Cuestionan estudio que no encuentra lesiones cerebrales asociadas a Síndrome de La Habana

Un estudio realizado por los Institutos Nacionales de Salud que duró cuatro años no encontró signos de lesiones cerebrales en personas afectadas por las misteriosas dolencias conocidas como Síndrome de La Habana, pero los resultados, publicados el lunes en una revista académica, han sido cuestionados por participantes que acusaron a los autores de parcialidad y mal manejo de información médica confidencial.

Según un artículo publicado el lunes en el Journal of the American Medical Association (JAMA), el equipo de los Institutos Nacionales de Salud (NIH) no encontró signos de lesiones cerebrales en resonancias magnéticas avanzadas de 81 personas que experimentaron “incidentes de salud anómalos”, el término gubernamental para los acontecimientos asociados al Síndrome de La Habana.

El síndrome de La Habana tomó el nombre del lugar donde los diplomáticos y funcionarios de inteligencia estadounidenses informaron por primera vez en el 2016 haber experimentado ruidos extraños y sensaciones de presión y luego desarrollaron síntomas debilitantes como vértigo, migraña y problemas auditivos y cognitivos. Los incidentes se reportaron posteriormente en todo el mundo, lo que generó sospechas de que un adversario extranjero, posiblemente Rusia, estaba atacando a espías estadounidenses con energía dirigida u otra arma desconocida.

Dos estudios de imágenes anteriores publicados en JAMA habían encontrado signos de lesiones traumáticas leves y otros cambios en el cerebro de personas expuestas a estos incidentes en Cuba y China.

El estudio de imágenes, realizado por el Centro Clínico de los Institutos Nacionales de Salud entre junio de 2018 y noviembre de 2022, reclutó a participantes destinados en Cuba y otros lugares como China, Austria y Estados Unidos. Sólo 49 de los 81 pacientes fueron escaneados dos veces.

Un segundo artículo dice que los investigadores no encontraron diferencias significativas en las pruebas de sangre y otras pruebas de visión, audición y cognitivas de 86 participantes y los de un grupo controlado más pequeño “excepto en indicadores objetivos y auto reportados de problemas de balance; síntomas de fatiga, estrés postraumático y depresión”. Según ese estudio, el cuarenta y uno por ciento de los participantes tenía síntomas de trastornos neurológicos funcionales.

“El estrés postraumático y los síntomas del estado de ánimo reportados no son sorprendentes dadas las preocupaciones actuales de muchos de los participantes”, dijo Louis French, subdirector del Centro Nacional de Excelencia Intrepid en el Centro Médico Militar Nacional Walter Reed y coautor del estudio. “A menudo, estas personas han sufrido importantes trastornos en sus vidas y siguen teniendo preocupaciones sobre su salud y su futuro. Este nivel de estrés puede tener importantes impactos negativos en el proceso de recuperación”.

Congreso indagará cómo agencias de espionaje de EEUU investigaron el Síndrome de La Habana

Aunque concluyó en 2022, el estudio se publicó en medio de noticias de que el Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes está iniciando una investigación formal sobre cómo las agencias de espionaje manejaron la investigación del Síndrome de La Habana, tras quejas de los afectados.

Sus resultados se alinean con una evaluación anterior de la comunidad de inteligencia publicada en marzo del año pasado, que concluyó que la mayoría de los síntomas experimentados por los afectados fueron probablemente el resultado de “condiciones preexistentes, enfermedades convencionales y factores ambientales” porque un ataque de un adversario extranjero era improbable.

La evaluación cita el estudio de los NIH, que en ese momento no estaba publicado, para respaldar sus conclusiones.

“Puñal en la espalda”: Víctimas del síndrome de La Habana rechazan reporte que desestima sus casos

Sin embargo, es poco probable que el nuevo estudio resuelva la cuestión, ya que algunos de los participantes han cuestionado la integridad de la investigación.

Antes de que se publicaran los artículos, Tim Bergreen, abogado de Hogan Lovells, envió un correo este mes al consejo editorial de JAMA y la Directora de Integridad de la Investigación de los NIH con un documento listando las preocupaciones de algunos de los participantes del estudio. Bergreen no respondió de inmediato a una solicitud de comentarios.

La denuncia, obtenida por el Herald, incluye acusaciones de que los funcionarios de los NIH y los investigadores involucrados en el estudio mantuvieron un contacto cercano y fueron presionados por la CIA para “garantizar que los estudios ‘encontraran’ lo que se les pidió”. El documento dice que los médicos involucrados en el estudio hicieron comentarios privados a los pacientes acerca de que estaban presionados o tenían miedo de informar con precisión un diagnóstico de lesión cerebral traumática. Y que a los pacientes se les informó verbalmente sobre hallazgos que luego no se informaron por escrito en sus registros médicos.

“A medida que la naturaleza y el alcance de la cooperación entre la CIA y los NIH a lo largo de este proceso han salido a la luz, los participantes han abandonado el programa, lo que socava la integridad de los hallazgos de cualquier estudio longitudinal e impide el deber de ambos de anteponer el bienestar del personal de la Agencia”, dice el documento.

El documento también señala que los NIH pidieron a la CIA que proporcionara un grupo de control comparativo “dada la naturaleza única y compleja de los participantes del estudio y las demandas únicas de los oficiales de inteligencia desplegados sobre el terreno”. Sin embargo, el grupo de control proporcionado no era comparable con los participantes del estudio, “y el personal de los NIH se quejaba habitualmente de este hecho con los participantes”, añade el documento.

La denuncia también cuestiona la inclusión en el estudio de un médico de los NIH que, en 2017, hizo repetidos comentarios acerca de que el Síndrome de La Habana era un caso de histeria colectiva.

Otras acusaciones giraron en torno a cuestiones éticas relacionadas con el reclutamiento de participantes y el manejo de datos médicos.

Según la denuncia, varios pacientes fueron coaccionados para participar en el estudio del NIH. Les dijeron que era la única manera de hacerse análisis de sangre o escáneres cerebrales y “sus respectivos empleadores les impidieron visitar otras instituciones privadas para realizar esas pruebas”.

A los participantes se les dijo que “la única manera” de obtener atención médica de seguimiento en el Centro Médico del Ejército Walter Reed era si los NIH lo aprobaban. La inscripción en el estudio de los NIH “se convirtió en una puerta de entrada obligatoria a una mayor atención cuando su función debía limitarse a la recopilación y el análisis de datos”, afirma el documento.

El documento agrega que a algunos funcionarios que fueron evacuados de sus puestos después de verse involucrados en uno de estos misteriosos incidentes se les dijo directamente que se presentaran ante los NIH, que actuaron como entidad médica de autorización para enviarlos a ellos y a sus familiares “de regreso al puesto después de semanas de investigación, sin tratamiento o recomendaciones de tratamiento dadas a las personas afectadas”.

La denuncia también afirma que los investigadores de los NIH revelaron resultados de pruebas específicas a los empleadores gubernamentales de los participantes sin mantenerlos en el anonimato y sin autorización, lo que tuvo consecuencias para los participantes del estudio.

Cuando se le preguntó sobre estas acusaciones, una portavoz de los NIH dijo: “Entendemos que algunos pacientes pueden sentirse decepcionados porque los investigadores no pudieron identificar marcadores claros de lesión. Nos tomamos muy en serio estas acusaciones y revisaremos el desempeño de la investigación de acuerdo con la política, lo que determinará los próximos pasos de las oficinas correspondientes. Más allá de esto, no discutiríamos una revisión”.

Un portavoz de JAMA Network no dijo si la revista investigó las quejas.

“El proceso de publicación es confidencial, por lo que no podemos confirmar ni negar nada de lo que ocurrió antes de la publicación”, dijo Jen Zeis, directora de Comunicaciones de JAMA Network.

Pero la revista también publicó el lunes un artículo de David Relman, un destacado profesor de la Universidad de Stanford, señalando varias limitaciones del estudio de los NIH y de la investigación en general sobre el síndrome de La Habana. Aunque la revista lo llama editorial, no representa los puntos de vista de la revista, dijo Zeis.

“Con pocas diferencias entre casos y controles en los dos estudios actuales, uno podría sospechar que nada o nada grave sucedió con estos casos. Esto no sería aconsejable”, afirmó el Dr. Relman.

Él dirigió un estudio de la Academia Nacional de Ciencias entre 2019 y 2020 que concluyó que el conjunto de síntomas que llegó a conocerse como Síndrome de La Habana era “diferente a cualquier trastorno en la literatura neurológica o médica general” y es “consistente con los efectos de los impulsos dirigidos” por la energía de radiofrecuencia”. También fue copresidente de un Panel de Expertos de la Comunidad de Inteligencia, que descubrió que los dispositivos disponibles comercialmente conocidos como altavoces direccionales o láseres acústicos podrían ser la tecnología que causa los síntomas.

Relman dijo que “la información incompleta, las pruebas clínicas no estandarizadas, los informes retrasados y la naturaleza delicada de las circunstancias, los individuos y su trabajo” han obstaculizado la comprensión del síndrome.

Entre los problemas que afectan al estudio de los NIH, señala que algunos pacientes fueron escaneados hasta cuatro años después de los incidentes, “lo cual es importante para un síndrome que evoluciona rápidamente con el tiempo”. También sostiene que los investigadores agregaron los casos para su análisis, diluyendo los hallazgos para grupos particulares de individuos.

Relman dijo que los investigadores de los NIH se basaron en biomarcadores sanguíneos desarrollados para lesiones cerebrales traumáticas, que se sabe que alcanzan su punto máximo aproximadamente 24 horas después de un incidente y regresan a valores normales de 3 a 7 días después. Sin embargo, sólo a 16 de los 86 individuos estudiados se les hizo un análisis de sangre dentro de los tres días posteriores al incidente; “Por lo tanto, su estudio carece de poder estadístico relevante”, escribió Relman.

También dijo que la tecnología de resonancia magnética actual utilizada en el estudio “puede ser insensible o no estar sincronizada adecuadamente con los tipos de alteración fisiológica local y celular potencialmente transitoria que caracteriza” los incidentes de salud anómalos.

Los autores del estudio de los NIH reconocieron algunas de estas limitaciones. Dijeron que realizar pruebas más cercanas al incidente podría haber dado como resultado hallazgos diferentes y que su investigación no podía compararse directamente con las anteriores porque utilizaron una muestra diferente de individuos.

“La falta de evidencia de una diferencia detectable por resonancia magnética...no excluye que ocurrió un evento adverso que afectó al cerebro en el momento” del incidente, dijo Carlo Pierpaoli, investigador de los NIH y autor principal del uno de los artículos publicados en JAMA.