con nosotros”, agregó y utilizó el término para referirse a los acuerdos sobre controles nucleares, “mientras intentan infligirle a Rusia, como ellos mismos dicen, una ‘derrota estratégica’ en el campo de batalla?”.

Con esos comentarios, Putin subrayó uno de los aspectos distintivos y más perturbadores de la guerra en Ucrania. Una y otra vez, sus altos mandos militares y estrategas han hablado del empleo de armas nucleares como el siguiente paso lógico si sus fuerzas convencionales demuestran ser insuficientes en el campo de batalla o si necesitan ahuyentar una intervención de Occidente.

Esa estrategia es coherente con la doctrina militar rusa. Además, en los primeros días de la guerra en Ucrania, sin duda asustó al gobierno de Biden y a los aliados de la OTAN en Europa, los cuales dudaron en suministrarle misiles de largo alcance, tanques y aviones de combate a Ucrania por temor a que provoque una respuesta nuclear o empuje a Rusia a atacar más allá de las fronteras de Ucrania, en territorio de la OTAN.

En octubre de 2022, surgió un segundo temor sobre la posibilidad de que Rusia utilizara armas nucleares, no solo por las declaraciones de Putin, sino por informes de los servicios de inteligencia estadounidenses que sugerían que se podrían utilizar armas nucleares en el campo de batalla contra bases militares ucranianas. Después de unas semanas de tensión, esa crisis se apaciguó.

En el año y medio que ha pasado desde entonces, la seguridad de Biden y sus aliados de que, a pesar de todas sus fanfarronadas, Putin no quería enfrentarse a la OTAN y sus fuerzas ha crecido poco a poco. Sin embargo, siempre que el líder ruso invoca sus poderes nucleares, se desencadena una ola de temor respecto a que, si se le presiona demasiado, en verdad buscaría demostrar su voluntad de detonar un arma, tal vez en un lugar remoto, para conseguir que sus adversarios retrocedan.

“En este entorno, Putin podría volver a las bravuconadas nucleares y sería insensato descartar por completo los riesgos de una escalada”, escribió hace poco en Foreign Affairs, William Burns, director de la CIA y embajador de Estados Unidos en Rusia cuando Putin asumió por primera vez el cargo. “Pero sería igual de insensato dejarse intimidar innecesariamente por estos”.

En su discurso, Putin retrató a Rusia como el Estado agraviado y no como el agresor. “Ellos eligen los objetivos para atacar nuestro territorio”, señaló. “Ellos empezaron a hablar de la posibilidad de enviar contingentes militares de la OTAN a Ucrania”.

Esa posibilidad fue una idea que el presidente francés, Emmanuel Macron, presentó esta semana. Macron señaló que, mientras la mayoría de los aliados de la OTAN hablan de ayudar a Ucrania a defenderse, “la derrota de Rusia es indispensable para la seguridad y la estabilidad de Europa”. No obstante, Estados Unidos, Alemania y otras naciones desestimaron de inmediato la posibilidad de enviar tropas a Ucrania. (Según algunos analistas, Macron cayó en la trampa de Putin al exponer las divisiones entre los aliados).

Sin embargo, es posible que Putin haya percibido que este era un momento especialmente propicio para poner a prueba la profundidad del nerviosismo de Occidente. La reciente declaración del expresidente Donald Trump respecto a que Rusia podía hacer “lo que le diera la gana” a una nación de la OTAN que no contribuyera de manera suficiente a la defensa colectiva de la alianza y que él no respondería tuvo una resonancia profunda en toda Europa. Al igual que la negativa del Congreso, hasta ahora, para suministrar más armas a Ucrania.

Es posible que el dirigente ruso también haya respondido a las especulaciones de que Estados Unidos, preocupado porque Ucrania va encamino hacia la derrota, podría suministrarle misiles de mayor alcance a Kiev o confiscar los 300.000 millones de dólares de activos rusos congelados desde hace tiempo, y que están en bancos de Occidente, para entregárselos al presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, para que compre más armas.

Sin importar qué fue lo que alteró a Putin, el mensaje del mandatario ruso fue claro: considera la victoria en Ucrania como una lucha existencial, fundamental para su plan de mayor envergadura de restaurar la gloria de los días en que Pedro el Grande gobernó en el apogeo del Imperio ruso. Y, una vez que la lucha se considera una guerra de supervivencia en vez de una guerra por elección, el paso a debatir el uso de armas nucleares es pequeño.

“Siempre que los rusos vuelven a las amenazas nucleares, es señal de que reconocen que todavía no tienen la capacidad militar convencional que creían tener”, opinó el jueves en una entrevista Ernest J. Moniz, exsecretario de Energía del gobierno de Obama y actual director ejecutivo de Nuclear Threat Initiative, una organización sin fines de lucro que trabaja en la reducción de las amenazas nucleares y biológicas.

“Pero eso significa que su postura nuclear es algo en lo que confían cada vez más”, comentó. Y “eso amplifica el riesgo”.

c.2024 The New York Times Company