Dejé de beber hace cuatro años y todavía me enfrento a la cultura de la bebida


Quizá te propusiste en Año Nuevo reducir la cantidad de alcohol que bebes o dejar de beber por completo. Tal vez te hayas comprometido a pasar el mes de enero sin beber. Tal vez te alarmaste cuando el cirujano general dijo la semana pasada que el consumo de alcohol es una de las principales causas prevenibles de cáncer, y que las bebidas alcohólicas deberían llevar etiquetas de advertencia más parecidas a las de los cigarrillos.

Sea cual sea el motivo, se respira una reconsideración del alcohol en nuestras vidas.

Como alguien que dejó de beber hace cuatro años, poco después de la muerte de mi hermano —que fue para mí un momento de reflexión—, siempre me animo cuando la gente me dice que está considerando la posibilidad de dejarlo. Esto se debe en parte a que sé que dejar de beber implica algo más que vencer la sed; se trata también de enfrentarse a los aspectos de nuestra cultura que normalizan e idealizan la bebida y que pueden ser suspicaces y desdeñosos con quien deja de beber.

Dejé de beber porque estaba harto de estar cansado, de sentirme nebuloso y enfermo, de no ser capaz de reconocerme a mí mismo. Sentía que me moría. Y quería vivir.

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Pero dejar de beber no llegó sin miedos.

No sabía quién sería sin alcohol. No sabía si seguiría siendo divertido y gracioso. Y lo que es más importante para mí, no sabía si sería capaz de acceder a mi creatividad sin alguna forma de alcanzar la trascendencia.

En su autobiografía, la difunta cantante Natalie Cole describe cómo, en un momento de su carrera, “realmente creía que necesitaba drogas para rendir al máximo”. En un momento dado, me preocupaba que la poesía del lenguaje se me escapara sin beber.

Esa preocupación resultó ser infundada.

Dejar de beber fue una de las mejores decisiones que he tomado nunca. Estoy más sano y soy más feliz. Pienso con más claridad y duermo más profundamente. Ya no pierdo ni olvido cosas. Puedo sentarme tranquilamente con mis pensamientos sin inquietarme. Y he ahorrado una cantidad de dinero notable.

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Alguien me dijo una vez que yo era uno de los afortunados: mi forma de beber era habitual, no una adicción física. En efecto, mi cuerpo no ansiaba el alcohol, ni experimentaba síndrome de abstinencia. Cuando dejé de beber, la prueba consistió en superar momentos emocionales difíciles.

Más tarde, me daría cuenta de que beber era para mí una forma de disminuir el peso de sentirme abrumado. Cuando bebía, podía regular los altibajos. A veces la vida me parecía brutal, así que le quitaba el filo.

Apagar el impulso de beber resultó ser el paso de un solo pie; luchar contra la cultura en torno a la bebida era el otro.

Siempre entendí los juicios morales sobre el consumo excesivo, pero no había previsto los que se hacían sobre no consumir.

Las personas que no beben son objeto de burlas rutinarias, ya sea porque se quejan mucho, porque les falta alegría, porque matan el ambiente o porque carecen del autocontrol necesario para participar adecuadamente en una parte normal de la socialización adulta. La gente a menudo parece pensar que seguramente algo trágico debió precipitar tu sobriedad, como un diagnóstico devastador o un suceso muy vergonzoso: no elegiste el banquillo, te expulsaron del partido. El problema eras tú, no el alcohol.

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Es como si algunas personas necesitaran una historia traumática para darle sentido a tu decisión de dejar de beber; de lo contrario, tu repentina abstinencia echa una sombra sobre el propio consumo continuado de ellas e interpretan tu elección personal como una crítica a la suya.

Por esta razón, a quien deja de beber se le pregunta constantemente por qué; a mí me lo preguntan todo el tiempo. Algunas personas tienen una respuesta que satisface esta pregunta —si describen, por ejemplo, haber tocado fondo—, pero otras no. En cualquier caso, no es asunto de nadie.

Ahora a veces termino el interrogatorio con una broma: “Lo dejé porque ya me lo había bebido todo”. Esto suele ser lo suficientemente duro conmigo mismo para que la gente me deje de prestar atención.

Pero la pregunta a menudo permanece en las miradas persistentes: ¿por qué no podía seguir participando en el glamur de la bebida de élite, en la que la gente se convierte en sumiller aficionado, exhibiendo sus conocimientos y colecciones de vinos finos como marcadores de clase? ¿Por qué no podía disfrutar de vez en cuando de un cóctel pretencioso preparado con hierbas o amargos exóticos y adornado con frutos secos o flores comestibles?

Bueno, el alcohol de élite sigue siendo alcohol y yo sigo sin quererlo ni necesitarlo.

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No creo que todo el mundo se dé cuenta de la experiencia que supone que te traten como a un bicho raro por haber hecho una elección saludable.

Precisamente porque soy objeto de estos juicios como una persona que no bebe, intento no juzgar a quien sí lo hace. Mi novio es un bebedor moderado, y de vez en cuando me reúno con amigos en un bar.

Pero ahora lo que me llama la atención es la tristeza de esos espacios, y soy incapaz de conectar con la parte de mí que una vez los disfrutó. ¿Cómo me había acostumbrado al olor a toallas sucias de bar y a desinfectante barato? ¿Cómo no había detectado la soledad oculta en las risas estridentes? ¿Cómo no lo había visto entonces, como lo veo ahora, como un funeral disfrazado de una fiesta?

En casa, tengo a la mano opciones alcohólicas y no alcohólicas para cuando llegan invitados. De vez en cuando organizo cócteles —todavía estoy buscando un nombre mejor que indique rápidamente “reunión nocturna”— y me ha sorprendido gratamente que un número cada vez mayor de invitados se hayan unido a mí en no beber.

Considero que mi papel en mi grupo de amigos no es el de regañar, sino el de ser modelo de una sobriedad dinámica. Intento aliviar el estigma del aguafiestas para que la gente sepa que puede estar sobria y seguir siendo sociable. Intento cambiar la cultura.

Charles M. Blow es columnista de Opinión de The New York Times y escribe sobre política nacional, opinión pública y justicia social, con especial énfasis en la igualdad racial y los derechos de la comunidad LGBTQ. @CharlesMBlow Facebook

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