¿Dónde encontrar al Donald Trump amistoso? Busca en la machoesfera
Donald Trump, quien fue el presidente número 45 de Estados Unidos y pronto se convertirá en el presidente número 47 de ese país, es un charlatán: implacable, testarudo, a menudo cruel y a veces divertido. El sonido y la estrategia dominantes de las mayores convulsiones políticas estadounidenses de la última década bien podrían ser su forma de hablar sin parar.
Por eso es digno de mención cuando alguien acostumbrado a dominar la comunicación se topa con otra persona capaz de marcar el ritmo y el tono de la conversación.
Esto fue lo que ocurrió hace unas semanas durante su aparición en el pódcast de Theo Von, "This Past Weekend". Von, quien comenzó su carrera en un programa de telerrealidad y es un popular cómico, es un conversador de lo más ingenuo cuyas charlas son no lineales, a veces provocativas, muy a menudo divertidas y rítmicamente desordenadas. No se propuso inquietar al expresidente, pero de algún modo, zigzagueando de un tema a otro, eso fue lo que ocurrió. Le preguntó a Trump sobre sus hijos y su relación con el padre de Trump. Señaló que la calidad de audio de la conversación de Trump con Elon Musk en X no era muy buena.
Lo más importante fue que Von habló con franqueza de sus propias batallas con la adicción; la frase “la cocaína te convertirá en un maldito búho, colega” entró de inmediato en el salón de la fama de las entrevistas políticas. Esa línea de conversación pareció tranquilizar a Trump, que no bebe ni consume drogas, y cuyo hermano mayor, Fred, luchó contra el alcoholismo. A menudo, Trump parecía observar a Von con una mezcla de conmoción y preocupación. Al final de su conversación de una hora, dejó a Von con una bendición expresada torpemente: “Buena suerte con tu situación”, refiriéndose al proceso de recuperación de Von. Fue casi dulce.
Esta fue una de las inusuales conversaciones que Trump sostuvo en las últimas semanas de la campaña presidencial, como parte de una nueva estrategia: prescindir de la mayoría de los medios de comunicación convencionales e ir directamente a la machoesfera, el grupo vago de podcasteros, emisores en directo, estrellas de las redes sociales y otras figuras atípicas de los medios de comunicación que últimamente han monopolizado el discurso en internet. En los dos meses previos a las elecciones, Trump se sentó a conversar con al menos ocho podcasteros y emisores en directo: todos hombres, muchos menores de 35 años, en principio políticamente curiosos, a veces pueriles y poco serios, y a veces rencorosos y escabrosos.
La campaña de Kamala Harris se basó en el dominio y la continuidad de la supuesta monocultura: una aparición de Oprah Winfrey, una expresión de respaldo de Beyoncé en un mitin, el apoyo en Instagram de Taylor Swift, el twerkeo de Megan Thee Stallion. Asumía la existencia de una tienda cultural coherente bajo la que ya vivían los votantes a los que iba dirigida, y presentaba la aceptación de Harris por parte de estas estrellas como una extensión de la afición preexistente de la audiencia.
Trump, al que se le negó el acceso a esta monocultura, adoptó un enfoque a la vez fragmentario y más moderno y, en muchos sentidos, más en sintonía con el ritmo de la dieta mediática de los jóvenes. Optó por lo efímero, lo nicho, lo ligeramente escandaloso. Sus opciones incluyeron el pódcast “Joe Rogan Experience” que lleva muchos años al aire, así como “This Past Weekend” y “Flagrant” de Andrew Schulz; un par de turnos con los bromistas-chatbots Nelk Boys; bromas con atletas en “Bussin' With the Boys” y “Break 50” de Bryson DeChambeau; y la emisión en vivo de Adin Ross, filmada en Mar-a-Lago, el complejo turístico de Trump en Palm Beach, Florida.
Estos programas y sus estrellas calan hondo entre los jóvenes con los que es difícil comunicarse, aunque las apariciones de Trump en ellos en general se consideran curiosidades políticas, no fenómenos culturales. Reflejan un cambio en lo que probablemente será el tono de la conversación política en el futuro, tanto en internet como fuera de ella. Un aspecto todavía más importante fue que también le brindaron una oportunidad inigualable de renovación de imagen a un candidato al que se suele ver públicamente con un tono de queja adusta.
Por lo regular, el Trump de estos programas —que emiten colectivamente la energía de un vestuario y retratan la masculinidad de la época de “Porky's”— no se hacía eco del Trump de sus interminables mítines ni de sus numerosas entrevistas en Fox News o de sus diatribas en Truth Social. Casi no hablaba de política. Más bien, se mostró amistoso, a veces afectuoso, ocasionalmente curioso y, en general, con más soltura aparente que en casi cualquier otro espacio público. A veces, incluso parecía un poco avergonzado por los halagos de los presentadores, como si no pudiera creerse el cúmulo de adoración con el que se había encontrado.
Los Nelk Boys son los más intensos y los creadores; Trump apareció por primera vez en su pódcast, “Full Send”, hace cuatro años. Su reciente aparición, además de otro vlog que documentó el viaje de los Nelk en el avión de Trump, se percibió como una camarilla de novatos asombrados por un veterano que les contaba cuentos chinos. Fue el recordatorio más familiar de la primera campaña de Trump, durante la cual los programas nocturnos le dieron la bienvenida y Jimmy Fallon le despeinó el cabello cariñosamente.
De toda la reciente avalancha de conversaciones con Trump, la de Von —filmada en el club de golf de Trump en Bedminster, Nueva Jersey— fue, por mucho, la más reflexiva y reveladora.
Von no se deja intimidar por la fama o la autoridad, y está casi temerosamente en sintonía con los giros de su propia curiosidad, lo que hace que las conversaciones sean irregulares y exijan estar alerta. (Las recientes entrevistas del podcastero con Bernie Sanders y JD Vance demuestran que siempre es igual de inquisidor). Incluso Rogan, que es un interrogador tenaz, tuvo problemas con los rodeos de Trump. A veces, esos balbuceos — “la trama”, en palabras de Trump— se convirtieron en el tema de la conversación. Will Compton, de “Bussin'”, reconoció la tortuosidad de Trump e intentó regresarlo al tema, con un éxito limitado. Schulz y su compañero Akaash Singh fueron los más punzantes a la hora de pedirle a Trump que respondiera preguntas concretas, aunque en un momento dado, tras minutos de filibusterismo, Schulz se encogió de hombros: “Ahora ni siquiera quiero saber la respuesta”.
En todas estas apariciones, Trump hizo preguntas a menudo, lo que reveló cómo operan sus curiosidades, aunque se limiten sobre todo a la métrica del éxito. Le preguntó a Ross sobre los Nelk Boys (“¿Son competidores tuyos?”); insistió en que DeChambeau describiera su técnica (“¿Así que pateas con el pecho, esencialmente? ¿Sin manos?”); e interrogó a Taylor Lewan, de “Bussin'”, sobre su estatura física cuando jugaba de tacle izquierdo (“¿Cuánto pesabas entonces? ¿Decidiste que querías vivir?”). El episodio “Bussin'” también incluye una rarísima confesión de Trump sobre su fracaso en algo: la gimnasia. “Yo era el peor”.
Quienes allanaron el ingreso de Trump en este espacio fueron Dana White, presidente y director ejecutivo de la empresa de artes marciales mixtas UFC, que les dio las gracias a los podcasteros en su breve discurso de la noche electoral, y el hijo menor de Trump, Barron, estudiante de primer año en la Universidad de Nueva York, que al parecer es fan, según Trump. “Mi hijo, que mide 1,90, les manda saludos”, les dijo a Lewan y Compton.
La participación de White deja clara la que quizá sea la verdadera intención de estos programas: crear una generación de jóvenes que vean la política principalmente como una charla desenfadada. Remplazar el decoro y la ética por palmadas en la espalda y destellos de vulnerabilidad. Un camino despejado hacia el reconocimiento público a gran escala sin controles ni equilibrios. La idea de que, si tan solo esperas tiempo suficiente, nada puede hacerte daño.
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