Por qué deberíamos tener cosas bonitas

Si todo sale bien, el Bayer Leverkusen terminará esta temporada con un récord, dos trofeos y tan solo tres inquietantes preguntas existenciales. Todas se remontan al miércoles, a Dublín, a la final de la Liga Europa y todas se formularán exactamente de la misma forma nefasta: ¿y si...?

¿Y si Exequiel Palacios hubiera visto venir a Ademola Lookman? ¿Y si Granit Xhaka no hubiera regalado el balón? ¿Y si Edmond Tapsoba hubiera estirado la pierna? ¿Habría sido diferente la final? ¿Pudo haber remontado el Leverkusen para vencer al Atalanta? ¿El entrenador del Leverkusen, Xabi Alonso, pudo haber conducido a su equipo a un triplete invicto?

Por supuesto que es cruel que sea así. Después de todo, el Leverkusen ha iluminado la temporada europea como ningún otro equipo. Ha ganado su primer campeonato alemán, después de 120 años en el intento. Este fin de semana debería sumar la Copa de Alemania a su palmarés. Ha superado al Benfica como el poseedor de la racha de imbatibilidad más larga en el fútbol europeo desde la Primera Guerra Mundial. Y lo ha hecho todo, en caso de que nadie lo haya mencionado, en la primera temporada completa de Alonso como entrenador.

Así debería recordarse su temporada. Cuando Alonso, sus jugadores y sus aficionados reflexionen sobre esta campaña en los años por venir, deberían darle relevancia a lo que consiguió el equipo, no a lo que le faltó. Ha superado incluso sus ambiciones más fantasiosas. Sin embargo, deber no es lo mismo que querer. Nada duele tanto como el “casi”. Lo quiera o no, el Leverkusen siempre se lo preguntará.

No obstante, hay un lado positivo. Hace un par de meses, cuando el Liverpool y el Bayern de Múnich empezaban a buscar un nuevo entrenador, Alonso dejó claro que no iba a aceptar un acercamiento de ninguno de los dos clubes. Argumentó que todavía estaba perfeccionando su oficio. Había hecho un compromiso a largo plazo con el Leverkusen y no tenía intención de romperlo a la primera de cambio.

En aquel momento —y es posible que incluso más ahora— esto pareció inequívocamente contracultural. El fútbol no solo está condicionado a creer que se deben aprovechar todas las oportunidades que se presenten, sino que también está estructurado a nivel económico para que los grandes y buenos del juego (a menudo autoproclamados) adquieran de inmediato lo nuevo, brillante o prometedor.

Por ejemplo, Kieran McKenna ha sido un entrenador de equipos profesionales apenas un poco más que Alonso. Tan solo tiene 38 años. En sus dos campañas en el Ipswich Town, ha guiado al club desde la League One —la tercera división del fútbol inglés— hasta la Liga Premier. La próxima temporada, por primera vez en dos décadas, el Ipswich ocupará un lugar en el máximo circuito de Inglaterra.

Que esté o no McKenna es harina de otro costal. El Brighton está ansioso por nombrarlo como el remplazo de Roberto De Zerbi. El Chelsea quiere ofrecerle la oportunidad de ser despedido el año que viene en esta época. El Ipswich planea ofrecerle un contrato mejorado en un intento de persuadirlo para que se quede. Sin embargo, la oportunidad de seguir adelante y ascender tal vez sea demasiado difícil de resistir.

Lo más probable es que ocurra lo mismo con el Crystal Palace. La transformación del club, en los dos últimos meses de la temporada, en una especie de cruce entre el Barcelona de la era Guardiola y el equipo de Michael Jordan en “Space Jam” se inspiró no solo en la labor experta de su nuevo entrenador, Oliver Glasner, sino también en el talento improvisado de Eberechi Eze y Michael Olise.

El Palace, el cual en cierto momento de esta temporada estuvo en riesgo de descender, de repente parecía imparable. El equipo de Glasner venció al Liverpool en el Anfield, despachó al Manchester United 4-0 y luego desmanteló al Aston Villa el último día de la temporada. Bajo el sol del Selhurst Park, seguro fue tentador soñar despierto con lo que este equipo podría lograr la próxima temporada.

Pero por supuesto que no es probable que eso pueda convertirse en algo más que un sueño. El Tottenham y el Manchester City están detrás de Olise. Se ha vinculado a Eze con ofertas del Manchester United y del Chelsea. Para ser sinceros, ninguna de las dos opciones tiene un atractivo especial en estos momentos, pero eso marcará poca diferencia. Una estrella o las dos se irán y al Crystal Palace solo le quedará el recuerdo de una primavera mágica.

Esta es la gran aflicción del fútbol moderno: a pesar de todo el brillo, el glamur, el bombo y el platillo, su brutal economía deja a la mayoría de los aficionados y los equipos con nada más que una sucesión de futuros hipotéticos. Lo único que puede hacer la inmensa mayoría es preguntarse qué podría haber pasado si las cosas hubieran sido un poco distintas.

El Leverkusen —y es posible que solo el Leverkusen— ha evitado ese destino, por ahora. Alonso prometió lealtad y varios jugadores destacados del equipo hicieron lo propio poco tiempo después. Y lo más importante: Florian Wirtz, la vertiginosa fuerza creativa del Leverkusen, también planea quedarse un tiempo.

El club, desafiando la lógica despiadada del fútbol moderno, aún podría tener la oportunidad de construir algo: no permanente, tal vez, sino duradero, al menos.

No obstante, las preguntas que se generaron en Dublín persistirán. El Leverkusen estuvo demasiado cerca de algo extraordinario como para no lamentarlo. Sin embargo, no tendrá que preguntarse hasta dónde pudo haber llegado este equipo, con este entrenador. Durante un año más, tendrá la oportunidad de averiguarlo. En verdad es una lástima que no ocurra lo mismo con los demás.

c.2024 The New York Times Company