Los cultivadores de cannabis en Marruecos salen de la clandestinidad

Un agricultor comprueba la cosecha de cannabis en Mansoura, en la región de Chefchaouen, en el norte de Marruecos, el 18 de julio de 2024 (FADEL SENNA)
Un agricultor comprueba la cosecha de cannabis en Mansoura, en la región de Chefchaouen, en el norte de Marruecos, el 18 de julio de 2024 (FADEL SENNA)

"Ahora trabajamos a plena luz del día". Abdesselam Ichou cultiva legalmente por segundo año consecutivo cannabis para uso terapéutico en el norte de Marruecos, tras décadas de trabajar con "el miedo y la angustia" de la clandestinidad.

Marruecos, primer productor mundial de cannabis según la ONU, adoptó en 2021 una ley para enmarcar el uso industrial y médico de la marihuana, autorizando su cultivo y explotación en tres provincias desfavorecidas de la región del Rif.

El país busca así luchar contra el narcotráfico, posicionarse en el mercado mundial del cannabis legal e impulsar la economía en el Rif, donde se cultiva la planta desde hace siglos y es el sustento de entre 80.000 y 120.000 familias, según estimaciones oficiales.

"No me imaginaba que un día podría cultivar cannabis sin el miedo y la angustia de ser detenido, de ser robado o de no poder vender mi cosecha", explica a AFP Ichou, un agricultor de 48 años de Mansoura, en la región de Chefchaouen, al sur de Tánger.

En 2023, la primera cosecha de cannabis legal, a partir de semillas importadas con un nivel muy bajo de THC (molécula psicoactiva del cannabis), alcanzó 296 toneladas, según la Agencia Nacional de Regulación de las Actividades relativas al Cannabis (ANRAC).

"Antes, era la jungla, la anarquía. Ahora, trabajamos de manera libre y digna", afirma Ichou, mostrando con orgullo sur parcelas de cannabis, que le garantizan unos recursos de forma más regular que con las plantaciones ilegales.

El agricultor asegura que el año pasado tuvo "una cosecha récord de unas ocho toneladas en una hectárea", de un valor de 64.000 dólares, tras vender a 80 dirhams (8 dólares) el kilo de hierba a una empresa marroquí.

- "El buen camino" -

Si, en 2023, Ichou era el único agricultor del pueblo que cultivaba cannabis legalmente, un año después son unos 70, dice.

Este aumento de productores se concentra en las provincias donde el cultivo está autorizado (Al Hoceima, Chefchaouen y Taounate): en un año, el número de campesinos que integraron el circuito legal pasó de 430 a 3.000, según la Anrac.

Aunque todavía está muy lejos de las 55.000 hectáreas de plantaciones ilegales registradas en 2019, la superficie de cannabis legal se ha multiplicado por 10, pasando de 286 hectáreas en 2023 a 2.700 en 2024, según esta fuente.

"Al principio, había mucha aprensión y dudas pero, poco a poco, se fueron disipando porque finalmente la legalización es el buen camino a seguir", dice Said El Gueddar, de 47 años, que se sumó a una cooperativa de una decena de agricultores.

Según cifras oficiales, en dos décadas, los ingresos del tráfico de cannabis en Marruecos disminuyeron de 540 millones de dólares en 2000 a cerca de 350 millones de dólares en 2020, bajo el efecto de una dura represión.

- "Sector atractivo" -

La ANRAC entregó más de 200 autorizaciones a industriales para la transformación, la importación de semillas y la exportación.

Aziz Makhlouf aprovechó el momento para crear Biocannat, una fábrica con 24 empleados en Bab Berred, en el sureste de Chefchaouen, que ha transformado en lo que va de año una treintena de toneladas de cannabis, en diferentes productos, vendidos localmente y exportados: resina y aceite CBD, harina, cremas, caramelos y complementos alimentarios.

"Es un sector atractivo", dice Makhlouf.

La ONU reconoció en 2020 la utilidad médica del cannabis, hasta entonces catalogado entre los opioides mortales y adictivos específicos, inclusive la heroína, y de los que se dice que no tienen o tienen muy pocos objetivos terapéuticos.

Ante tanto optimismo, el director general de la ANRAC, Mohamed El Guerrouj, se muestra más moderado.

Será difícil "absorber el sector ilegal ya que hay un mercado", advierte. Pero el reglamento permite "construir una economía fiable y resiliente, progresivamente", e intentar cumplir el primer objetivo, que es "mejorar el nivel de vida" de los agricultores, apunta.

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