La crisis de los opioides no es sólo culpa de los Sackler, hay problemas profundos en la industria farmacéutica
Es posible que haya oído hablar de la familia Sackler y del papel que ellos y su empresa privada, Purdue Pharma, desempeñaron en la crisis de los opioides.
Purdue es tristemente célebre por el agresivo marketing de venta que realizó con su potente opioide de acción prolongada OxyContin. Entre sus tácticas se encuentra la cooptación de organizaciones médicas legítimas para difundir mensajes que exageran la eficacia del fármaco y subestiman sus riesgos de adicción. Las ventas han hecho a sus propietarios fabulosamente ricos, construyendo lo que el periodista Patrick Radden Keefe llama memorablemente un “imperio del dolor”.
La búsqueda de beneficios de Purdue se convirtió en un modelo para otros fabricantes de medicamentos, distribuidores y cadenas de farmacias.
El consiguiente frenesí de ventas provocó un aumento vertiginoso de las tasas de adicción a los opioides a principios de la década de 2000, desembocando en la que es quizá la peor crisis farmacéutica de la historia de Estados Unidos.
Por eso, cuando en marzo de 2022 se revisó el acuerdo de quiebra de Purdue Pharma para hacer pagar a la familia 6 000 millones de dólares, en su mayor parte a los gobiernos locales y estatales, la noticia fue recibida al menos con cierta satisfacción. Aunque parece que ningún miembro de esa familia irá a la cárcel, al menos los considerados principales villanos de la saga pagaban un precio por sus fechorías.
Pero como historiador de fármacos adictivos, veo un peligro en asociar demasiado estrechamente la crisis de los opioides con la familia Sackler. Mi investigación ha demostrado que la crisis no es una aberración causada por las maldades de unos pocos. Castigar a quienes infringen la ley y obligar a los empresarios a pagar para reparar los daños que han provocado sin duda ayuda. Pero también se necesitan reformas más amplias para evitar que se repitan desastres similares.
¿Quiénes son “los Sackler”?
A pesar de las muchas personas y empresas implicadas, los Sackler se convirtieron en la cara pública de la crisis de los opioides. En parte, esto se debió a su condición de pioneros: fueron los primeros en hipermercadear opiáceos potentes y culparon de la catástrofe resultante a quienes se volvieron adictos a esos analgésicos de venta con receta.
Pero ¿quiénes son? La historia comienza con Arthur, Mortimer y Raymond Sackler, tres hermanos que amasaron una fortuna colectiva con el marketing médico. En 1952 adquirieron lo que entonces se llamaba Purdue Frederick Co.
Tras la muerte de Arthur en 1987, Mortimer y Raymond compraron a su familia la participación de su hermano en la empresa por 22 millones de dólares. Por ese motivo, los herederos de Arthur Sackler no están implicados en el litigio relacionado con los opioides que está en vías de resolverse mediante el acuerdo de quiebra de Purdue.
“Los Sackler” a los que me refiero aquí son Mortimer y Raymond y sus herederos, que se beneficiaron de la máquina de beneficios de Purdue. Muchos de ellos trabajaron allí, formaron parte de su junta directiva, o ambas cosas.
Richard Sackler dirigió la empresa durante años y posteriormente se convirtió en miembro del consejo de administración. Su prima Kathe Sackler, otra antigua ejecutiva de Purdue, afirmó en repetidas ocasiones que OxyContin fue idea suya, según ha informado Patrick Radden Keefe.
Es imposible determinar con exactitud cuánto dinero extrajeron colectivamente de Purdue, pero en 2021 se estimaba que esas dos ramas de la familia Sackler poseían unos 11 000 millones de dólares en activos.
Villanía de la cultura pop
Los Sackler utilizaron sus beneficios para proteger la reputación de la familia mediante generosas donaciones benéficas a museos como el Guggenheim y el Louvre, y a varias universidades –entre ellas Tufts y Yale–.
Su filantropía les confería un aura de respetabilidad, pero también les hacía muy visibles. Con el tiempo, los periodistas conectaron los puntos, lo que dio lugar a la publicación de libros y cobertura de medios de comunicación que trataban la crisis de los opioides y situaba a los Sackler como los responsables de los niveles históricos de adicción y sobredosis.
La caracterización de los Sackler como villanos de tebeo se detecta en la interpretación del actor Michael Stuhlbarg de Richard Sackler en la serie Dopesick, basada en el libro de Beth Macy del mismo nombre. La serie ganó dos Emmy en 2022.
Los espectadores también pueden verlo ahora en la piel de Matthew Broderick, que interpreta a Richard Sackler en Medicina letal, la serie que Netflix acaba de estrenar sobre la crisis de los opioides.
Las drogas del mercado blanco
Por muy satisfactorio que resulte, centrarse en las fechorías de los Sackler puede ocultar las causas más profundas de la crisis de los opioides.
Purdue no inventó las tácticas que utilizó para vender OxyContin. Las farmacéuticas descubren y venden productos realmente milagrosos, pero también ejercen habitualmente una influencia preocupante en cada paso de la producción y circulación de la información sobre los medicamentos, lo que puede dificultar la comprensión de su verdadero valor. También supervisan la investigación que demuestra la eficacia de dichos medicamentos y redactan, o ayudan a redactar, las publicaciones basadas en esta investigación.
Las farmacéuticas redactan o influyen en las directrices profesionales que fomentan la prescripción. Financian organizaciones profesionales y pagan a expertos médicos para que difundan su mensaje. Dan dinero y canalizan las organizaciones de defensa del paciente para que apoyen los medicamentos que fabrican.
Y luego presionan para que se aprueben leyes, reglamentos y cualquier otra cosa que pueda aumentar la demanda de sus medicamentos.
Hasta que la Agencia de alimentos y medicamentos (FDA) de Estados Unidos aprobó OxyContin en 1995, estas técnicas de marketing estaban prohibidas para los opioides, que las autoridades consideraban demasiado peligrosos.
Los reguladores federales, apoyados por autoridades médicas prudentes, designaron a destacados farmacólogos para que comprobaran la adictividad de los nuevos opioides. Examinaron los anuncios para asegurarse de que los riesgos se transmitían de forma completa y precisa.
Mucho antes del OxyContin, las farmacéuticas intentaron engañar a los organismos reguladores con un desfile de “opioides milagrosos” ya olvidados. De hecho, uno de estos milagros no era otro que la oxicodona, el ingrediente principal de OxyContin.
La oxicodona, descubierta en 1916, se había vendido en EE. UU. durante la mayor parte del siglo XX.
En 1949, Endo Products alegó que Percodan, su nuevo producto de oxicodona, no debía someterse a estrictos controles federales porque era químicamente similar a la codeína, un opioide relativamente débil utilizado en jarabes para la tos. La empresa insistía en que no creaba adicción si se utilizaba según lo prescrito.
Los expertos farmacólogos que trabajaban con los reguladores federales se opusieron. Observando que la oxicodona producía una adicción “intensa”, señalaron que la gente no siempre seguía las órdenes de los médicos, especialmente cuando se trataba de medicamentos adictivos.
La verdadera innovación de Purdue con OxyContin fue comercial, no científica. La empresa fue la primera en comercializar un potente opioide utilizando las estrategias agresivas que otras empresas utilizaban habitualmente para introducir las innovaciones farmacéuticas con gran rapidez y eficacia, al tiempo que maximizaban los beneficios.
Una vez que Purdue demostró que era posible, sus competidores no tardaron en seguirle. La industria sustituyó los hábitos centenarios de la medicina estadounidense en materia de precauciones con los opioides por un imprudente refuerzo.
Complicidad de muchas industrias
Purdue no actuó sola.
Otros fabricantes de medicamentos como Endo y Janssen imitaron e incluso superaron el ejemplo de Purdue una vez roto el tabú.
A continuación, fabricantes de genéricos como Allergan y Teva se beneficiaron ampliando y prolongando el auge, al igual que distribuidores mayoristas de medicamentos y cadenas de farmacias minoristas. Incluso la prestigiosa consultora McKinsey entró en el juego, asesorando a otros sobre cómo maximizar las ventas.
La complicidad de tantas industrias hace que los litigios sobre opioides sean complejos y difíciles de seguir. Ciudades, estados y otros demandantes no se limitaron a demandar a Purdue. Recurrieron al sistema legal para asegurarse de que todas las demás empresas pagaran para reparar los daños que causaron al construir una crisis que deja ya más de 500 000 muertes por sobredosis desde 1996.
Hasta la fecha, el mayor acuerdo nacional sobre opioides se ha alcanzado con los tres principales distribuidores de opioides y Johnson & Johnson, fabricante de los opioides Duragesic y Nucynta. Asciende a 26 000 millones de dólares, bastante más de lo que están pagando Purdue y los Sackler.
Pero los acuerdos financieros no pueden resolver todos los problemas que han hecho posible esta crisis. Purdue y sus competidores pudieron anteponer los beneficios a la seguridad de los consumidores durante tanto tiempo, en parte, porque sus estrategias de marketing se aproximaban mucho a la forma en que se venden otros medicamentos en EE. UU.
En otras palabras, la crisis de los opioides puso de manifiesto de forma exagerada los problemas que prevalecen en la industria farmacéutica en general. Hasta que no se resuelvan esos problemas más generales, la desgraciada historia de los medicamentos adictivos seguirá repitiéndose.