El día que la reina Isabel visitó el sur de la Florida y lo que pensamos los unos de los otros

La reina Isabel II, la monarca que más tiempo ha gobernado en la historia británica, falleció el jueves tras siete décadas en el trono, según anunció el Palacio de Buckingham.

Tenía 96 años.

La reina Isabel ha sido noticia este año.

▪ Celebró 70 años en el trono.

▪ Dio su bendición para que Camilla, la duquesa de Cornualles, sea reina cuando su hijo el príncipe Carlos se convierta en rey.

▪ Y tuvo COVID-19.

En 1991, la reina visitó el sur de la Florida. Y nos cautivó. Creemos que también nosotros a ella.

Volvamos a esa época a través de los archivos del Miami Herald.

¿Qué hizo la reina cuando estuvo aquí? ¿Cómo celebramos su presencia?

Empecemos:

Nuestra reina por un día

Publicado el 17 y 18 de mayo de 1991

Por Martin Merzer y Richard Wallace

El sur de la Florida celebró un día regio de guantes blancos, alfombras rojas y sangre azul el viernes, cuando la reina Isabel II —rodeada de un séquito real y acosada por una multitud de medios de comunicación— llegó para una escala en Miami intensamente ocupada y cuidadosamente programada.

La reina llegó en el avión supersónico Concorde al Aeropuerto Internacional de Miami a la 1:53 p.m. del 17 de mayo, después de concluir una visita de estado en Washington, y desembarcó con una interpretación de God Save the Queen.

Vestida de azul y blanco, con sombrero azul y guantes blancos, la reina fue recibida por el gobernador Lawton Chiles.

“Su majestad, estamos contentos de tenerla en la Florida”, le dijo cortésmente el gobernador, a menudo muy informal. A continuación, estrechó la mano del príncipe Felipe, esposo de la reina.

Así comenzó un torbellino de actividades de la monarca, de un día de duración y con una apretada agenda, que incluyó desde una reunión con los estudiantes de la Secundaria Booker T. Washington en Overtown, hasta un encuentro con cientos de personalidades en Vizcaya, pasando por una cena con los ex presidentes Ford y Reagan a bordo de su palaciego yate Britannia.

Además, sus viajes a lo largo del día estuvieron salpicados de protestas callejeras dispersas en Miami.

Pero en el lado noreste del aeropuerto —un lugar en el que han aterrizado anteriormente personalidades como el Papa Juan Pablo II y Gloria Estefan— unos cuantos ciudadanos que simplemente querían participar un poco de la monarquía se intercalaron entre el pequeño ejército de personal de seguridad y personajes importantes.

Uno de los espectadores no oficiales fue Charles Rowe, de 19 años, nacido en Jamaica y quien se autodenomina “fanático de la realeza”. Llevaba una corona hecha a mano con tela escarlata y papel de aluminio.

“Me encanta la realeza, pero nunca la he visto”, dijo Rowe, rebautizándose a sí mismo como “Príncipe Carlos” para la ocasión.

Mientras los policías estatales, el Servicio Secreto, la Policía de Metro-Dade, los perros detectores de bombas y los vigilantes y francotiradores en los tejados montaban guardia, la reina entró en una limusina negra. Rápidamente se formó una comitiva para el traslado de la reina a la Booker T. Washington.

En cuanto la reina tomó asiento en el auditorio de la escuela, un grupo de estudiantes de la New World School of the Arts representó una obra llamada Magic City, una saga de la ciudad de Miami y su historia. Los intérpretes ensayaron durante tres semanas. El espectáculo duró 15 minutos.

Tras la representación, la reina y el príncipe Felipe hablaron con los artistas. Felipe les preguntó por sus planes de futuro y los felicitó por su actuación.

“No dijo nada, salvo: ‘Gracias, gracias, gracias’. Es adorable”, dijo Iris Delgado, de 19 años, una de las intérpretes y estudiante de segundo año de la New World School of the Arts.

La reina salió de la Booker T. Washington hacia las 2:50 p.m. para escuchar y ver a la banda de música de la escuela. Diez minutos antes, un chaparrón de cinco minutos había salpicado el recinto.

Cuando la reina salió, un grupo de 20 a 30 manifestantes de Boycott Miami que se encontraban al otro lado de la calle del recinto escolar empezaron a gritar “¡Mandela! Mandela!” y llevaban pancartas en las que se podía leer “Recuerda a Mandela” y “Boicot a Miami”.

Más temprano, una docena de manifestantes se reunieron en la acera frente al Hotel Intercontinental Miami.

“Nos decepciona que la ciudad extienda la alfombra roja para la visita real de la reina, pero los negros que viven aquí están recibiendo el cetro real”, dijo el portavoz de Boycott Miami, el abogado H.T. Smith.

“Mandela fue desairado cuando vino, pero la ciudad se paraliza por la reina”, dijo Smith.

Los manifestantes también incidieron en los alrededores de Vizcaya, donde se reforzó la seguridad mientras la comitiva de la reina se dirigía hacia allí desde la escuela de Overtown.

De camino a Vizcaya —la mansión mediterránea de influencia renacentista construida entre 1914 y 1916 por James Deering—, la reina pasó junto a varios cientos de espectadores más amables en la acera de Brickell Avenue.

Sin una invitación especial para los eventos VIP programados para el resto del día y de la noche, la mayoría de las personas que deseaban dar un vistazo no televisivo a la reina no pudieron hacer más que ver fugazmente a la reina Isabel en carne y hueso.

A las 3:13 p.m., con dos minutos de adelanto, pasó la limusina de la reina. Su Majestad era claramente visible a través del cristal ligeramente tintado. Sonreía y agitaba suavemente una mano enguantada.

En Vizcaya, la reina se reunió y se mezcló con 350 invitados cuidadosamente seleccionados que reflejaban la composición de los líderes políticos y empresariales de la zona, su élite de poder y su diversa composición étnica.

Entre los que se reunieron con la reina estaba la ecologista Marjory Stoneman Douglas, de 101 años, quien llevaba un sombrero de paja rojo brillante y un vestido de encaje blanco. El alcalde de Metro-Dade, Steve Clark, entregó a la reina un ejemplar del clásico de Douglas “Everglades: River of Grass” en una caja de madera forrada de terciopelo.

La reina también se reunió con jóvenes del Hospital Infantil de Miami. entre ellos Ryan Szurgot, un paciente cardíaco de 8 años que le regaló seis relojes del hospital para sus nietos.

Algunas de las actividades de la reina en Vizcaya se vieron ligeramente interrumpidas por la llovizna. Cuando partió, lo hizo en una barcaza azul de 40 pies para el viaje de 15 minutos hacia su yate. Fue escoltada por una flotilla de cinco embarcaciones de seguridad durante el trayecto hasta el Britannia, en la Terminal 12 del puerto.

Allí, se celebró una cena a bordo del yate de 412 pies para más de 50 invitados de alta prioridad, entre los que se encontraban los ex presidentes Ford y Reagan, además de Chiles y los senadores estadounidenses Bob Graham y Connie Mack.

La cena en el Britannia fueron los últimos actos oficiales de una monarca aparentemente incansable que había comenzado su jornada en la capital estadounidense. La reina Isabel concluyó su tercera visita de Estado a Estados Unidos con un servicio de oración de 20 minutos en la recién terminada Catedral Nacional de Washington. Poco después del mediodía, voló desde la Base Aérea Andrews hacia Miami.

Una vez finalizados los actos protocolarios del día en el condado de Dade, la reina tenía previsto partir, a la manera de Cenicienta, al filo de la medianoche. El Britannia bordeará los Cayos de la Florida de camino a Tampa, próxima parada importante en la ruta de la reina durante su visita oficial.

La reina recorre Miami

Publicado el 17 y 18 de mayo de 1991

La locura reinaba en Brickell Avenue, donde unas 200 personas se alineaban para esperar a la reina.

Un hombre y su pug inglés llevaban camisetas con la bandera británica.

Una mujer llevaba un tocado hecho con una carpeta de manila, y parecía más un papa que una reina.

Las falsas alarmas resonaron entre la multitud.

Un grito colectivo recorrió la multitud cuando la reina, claramente visible tras un cristal ligeramente tintado, sonrió y saludó desde su limusina.

“¡La vi!”, gritó un fornido trabajador de la construcción.

Kenya Cox, de 14 años, fue una de las 400 personas de Booker T. Washington que tuvo la oportunidad de ver a la reina de cerca. Kenya llevó su cámara, pero no consiguió una foto.

Buscaba una foto de acción. La reina no la complació.

“La reina simplemente se sentó allí. Estaba bien, pero podría haber hecho un poco más”.

Pero Kenya no se fue a casa con las manos vacías.

“Hice un montón de fotos de algunas chicas”.

Durante una visita a Vizcaya, la reina fue presentada a las leyendas del sur de la Florida, las artistas Haydee y Sahara Scull. Las gemelas idénticas obsequiaron a la reina con uno de sus característicos cuadros multimedia y tridimensionales, este representando a la reina en Vizcaya con flamencos encima.

Las hermanas iban vestidas igual, como siempre, con vestidos rosa de tul de puntos suizos y sombreros y guantes rosa largos. Estaban acompañadas por su hijo Michael. Explicaron a la reina que nunca dicen quién es el padre biológico de Michael.

“Oh, dos madres”, dijo la reina.

“Es peor en las Bahamas”, decía un cartel que portaba uno de la docena de manifestantes que se encontraban en la calurosa y polvorienta Northwest 14 Street mientras la reina se acercaba a Booker T.

“Suelten a nuestras hijas”, decía otro.

El improvisado grupo protestaba por las condiciones carcelarias de la prisión británica de Fox Hill, en Nassau, Bahamas, que alberga a docenas de estadounidenses encarcelados por cargos de drogas.

Hablaron de las duras condiciones, de la mala alimentación y el agua, de las madres que no han visto a sus hijas allí en tres años, de los bebés que no han visto a sus madres allí en dos años.

Se situaron en el lado norte de la calle. Cuando la limusina de la reina se acercó y giró, ella estaba en el lado opuesto de la calle. No es posible que los haya visto.

Antes de subir a una barcaza que la llevaría a su yate Britannia, la reina charló con alumnos de la Primaria Coconut Grove. Uriah Goldfinger, de 12 años, alumno de sexto grado, le preguntó cuánto tiempo llevaba siendo reina.

“¡Demasiado tiempo!”, respondió ella, y luego añadió: “Espera y léelo en tu libro de historia”.

Los alumnos que aprenden inglés como segunda lengua en una clase de la escuela Booker T. recibieron un consejo de geografía del príncipe Felipe.

La profesora Dafna Sonnethol preguntó si alguno de los alumnos quería señalar el lugar del mapa del que procedía la reina.

El marido de la reina levantó la mano y bromeó: “El aeropuerto”.

Un alumno tomó la palabra y dijo “Inglaterra”.

Cena con la reina

Publicado el 17 y 18 de mayo de 1991

Por Jane Wooldridge

Miami, una ciudad descarada conocida por el brillo y la ostentación, vivió el viernes una de sus veladas más sofisticadas de glamour: una cena con la reina Isabel II.

En el Puerto de Miami, bajo un cielo despejado, un selecto grupo de invitados británicos y estadounidenses asistieron a una cena de etiqueta a bordo del yate real Britannia, de 412 pies.

En el primer grupo, de casi 60 personas, había 27 estadounidenses y el resto británicos. El segundo grupo que subió a bordo del yate en la Terminal 12 incluía a 200 personalidades.

“Tiene mucho estilo”, dijo el director artístico del Miami City Ballet, Edward Villella, al salir de la fiesta. “Ella es un ejemplo perfecto de lo que podríamos ser”.

Remedios Díaz-Oliver habló con el príncipe Felipe. “Está tan impresionado con Miami que creo que podría retirarse y mudarse aquí”.

En la exclusiva cena, la reina se sentó flanqueada por el ex presidente Ronald Reagan y el gobernador Lawton Chiles, que llegó portando una bolsa de regalo con una caracola, miel de azahar y mermelada. También estaban en la mesa principal: el ex presidente Gerald Ford y su esposa Betty; el senador Bob Graham y su esposa, Adele; el senador Connie Mack y su esposa, Priscilla, y Nancy Reagan y Rhea Chiles.

Una muestra del resto de la lista de invitados: El ministro británico de Asuntos Exteriores, Douglas Hurd; el director de Burger King, Barry Gibbons, y su esposa, Judy; Jeb y Columba Bush; el urbanizador Armando Codina y su esposa, Maggie; y el presidente de Knight-Ridder, Jim Batten, y su esposa, Jean.

En el menú: langosta y huevo en tomate, cordero, zanahorias y soufflé de limón.

La reina, de 5 pies 4 de altura, llevaba un vestido ajustado hasta el suelo de brocado rosa pálido con una capa en el hombro, largos guantes blancos de noche, un collar de diamantes y pendientes.

Después de una semana de debate local sobre la eterna cuestión de la moda –¿vestido largo o corto?–, las invitadas del yate siguieron el ejemplo de las mujeres de Washington a principios de esta semana. Optaron por vestidos largos y de corte sencillo.

Nancy Reagan lució un vestido blanco ceñido a la cintura con un triple collar de perlas y diamantes. Betty Ford lució un vestido fluido de color salmón. Rhea Chiles llevaba unos pantalones de color crema rematados con una chaqueta de encaje a juego. Adele Graham llevaba uno de los trajes más bonitos, una chaqueta dorada sobre una falda oscura.

A diferencia de los ingleses, que nacen en un rígido sistema de clases, muchos de los invitados estadounidenses provienen de comienzos poco propicios. “Para el nieto de un aparcero de Mississippi, cenar con la reina de Inglaterra es la experiencia definitiva”, dijo el presidente de la Cámara de Comercio, Sherrill Hudson, quien creció en un hogar sin baño en el interior. Nancy Lipoff dijo: “Nunca he estado tan nerviosa y emocionada”. Aubrey Simms, esposa del asesor Robert Simms, coincidió. “Es un gran honor. Estoy feliz y emocionada por ello”.

El centro de la mesa era un regalo del emir de Qatar a la reina: una estatuilla de oro de un camello bajo dos palmeras de oro de 20 centímetros con dátiles de rubíes. En la mesa principal había también dos galeones de plata, retablos de iglesia que datan de los siglos XIV y XV. Los candelabros de plata con velas eléctricas y pantallas proporcionaban una suave iluminación. Los invitados cenaron en una vajilla Minton and Spode, con cubiertos de plata que procedía de un yate real anterior, el Albert and Victoria.

Más tarde, el segundo grupo de 200 personas llegó para una recepción de etiqueta después de la cena. Entre los invitados se encontraban el fundador de Carnival Cruise, Ted Arison, y su esposa Lin; el presidente de Univisión, Joaquín Blaya; el peso pesado republicano Alec Courtelis y su esposa, Louise, y el editor del Miami Times, Garth Reeves.

A las 10:30 p.m., los invitados del yate fueron invitados al punto culminante de la noche: la retirada ceremonial. Los invitados y la tripulación se alinearon en las cubiertas del barco a la espera. La reina salió y saludó a un grupo de simpatizantes.

Las luces se apagaron y los 24 miembros de la Royal Marine Band, con salacots, tocaron los acordes, marchando de un lado a otro del malecón mientras el espectáculo de luces láser de Miami y la Torre CenTrust roja, blanca y azul servían de telón de fondo. Los acordes se alejaron —The Star Spangled Banner y God Save the Queen— y el Britannia se preparó para levar anclas.

La comisionada del Condado Monroe Wilhelmina Harvey entrega una caracola regia, símbolo de los Cayos, a la reina Isabel en 1991, cuando el yate real Britannia hizo escala en las Dry Tortugas. Harvey también nombró a la reina una caracola honoraria.
La comisionada del Condado Monroe Wilhelmina Harvey entrega una caracola regia, símbolo de los Cayos, a la reina Isabel en 1991, cuando el yate real Britannia hizo escala en las Dry Tortugas. Harvey también nombró a la reina una caracola honoraria.

La reina y el caracol rey en los Cayos

Publicado el 18 y 19 de mayo de 1991

Por Andrés Viglucci

Desde el momento en que la reina Isabel II pisó el muelle en esta lengua de tierra en el Golfo de México, quedó bastante claro que se había alejado, mucho, de las decorosas Islas Británicas.

Un día después de su apretada escala con alfombra roja en Miami, la reina y su séquito se trasladaron en el yate real Britannia a las Dry Tortugas, donde fueron recibidos de una manera, digamos, más relajada.

Una ruidosa bandada de golondrinas y un grupo de campistas y navegantes quemados por el sol que pasaban el fin de semana en esta isla-parque, a 70 millas de Cayo Hueso, fueron los encargados de recibir a Su Majestad con todas sus galas: pantalones cortos, bañadores y camisetas. Un caballero con el pecho desnudo tenía un gran barco tatuado en el pecho.

Como Su Majestad no concede entrevistas, es imposible decir lo que pensó. Pero no pareció importarle. Los turistas, que habían estado animando y practicando el saludo real para la televisión británica antes de que la reina llegara a tierra, aplaudieron cortésmente una vez que la vieron. La reina sonrió y devolvió el saludo.

En cualquier caso, la comitiva real parecía haber acudido con el espíritu informal del día, a su manera. El Britannia y la pequeña armada que lo acompañaba, incluida una fragata británica, se quedaron parados frente a la costa.

La reina se apeó del yate real sobre las 4:15 p.m., con un fresco vestido estampado de flores y unos zapatos. cómodos Llevaba un bolso blanco y un paraguas enrollado. La reina iba con la cabeza descubierta.

El larguirucho príncipe Felipe, su esposo, iba convenientemente tropical en la sofocante tarde: sombrero de Panamá, camisa con estampado hawaiano suelta, pantalones grises y botas de ante. Otros miembros de la comitiva, como el ministro de Asuntos Exteriores británico, el embajador en Estados Unidos, sus esposas, dos secretarios reales y 11 personas más, hicieron lo mismo.

Les esperaba la monarca local, Wilhelmina Harvey, la septuagenaria alcaldesa del Condado Monroe.

Harvey, que antes había entretenido a los desconcertados reporteros británicos relatando la historia de su familia y las anécdotas de Cayo Hueso, entregó a la reina un caracol rey que Su Majestad pasó rápidamente a un asistente.

Harvey también trajo un certificado enmarcado y alegremente decorado con criaturas marinas sonrientes, en el que se nombraba a la monarca británica ciudadana honoraria de la República del Caracol. la nación simulada nacida de la secesión simulada de los Cayos de la Florida hace unos años.

La comitiva fue escoltada hasta el enorme e histórico fuerte que domina la pequeña isla y recibió una visita guiada por el guardabosques Matt Fagan y el superintendente Michael Eng.

Tras la visita, la reina y su comitiva tenían previsto disfrutar de un picnic en el cercano cayo Loggerhead. Más tarde, navegarían alrededor de la punta de la Florida hasta la siguiente parada oficial de su visita, Tampa, donde la reina va a conferir un título de caballero honorífico al general H. Norman Schwarzkopf.

Dejará atrás a algunos campistas encantados y a una niña ligeramente decepcionada, la estudiante de la Secundaria Sunrise Marcela Rasa, que esperaba algo más, bueno, regio.

“Pensé que iba a venir con las joyas de la corona”, dijo.

Una embarcación de la Guardia Costera se acerca a un balsero cubano recogido en los Cayos de la Florida por el yate Britannia de la reina Isabel, atrás.
Una embarcación de la Guardia Costera se acerca a un balsero cubano recogido en los Cayos de la Florida por el yate Britannia de la reina Isabel, atrás.