En el Día de los Muertos es momento de recordar en Uvalde

Jerry y Veronica Mata, cuya hija, Tess, fue asesinada en la matanza de la Primaria Robb, arreglan su tumba con ayuda de su familia en Uvalde, Texas, el 18 de octubre de 2022. (Tamir Kalifa/The New York Times).
Jerry y Veronica Mata, cuya hija, Tess, fue asesinada en la matanza de la Primaria Robb, arreglan su tumba con ayuda de su familia en Uvalde, Texas, el 18 de octubre de 2022. (Tamir Kalifa/The New York Times).

UVALDE, Texas — El sol pintaba un tono anaranjado oscuro sobre el cementerio de Uvalde al atardecer del 2 de noviembre. En esa atmósfera, unos cuantos cientos de residentes pasaron en silencio frente a las tumbas de los 19 niños y dos maestras cuyas vidas llegaron a un fin abrupto este año en la Escuela Primaria Robb.

Las tumbas estaban decoradas con ofrendas: objetos personales, fotografías viejas y la comida favorita de los difuntos, colocadas sobre altares improvisados, en señal de que era el tradicional Día de los Muertos.

Muchas personas vestían camisetas adornadas con imágenes de los niños o llevaban fotografías grandes con su rostro. En esta marcha, a diferencia de muchas realizadas en la pequeña ciudad del sur de Texas desde hace algunos meses, no se escuchó el clamor de justicia, ninguna exigencia de control de armas y nada de enojo. Esta noche del Día de los Muertos era para celebrar estas vidas breves y brillantes que les fueron arrebatadas muy pronto.

Entre los dolientes se encontraba Ana Rodriguez, quien había preparado un altar para su hija de 10 años, Maite, con los objetos que le quedan de ella: una pequeña máquina de coser que Maite utilizó para coser almohadas para su familia. Un gorro de invierno. Los tenis Converse verdes que llevaba puestos cuando fue a la escuela ese último día en mayo. Y una urna con cenizas.

“Elegí estos objetos porque representan quién era”, explicó Rodriguez. “De cierta forma, está aquí con nosotros”.

El Día de los Muertos, una fiesta folclórica que se remonta a la época precolonial y se celebra en toda América Latina y en las comunidades latinas de Estados Unidos, se celebra los dos primeros días de noviembre. La idea es que las almas de los muertos visitan la tierra de los vivientes y, en los altares preparados con tanto esmero, recuerdan la vida que dejó de existir.

En los cinco meses transcurridos desde la masacre, los familiares de las víctimas han canalizado su dolor al activismo, organizando marchas y llenando reuniones públicas para exigir que se apliquen leyes más estrictas a las armas y la policía rinda cuentas por su tardanza en responder.

Gloria Cazares, al centro, sentada junto a la tumba de su hija Jackie, quien murió en la matanza de la Primaria Robb; su cuñada, Julissa Rizo, la consuela durante los festejos del Día de los Muertos que compartieron con otras familias de las víctimas en el cementerio Hillcrest Memorial en Uvalde, Texas, el 2 de noviembre de 2022. (Tamir Kalifa/The New York Times).

Pero este día, a diferencia de los eventos previos, fue fuente de consuelo, pues les permitió a las familias reunirse con un mejor estado de ánimo.

Los familiares contaron historias chuscas, cantaron canciones y disfrutaron la comida que les gustaba a sus hijos. Un altar para Tess Mata, una popular jugadora de la liga menor, estaba adornado con su último retrato escolar y tenía sus golosinas favoritas: Oreo thins, Best Maid Dilly Bites y un paquete de sopa de fideos ramen.

Conforme el sol se fue ocultando, luces brillantes comenzaron a iluminar los altares y crearon una atmósfera festiva. El mariachi Nuevo Estilo tocó la canción tradicional “Hermoso Cariño” de Vicente Fernández: “Hermoso cariño que Dios me ha mandado a ser destinado nomás para mí”.

El Día de los Muertos solía ser un festejo privado en Uvalde, una comunidad unida, en su mayoría de mexicoestadounidenses, a unos 110 kilómetros de la frontera con México. Representada por lo regular con decoraciones que algunas personas podrían considerar macabras, como dulces y figuras en forma de esqueletos y calacas, esta conmemoración de dos días tiene un significado más profundo y solemne; es un momento para detenerse y convivir con los fallecidos, explicó Monica Muñoz Martinez, profesora de la Universidad de Texas que fue alumna de la Primaria Robb durante su infancia en Uvalde.

Hace poco, Martinez y su madre, Maria Elena Martinez, de 69 años, colocaron con gran dedicación algunos juguetes y objetos personales en un altar del Día de los Muertos para las víctimas de Uvalde en un rincón de la universidad, junto a la oficina de Estudios Mexicoestadounidenses y Latinos.

“El propósito es mantener vivas sus visiones en el futuro”, comentó Martinez.

La marcha del 2 de noviembre en el cementerio de Uvalde incluyó una visita de Beto O’Rourke, candidato demócrata a gobernador de Texas, y Roland Gutierrez, senador del estado que representa a esa área.

Jerry Mata, el padre de Tess, se dejó caer en cierto momento en una silla de playa, sobrecogido por la emoción. Más tarde, explicó que sentía una enorme gratitud porque varios espectadores se detuvieron a tomar fotografías del altar de su hija.

“Me da gusto que no la olviden”, dijo entre el ruido producido por las charlas joviales y las trompetas del mariachi. “Nunca te imaginas que vas a hacer esto para tu hija de cuarto año. No debería haber muerto. Pero hoy se trata de recordar los buenos tiempos”.

Rodriguez, que también creció en Uvalde, comentó que, a pesar del nombre de la celebración, reunió todas sus fuerzas para dedicar el día a recordar la vida breve pero memorable de su hija, no la forma en que murió.

Según relató, Maite fue una sorpresa inesperada. Rodriguez, que ya tenía dos niños, dijo que se había sorprendido al enterarse de que iba a tener una niña. “Estaba acostumbrada a los niños. No sabía cómo peinar a una niña, ni cómo combinar su ropa. No sabía nada de eso”, afirmó.

A diferencia de sus hijos varones, que eran más independientes, Maite estuvo pegada a ella, comentó, desde que empezó a caminar. En la época que estudió enfermería, relató Rodriguez, estudiaba hasta tarde, y Maite se acurrucaba en el piso a su lado. “Siempre quería estar conmigo”, dijo en un susurro.

La celebración del Día de los Muertos fue una de las muchas ocasiones en que las familias de Uvalde se han reunido para consolarse unos a otros desde hace algunas semanas. Compartieron el primer día de escuela para los niños sobrevivientes, se preparan para las próximas fiestas con sillas vacías, celebran cumpleaños para niños que no están presentes para soplar las velas.

Rodriguez se había reunido con la familia Rubio en el cementerio unos días antes para marcar el día en que Lexi Rubio habría cumplido 11 años. Escucharon música festiva en un altavoz portátil mientras los hermanos de Lexi dibujaban caras graciosas en pequeñas calabazas.

En algún momento, un globo con la imagen de un perezoso de una de las películas favoritas de Lexi, “Zootopia”, se soltó y voló hacia las nubes.

“Lexi lo quería”, murmuró su madre, Kimberly Rubio. “Así que se lo llevó”.

El momento inspiró a Rodriguez a compartir sus propias noticias. Se levantó de una silla de playa y se hizo el cabello a un lado para revelar un tatuaje que llevaba en el cuello con una sola palabra: “Maite”.

“No me dolió nada”, dijo sonriente. “De hecho, sentí un vigor renovado al caminar después de hacérmelo. Es como que Maite ahora está conmigo siempre”.

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