La demanda de ramas está acabando con una selva tropical

Un horno para fabricar carbón vegetal, usado comúnmente para cocinar, junto a un afluente del río Congo en Mbandaka, República Democrática del Congo, el 16 de marzo de 2022. (Ashley Gilbertson/The New York Times)
Un horno para fabricar carbón vegetal, usado comúnmente para cocinar, junto a un afluente del río Congo en Mbandaka, República Democrática del Congo, el 16 de marzo de 2022. (Ashley Gilbertson/The New York Times)

Todos los días, a última hora de la tarde, salen mujeres de la maleza hacia una carretera situada al sur del ecuador cargando con bolsas de leña. Los hombres pasan en moto, uno tras otro, transportando bolsas de carbón. Los chicos caminan con un solo tronco colgado al hombro, como si llevaran una baguette.

En lo profundo del bosque, Debay Ipalensenda deja su hacha y se une a este desfile forestal, que está destruyendo lentamente uno de los paisajes más importantes del mundo, todo para cocinar los alimentos.

La escena se desarrolla no solo en este tramo de carretera en el Congo, sino a lo largo de los 1,3 millones de kilómetros cuadrados de selva tropical de la cuenca del Congo, que alberga la segunda selva tropical más grande y antigua del mundo.

Es un ritual que por su ubicuidad es una tragedia, y no solo para generaciones de personas que no tienen otra manera de preparar los alimentos que cocinarlos en fogatas, sino también para todo el planeta, ya que los bosques que absorben el carbono, tan importantes para frenar el calentamiento global, son destrozados árbol por árbol y, en algunos casos, rama por rama.

En el Congo, la industria maderera arranca valiosos árboles centenarios para utilizarlos en la fabricación de muebles y en la construcción de viviendas, lo que contribuye a la destrucción de los bosques, sobre todo cuando no se regula de manera adecuada. Como si esto fuera poco, se queman franjas enteras de bosque para convertirlos en tierras de cultivo.

No obstante, el asalto al bosque por parte de la gente común que busca insumos para cocinar también es sorprendentemente destructivo. Esto se debe, en parte, a que la tala y la quema de árboles libera reservas de dióxido de carbono en la atmósfera, donde actúa como una manta, al atrapar el calor del sol y calentar al planeta, pero, además, cocinar con fogatas de leña y carbón vegetal (madera que se quema hasta reducirla a casi puro carbón, que arde más tiempo y a mayor temperatura) afecta a la calidad del aire por las partículas que despide el humo.

Nana Mputsu recolecta restos de madera de una propiedad que quemaron para convertirla en tierras de cultivo, en Mbandaka, República Democrática del Congo, el 15 de marzo de 2022. (Ashley Gilbertson/The New York Times)
Nana Mputsu recolecta restos de madera de una propiedad que quemaron para convertirla en tierras de cultivo, en Mbandaka, República Democrática del Congo, el 15 de marzo de 2022. (Ashley Gilbertson/The New York Times)

Casi el 90 por ciento de los 89,5 millones de habitantes del Congo dependen de la leña y el carbón vegetal para cocinar, según estimaciones del Banco Mundial. El Congo perdió más de 485.000 hectáreas de bosque virgen en 2021, principalmente a causa de la tala de tierras para la agricultura y la recolección de madera para las fogatas y el carbón vegetal por parte de residentes, según Global Forest Watch.

Ipalensenda forma parte del floreciente comercio que abastece a una población en crecimiento. Mientras cortaba el tronco de un árbol, el ruido de su hacha casera resonaba en el bosque. No quiere trabajar ahí, en los árboles, donde ondea el hacha durante horas y horas. Antes tenía planes más ambiciosos.

“¿Mi sueño? Bueno”, suspiró e hizo una pausa, apoyándose en su hacha mientras una mariposa amarilla pasaba revoloteando frente a su rostro. “Mi sueño era ser médico”.

Ipalensenda, de 33 años, se graduó del bachillerato y pensaba ir a la universidad, pero su padre enfermó y murió. De repente, le tocó mantener a la familia en el aspecto económico.

“Ahora soy carbonero”, señaló.

El trabajo era uno de los pocos disponibles en las pequeñas comunidades de casas de adobe que flanquean el bosque. A final de cuentas, todo el mundo necesita una manera de cocinar.

La mayor parte del deterioro de los bosques en el Congo es una cuestión de supervivencia. A pesar de su inmensa arboleda, sus caudalosos ríos y su abundancia de piedras preciosas, minerales y metales, el país es uno de los más pobres del mundo. También es uno de los menos electrificados.

La red eléctrica apenas existe en esta nación de flagrantes desigualdades. Esto es evidente incluso a cientos de kilómetros de donde está Ipalensenda, en la capital, Kinsasa, donde los llamativos hoteles y clubes nocturnos ocultan la realidad: incluso ahí, en una de las ciudades más grandes de África, son relativamente pocas las personas que utilizan estufas de gas o eléctricas.

“Tengo electricidad, y eso me cambió la vida”, aseveró Israel Monga, uno de los afortunados, mientras se encuentra de pie en una calle en una tarde calurosa; sin embargo, Monga tiene contactos: es un electricista que trabaja para la Société Nationale d’Électricité, la compañía eléctrica nacional.

La historia es diferente para casi todos los demás.

Menos del 17 por ciento del país tiene acceso a la electricidad, según el Banco Mundial, y quienes sí la tienen están acostumbrados a los problemas. Es habitual que de los pocos cables eléctricos que hay en Kinsasa estallen pequeños incendios, y los apagones sean frecuentes. A principios de este año, más de una veintena de personas murieron cuando un cable eléctrico se rompió y cayó sobre un mercado abarrotado.

Las panaderías en las que se elaboran baguettes y un pan de yuca espeso llamado fufu suelen utilizar carbón o leña para cocinar. También lo utilizan los puestos en los que se vende el popular platillo de pollo a la mayonesa, con su mezcla de cebollas y chiles, y también lo usan innumerables personas en las cocinas de sus casas.

La mayoría de los habitantes de Kinsasa dependen de las ramas y briquetas que llegan a la ciudad en camiones todos los días, producto de innumerables carboneros y recolectores de leña que asaltan los árboles de las zonas rurales fuera de la ciudad.

El Congo tiene un gran potencial para generar energía limpia. Algunos investigadores creen que el río Congo, que atraviesa el país, podría aprovecharse para suministrar energía a todo el continente. El gobierno del país lleva décadas intentando poner en marcha más instalaciones hidroeléctricas.

No obstante, un plan para crear más presas, las cuales podrían duplicar la capacidad de la presa de las Tres Gargantas en China, se ha estancado en parte porque el proyecto se ha visto envuelto en disputas entre las empresas internacionales que compiten por la obra. El sistema hidroeléctrico actual está deteriorado y mal gestionado.

Mientras tanto, políticos, académicos, activistas, instituciones financieras mundiales y empresarios han tratado de encontrar soluciones para que las familias dejen de utilizar el carbón vegetal. Unos pocos proyectos proporcionan energía limpia a ciertas zonas comunitarias en todo el país. Algunos están diseñados para capacitar a los habitantes en la construcción de los hornos donde se hace el carbón vegetal con menos madera, o para hacer carbón ecológico a partir de residuos orgánicos.

Pero nada de eso ha llegado a Ipalensenda, quien se adentra a diario en el bosque, serpenteando durante horas, descalzo, entre los árboles de un terreno pantanoso. La mitad del trayecto lo hace atravesar una extensión de agua que le llega hasta los muslos, en un bosque fragmentado en el que ya han cortado grupos de árboles.

“Nos enseñaron que, al cortar el bosque, desaparecerá el oxígeno”, dijo. “Por supuesto, me preocupa, pero ¿qué puedes hacer cuando ves que la única forma de alimentar a tu familia es cortar árboles? No hay otra opción”.

c.2022 The New York Times Company