¿El fin de la democracia? | Opinión



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En un delicioso, aunque quizás apócrifo, intercambio entre el dramaturgo George Bernard Shaw y Winston Churchill, un gran defensor de la democracia, Shaw le escribe a Churchill:

“Le adjunto aquí dos entradas para la primera noche de mi nueva obra; traiga a un amigo, si lo tiene”.

A lo que el ingenioso Churchill respondió: “No puedo asistir a la primera noche, asistiré a la segunda… si hay una”.

Shaw era un pensador de izquierda que, mientras hacía fortuna en la Gran Bretaña capitalista, había visitado y elogiado la Rusia de Joseph Stalin, y había expresado su veneración por Benito Mussolini.

Recordemos que Mussolini acuñó el término “totalitario” para describir su nuevo tipo de gobierno, que Shaw admiraba.

Sin embargo, como señaló Hannah Arendt, una de las filósofas políticas más importantes del siglo XX, el totalitarismo es la negación más radical de la libertad humana en la historia de la humanidad.

Hace poco recordé este intercambio entre Shaw y Churchill mientras pensaba, angustiado, si las libertades democráticas están llegando a su fin en el mundo.

Cada vez más, la esfera pública de pensamiento sociopolítico parece gravitar hacia el autoritarismo. Algunos datos indican que la democracia puede efectivamente haber entrado en su etapa final.

Las organizaciones que monitorean la libertad, como The Cato Institute y Freedom House, informan de que mundialmente, en 2021, sesenta países sufrieron un retroceso de libertad. Hoy en día, solo el 20 % de la población mundial puede decirse que vive en un país libre.

En Estados Unidos nos engañamos creyendo que, el tomar decisiones racionales nos ayudará a evitar un destino de vida con libertades mermadas.

En su libro del mismo título que este artículo, pero sin la interrogación dubitativa, el historiador belga Christophe Buffin de Chosal afirma que, efectivamente, la democracia expira. Alega que la gobernanza democrática es una ilusión porque no es realista, sino artificial, y en conflicto con la naturaleza humana.

Sostiene que la democracia nos ha dado la falsa promesa de que no necesitamos defendernos del Estado porque somos el Estado. Chosal avanza la tesis de que el gobierno del pueblo es absolutamente impracticable.

El pueblo, como agregado, no puede tomar decisiones como lo hace una sola persona, y debe confiar en intermediarios corruptos e interesados.

Para Chosal la democracia no es un sistema político de la mayoría, sino de la minoría más poderosa. En El fin de la democracia, Chosal señala, y es un argumento válido, que los gobiernos totalitarios establecidos en el siglo XX, como los de Napoleón, Hitler y Lenin, tuvieron su origen en la democracia.

El libro de Buffin de Chosal trata sobre todo de las elecciones europeas, pero su análisis se puede extrapolar a las elecciones estadounidenses.

En nuestras elecciones de 2020, con 257 millones de ciudadanos en edad de votar, solo votó el 62%; el 38 % decidió no votar. Este nivel de ausentismo electoral es revelador. En estas elecciones, Joe Biden ganó con 81 millones de votos, es decir, el 31% de la población en edad de votar.

En opinión de Chosal, los abstencionistas consideran que votar es inútil porque “el candidato de su elección no tiene posibilidad de ganar, o porque el país será gobernado de la misma manera, no importa quién gane”. A menudo he oído a conocidos expresar opiniones similares. De cualquier modo, me aferro a la idea de que los principios democráticos siguen siendo los mejores que la humanidad ha ideado para gobernarse. De hecho, Chosal no ofrece una mejor alternativa.

Esta carencia de una opción preferible al gobierno democrático me remite a otra deliciosa anécdota de Churchill. Es la historia de un encuentro entre él y la irascible Lady Astor, primera mujer en ocupar un cargo de ministra en la Cámara de los Comunes. Cuando Lady Astor no consiguió derrotar a Churchill en una discusión, bromeó:

“Oh, si fueras mi marido, pondría veneno en tu té”. A lo que Churchill respondió: “Señora, si yo fuera su marido, lo bebería con gusto”.

La democracia es algo así, no debemos envenenarla, sino vigilarla y aprender a vivir con sus imperfecciones.

El último libro de José Azel es “Sobre la libertad”.