Cuando creer en Dios es solo un decir: el caso del dictador Daniel Ortega | Opinión

El pasado 14 de septiembre salió publicado en este matutino un interesante artículo sobre la fe religiosa de un notorio dictador centroamericano que maltrata al pueblo nicaragüense. Ese autócrata afirma creer en Dios, y se dice católico practicante que recibe la Sagrada Comunión. Pero ese “católico” distorsiona los evangelios refiriéndose a Jesús como a un revolucionario. Algo parecido hizo años atrás otro dictador, caribeño por más señas, para quien Jesús era como un precursor del Marxismo.

En Nicaragua ese tirano y su esposa han desatado una persecución religiosa sin precedentes en el continente americano, ensañándose principalmente contra la Iglesia Católica. Su régimen ha encarcelado a sacerdotes e incluso a un obispo; monjas han sido deportadas; medios de comunicación han sido clausurados; y hasta el Nuncio Apostólico fue expulsado. La hostilidad contra la Iglesia es de una virulencia tal que el Papa Francisco no se ha atrevido a pronunciarse con más audacia por temor a males mayores, como la expulsión masiva de clero y religiosos, así como vandalismos contra los centros de culto.

A nivel nacional la pareja gobernante arremete de lleno contra la más mínima disidencia: Encarcelan a opositores, incluyendo a candidatos a cargos gubernamentales; amordazan la libertad de prensa; y están detrás de criminales ejecuciones extrajudiciales. Se ha implantado un verdadero reino de terror en ese querido país.

Ellos son falsos creyentes en Dios. Los ha habido siempre. Ya Dios los desenmascaró por medio del profeta Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Is 29,13). Siglos después el mismo Jesús fustigaría a ciertos líderes religiosos de su tiempo, que se las daban de creyentes sin serlo en realidad: “¡Ay de Ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que se parecen a los sepulcros blanqueados, por fuera parecen justos, pero por dentro están llenos de hipocresía y crueldad” (Mt 23,27-28).

San Pablo enseña que “la fe actúa por el amor” (Gal 5,6). Y el apóstol Santiago remacha la misma idea con una frase feliz: “La fe si no tiene obras está muerta por dentro” (2,17). Sencillamente, no cree en Dios quien no vive en conformidad con la voluntad de Dios.

De modo que cuando el dictador de marras y su cónyuge proclaman tener fe, niegan lo que afirman al maltratar a sus prójimos connacionales.

Afortunadamente no todos los gobernantes se comportan mal hacia sus ciudadanos. Ha habido y sigue habiendo hombres y mujeres creyentes en Dios y consecuentes con su fe religiosa a la hora de gobernar.

Ahora mismo el mundo ha despedido con sinceras muestras de duelo a la Reina Elizabeth II del Reino Unido. Ella confesó haberse apoyado en su fe cristiana para poder cumplir con su misión. Como digna Jefe de Estado nunca dio escándalos maritales ni de ninguna otra índole. Siempre se mostró responsable, perseverante y cumplidora de sus deberes durante más de setenta años. Nada de arrogancia, sino trato humilde y cordial con todos. Siempre promovió la concordia entre las cuatro naciones de su complejo reino, compuesto por Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte. Y también se convirtió en la mejor embajadora del Reino con sus frecuentes visitas a numerosos países, especialmente a los miembros de la Mancomunidad británica.

Ojalá aumente en el mundo el número de gobernantes que encuentren en su fe religiosa la sabiduría, honestidad y fortaleza necesarias no para servirse del pueblo, sino para servir al pueblo en la prosecución del bien común.

Eduardo M. Barrios, S.J.; correo: ebarriossj@gmail.com.