El aficionado número uno de los Juegos Olímpicos
En algún momento de la noche del lunes, sin duda con gran tristeza, Antoine Griezmann regresó a Madrid. Se había mantenido alejado el mayor tiempo posible, pero el martes por la mañana tenía previsto su primer entrenamiento con el Atlético de Madrid. La temporada de fútbol europeo, larga y ardua, se asomaba en el horizonte. El verano, para él, había terminado. Era hora de volver al trabajo.
Sin embargo, en apenas unas horas quedó claro cuáles eran sus prioridades. “Bravo Clarisse”, escribió en su cuenta de X, en honor a la judoca francesa Clarisse Agbegnenou, que acababa de conseguir una medalla de bronce en París. Agbegnenou había celebrado su medalla con su hija pequeña. “La medalla de oro está en tus brazos”, añadió Griezmann.
Griezmann no iba a permitir que el pequeño asunto de la distancia —o tener que someterse al agotador entrenamiento de pretemporada de su entrenador, Diego Simeone— le impidiera ver los Juegos Olímpicos o proclamar cada éxito francés al mundo.
Durante los siguientes días, Griezmann, de 33 años, saborearía un oro en triatlón, una plata en natación y un bronce en ciclismo BMX, todos con el mismo júbilo desenfrenado. Estaba tan emocionado por el éxito del nadador Léon Marchand que publicó varios emojis de sirenas, suponiendo (correctamente) que todos en Francia sabrían de qué estaba hablando.
Las “Alertes Medailles” de Griezmann —siempre en mayúscula— se han convertido en una característica tal de estos Juegos Olímpicos que X les ha otorgado su propia etiqueta: una imagen de Griezmann con un sombrero de paja, tomada de una selfi que él capturó mientras asistía a los Juegos.
Es un papel que se toma en serio: cuando publicó tarde una alerta por una medalla de triatlón, se disculpó. No se le permite tener su teléfono en la mesa a la hora de comer, dijo. (Siendo realistas, esto podría ser una regla impuesta por Simeone en su equipo o por la esposa de Griezmann, en un intento de dar un buen ejemplo a los tres hijos de la pareja. Como es un dato demasiado bueno como para no incluirlo, simplemente señalamos el hecho de que todos los hijos de Griezmann nacieron el 8 de abril, pero en años distintos).
Incluso el presidente francés, Emmanuel Macron, se ha convertido en un devoto del servicio de noticias unipersonal totalmente voluntario de Griezmann. Cuando apareció un artículo en la revista Paris Match que afirmaba que Macron había encargado a su personal desarrollar una aplicación para informarle cada vez que Francia ganara una medalla en estos Juegos, Macron respondió que “la aplicación se llama Antoine Griezmann”.
Hay algo irresistiblemente entrañable en el amor desenfadado de Griezmann por los Juegos Olímpicos. A la mayoría de los futbolistas les gustan otros deportes, por supuesto. Los atletas invariablemente se sienten atraídos por el compromiso, la habilidad y la dedicación que requieren disciplinas distintas a la suya; aprecian, a un nivel muchísimo mayor que la mayoría de nosotros, todo lo que se necesita para llegar a la cima y permanecer allí.
Pero Griezmann destaca incluso entre sus compañeros debido a su pasión por, bueno, prácticamente todo. Incluso bien entrada la segunda década de su carrera, una que le ha traído una buena cantidad de decepciones y arrepentimientos, sigue siendo un gran aficionado al fútbol.
Y ahora hemos descubierto que realmente ama los Juegos Olímpicos. Antes de tener que regresar a Madrid —a regañadientes, al parecer— asistió a tantos eventos como pudo, publicando imágenes de la equitación en Versalles, la natación en Nanterre y el rugby 7 en el Stade de France. A Antoine Griezmann le encantan los Juegos Olímpicos.
En una era en la que cada imagen es una oportunidad para tomar fotografías, cada reunión es una activación de patrocinio y cada respiro es contenido, resulta reconfortante ver algo tan (comparativamente) sin filtros, tan honesto y tan auténtico.
Es un recordatorio de que todo el mundo es susceptible de dejarse arrastrar por lo que estamos obligados, casi por contrato, a llamar el espíritu olímpico; que este evento enorme, a menudo turbulento y difícil de manejar, puede ejercer y todavía ejerce control sobre el imaginario colectivo común, y que ni siquiera los jugadores de fútbol campeones del mundo están exentos.
Muy rara vez vemos a los jugadores de fútbol como fanáticos. Eso no debería ser una sorpresa, por supuesto. Ser un futbolista profesional, especialmente uno del nivel de Griezmann, es pasar mucho tiempo siendo criticado, menospreciado y analizado; quizá sea necesario cierto grado de disociación cognitiva para sobrevivir en un entorno tan brutal e implacable.
Pero, ante todo, y en el fondo, eso es lo que son —al menos en su mayor parte— y siempre deben haber sido.
A través de los Juegos Olímpicos, a través de su amor profundo, sincero y algo inocente por ellos, Griezmann ha encontrado una manera de expresar eso. No importa si se trata de tenis de mesa, judo, triatlón o, cuando empiece, el deporte que se conocerá como lucha en kayak. Griezmann quiere celebrar a su país, por supuesto, y todos sus éxitos en estos Juegos. Pero, ante todo, está aquí por el deporte. Excepto cuando está comiendo.
¿Por qué no construirlo en el cielo?
¿Cuál fue tu parte favorita del documento de “candidatura” de Arabia Saudita para la Copa Mundial de 2034, ese que la FIFA publicó por mera casualidad —en un momento bastante desafortunado, no se pudo evitar— en medio de los Juegos Olímpicos? ¿Fue la parte en la que en realidad no era un documento de candidatura, sino más bien el adorno escabroso y triunfalista de un hecho consumado?
¿O fue, en cambio, una de las dos joyas relucientes contenidas en el brillante folleto de un futuro por el que nadie votó y que muy poca gente quiere?
Arabia Saudita tal vez pensó que prometer construir un estadio en una ciudad futurista que en realidad no existe —el horror distópico de NEOM— impresionaría a la gente, pero algunos de nosotros todavía recordamos, con escalofrío, a Lusail, sede de la final del Mundial de 2022 en Catar y de ningún modo un pueblo Potemkin erigido para ocultar las ambiciones de un Estado autocrático.
Pero fueron más allá: la propuesta saudita promete que el estadio que aún no se ha construido, en la ciudad que en realidad no está allí, se construirá en el cielo.
El fútbol tiene la costumbre de lanzar estas frases de tipo “valle inquietante”: frases que tienen un sentido coherente como lenguaje pero que son demasiado absurdas para comprenderlas, plenamente, como concepto. El campo del estadio estará a cientos de metros en el aire. ¿Por qué? En Catar aprendimos que era una regla de oro no formular la pregunta de esa manera. La mejor pregunta es: ¿por qué no?
Por supuesto, solo el tiempo dirá si algo de esto en realidad va a suceder. Hubo varios puntos en el camino a Catar en los que parecía inevitable que toda la empresa colapsara bajo el peso de su propia ambición y, sin embargo, el torneo se desarrolló (a grandes rasgos) según lo planeado. Catar, al final, consiguió precisamente el evento que quería. La suposición funcional tiene que ser que Arabia Saudita hará lo mismo.
Sin embargo, es difícil no preguntarse si esto es una especie de “salto de tiburón”. El fútbol es un juego maravilloso, un lenguaje común, un fenómeno cultural, la actividad de ocio más popular que el mundo haya visto jamás. Sin embargo, en el fondo, si existe un punto en el que tengamos que preguntarnos si todo ha ido demasiado lejos, quizá sea el momento en que empecemos a construir estadios en el cielo.
c.2024 The New York Times Company