Cuando la Iglesia apoyó firmemente la apertura de un gran número de prostíbulos durante el declive de la Edad Media

Cuando la Iglesia apoyó firmemente la apertura de un gran número de prostíbulos durante el declive de la Edad Media (imagen vía Wikimedia commons)
Cuando la Iglesia apoyó firmemente la apertura de un gran número de prostíbulos durante el declive de la Edad Media (imagen vía Wikimedia commons)

Uno de los periodos de la Historia en el que la prostitución tuvo más auge y apoyo institucional en la Península Ibérica fue en el conocido como ‘Baja Edad Media’, a principios del siglo XIV.

Hasta entonces el ejercicio del meretricio se había limitado generalmente a mujeres que lo ejercían en calles o tabernas de forma aislada, por su cuenta y sin control sanitario alguno y con las autoridades manteniéndose al margen de tal actividad (cuando se había detenido alguna prostituta había sido por algún escándalo o trifurca pero no por el ejercer dicho oficio).

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Pero llegó un momento en el que desde las instituciones políticas (monarquía y señores feudales), militares y religiosas se decidió regular tales prácticas con el fin de modernizar la sociedad, tener vigiladas a todas las meretrices y apartar a estas del resto de ‘doncellas honradas’, por lo que un modo de mantener ese control era teniéndolas controladas en prostíbulos.

Eran conscientes de que la prosperidad de las poblaciones más importantes estaban estrechamente relacionadas con su comercio y que muchos eran los importantes hombres de negocios que se trasladaban de una ciudad a otra para cerrar sus tratos, aprovechando dicho viaje para divertirse con las rameras autóctonas. Proporcionarles un lugar seguro donde acudir a desfogarse los mantendría más seguros de robos y peleas de taberna (que en numerosas ocasiones acababan con el cliente muerto).

Fue durante el reinado de Jaime II cuando se puso más empeño en que en las principales capitales de la Corona de Aragón (Zaragoza, Barcelona, Valencia y Mallorca) dispusieran de mancebías en las que tener, de forma controlada, a todas las prostitutas de cada población.

Lo curioso del caso es que una de las instituciones que más apoyó (y más empeño puso para que así fuese) fue la Iglesia Católica. Desde los púlpitos se había estado criticando ferozmente dichas prácticas pero a la hora de regular la prostitución decidieron apoyar el proyecto del rey Jaime II.

Ello fue debido a una famosa alegoría defendida por San Agustín en el siglo V en la que comparaba a las prostitutas con las cloacas, pero no en un tono despectivo sino por la utilidad que ambas cosas tenían para la sociedad. El religioso ponía como ejemplo que si desaparecían las cloacas de un palacio este se llenaría de hedor y que lo mismo ocurriría si no había prostitutas pues, según San Agustín, la sociedad se llenaría de sodomitas.

Otro de los motivos fundamentales era tener establecimientos donde pudiesen acudir los soldados y demás miembros de los ejércitos (en una época en la que las guerras y batallas eran continuas) y los que desfogarse de sus largas estancias en el frente.

De todas las capitales de la Corona de Aragón, la ciudad amurallada de Valencia fue donde se ubicaron el mayor número de mancebías y la mayor cantidad de prostitutas.

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Un barrio compuesto por cuatro calles en las que, uno al lado de otro, se albergaban hasta una quincena de edificios en los que más de un centenar de mujeres ejercían la prostitución de manera controlada. Con esta medida los delitos sexuales descendieron, debido a que muchas agresiones que hasta entonces se habían cometido por parte de jóvenes, soldados o borrachos con ganas de sexo hacia cualquier doncella habían bajado gracias a la facilidad de poder acudir a una de estas mancebías.

Y es que durante tres siglos Valencia se convirtió en la capital europea de la prostitución (muchos la calificaron como el ‘burdel más grande e importante de Europa’) y donde las rameras tenían unas tarifas que doblaban a las de las prostitutas de otras poblaciones.

Dentro del control que ejercían las autoridades estaba las revisiones periódicas por parte de médicos, con el fin de evitar enfermedades venéreas (que por aquella época eran frecuentes y en muchos casos mortales). Pero también el controlar que no se mezclaran prostitutas y clientes de diferentes religiones. Por ejemplo, las rameras cristianas no podían atender clientes musulmanes o judíos y a la inversa con las de esas confesiones religiosas. A pesar de ello, hay constancia de numerosas denuncias en las que se saltaba con frecuencia dicha prohibición.

Tales prostíbulos estuvieron funcionando a lo largo de dos siglos y medio y fue durante la segunda mitad del siglo XVII cuando comenzó la decadencia de aquel negocio y paulatinamente fueron desapareciendo. Según consta, las últimas prostituta de un ‘burdel legal’ de Valencia se retiraron en el año 1671 (fueron convencida para retirarse a un convento).

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Gárgolas de carácter sexual en la lonja y catedral de Valencia (imágenes vía Flickr y Cefire)
Gárgolas de carácter sexual en la lonja y catedral de Valencia (imágenes vía Flickr y Cefire)

Como dato curioso de la época esplendorosa de los prostíbulos de la capital del Turia cabe destacar que en la lonja (situada en el Barri del Mercat en pleno centro de la ciudad) se pueden observar hoy en día una serie de gárgolas que representan unas esculturas explícitamente sexuales (un hombre masturbándose y una mujer tocando sus genitales) y que estaban colocados en dirección a la zona de los prostíbulos mencionados. No menos sorprendente es otra gárgola (colocada en la Catedral de Valencia) en la que aparece una mujer acariciándose los pechos.

Fuentes de consulta e imágenes: revistas.um.es (pdf) / dialnet.unirioja.es / abc / cefire / edomingo (Flickr) / antoniomarinsegovia (Flickr) / Wikimedia commons