El creciente mundo de la democracia directa moderna
“Somos el pueblo”, gritaban los manifestantes en las calles de Alemania del Este, un grito que finalmente los liberaría de un Estado comunista y unipartidista. Medio siglo de dictadura quedaba atrás para ellos. En los años posteriores lograron construir junto a sus vecinos de la otrora Alemania Occidental un país democrático común.
La voz del pueblo alemán, al igual que la de otros cientos de millones de personas en todo el mundo, exigió se aplicara un derecho humano fundamental, recogido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Toda persona tiene derecho a participar en el gobierno de su país, directamente o por medio de representantes libremente escogidos” (artículo 21.1).
“La idea de que la gente ordinaria sea capaz de gobernarse a sí misma es mucho más antigua que la Declaración de los Derechos Humanos de la ONU de 1948”, recuerda John Matsusaka, profesor de Finanzas y Economía Empresarial de la Universidad del Sur de California y autor de numerosos libros en los que evalúa el papel de la democracia directa moderna en los sistemas de gobierno representativos: “El autogobierno popular es un experimento que sigue dando forma al mundo moderno”.
Aunque estos procesos de configuración presentan muchas desilusiones, así como retrocesos populistas y autocráticos, un número cada vez mayor de comunidades políticas —ciudades, regiones, estados-nación e incluso continentes por igual— han sido capaces de establecer y poner en práctica una gran variedad de herramientas de participación ciudadana. Mientras que México, con sus más de 250 instrumentos, es en cierto modo un recién llegado al mundo de la democracia directa, otros países como Suiza y Estados Unidos cuentan con más de un siglo de historia en esta práctica.
México no es, ni de lejos, el único país de América Latina y del mundo que ha experimentado un rápido aumento de las nuevas herramientas de democracia directa y participativa en los últimos tiempos: un breve recorrido por el mundo con ejemplos e historias de aplicaciones más o menos exitosas de la democracia directa moderna puede ofrecer algunas ideas sobre los nuevos territorios del auténtico poder popular.
Movimientos asiáticos: rápidos y furiosos
Comencemos este viaje en el Lejano Oriente o, para ser más precisos, en el Lejano Oeste del Océano Pacífico: el Estado insular de Taiwán (36 mil kilómetros cuadrados, 23 millones de habitantes) ha experimentado una larga historia de injerencias extranjeras y, aún hoy, sigue siendo reclamado por un país vecino, China.
Sin embargo, desde el cambio de milenio, Taiwán ha transformado su antiguo régimen dictatorial importado por el líder militar nacionalista chino Chiang Kai-Shek en una vibrante sociedad democrática dirigida por el pueblo taiwanés, un Estado multinacional con 18 lenguas oficiales.
En 2003, se introdujo una primera ley de iniciativa y referéndum. Una normativa que en 20 años ha sido mejorada y enmendada, paso a paso, permitiendo que el pájaro participativo salga de su jaula: con umbrales relativamente bajos para someter una ley a través de una papeleta electoral, el pueblo de Taiwán hoy es capaz de tener una voz genuina en la política —tanto a nivel local como nacional.
Solo en noviembre de 2018 se sometieron a votación general más de 10 propuestas iniciadas por los ciudadanos, con temas como la protección del medio ambiente, la igualdad matrimonial y el controvertido estatus internacional de la isla.
Como primera consecuencia de las prácticas iniciales, Taiwán cambió sus leyes de democracia directa —mediante referéndum— para separar las elecciones de partidos y candidatos de las votaciones sobre temas puntuales.
Sin embargo, como punto débil continuo, los resultados válidos de los referéndums exigen un índice de aprobación de al menos el 25% del electorado total. Esto ofrece a los partidos que se oponen a una propuesta concreta no solo a votar en contra, sino combinar ese voto negativo con la abstención como tal.
En la actualidad, Taiwán combina un conjunto de herramientas de participación relativamente favorables a los ciudadanos con una práctica vibrante y una infraestructura electoral robusta como la Comisión Electoral Central (CEC).
Históricamente, las propuestas e ideas iniciales para complementar el gobierno representativo con mecanismos de democracia directa se basaron en las prácticas de iniciativa y referéndum de Estados Unidos y Suiza a finales del siglo XIX.
Este último país sin salida al mar situado en el centro de Europa (41 mil kilómetros cuadrados, 9 millones de habitantes) ha sido calificado a menudo como el partero de la democracia directa moderna, con sus procesos de votación secreta en la toma de decisiones públicas, en contraposición a las formas más tradicionales de democracia asamblearia.
Pero esto es erróneo por dos razones: en primer lugar, Suiza no inventó la democracia directa, sino que la democracia directa inventó Suiza, mediante una votación pública en 1848 para establecer la Confederación Helvética. En segundo lugar, a las ciudadanas se les impidió votar durante más tiempo que en la mayoría de las democracias del mundo: hasta principios de la década de 1970.
Y, aun así, en el medio siglo transcurrido desde entonces, Suiza se ha convertido en el primer país en aplicar plenamente los mecanismos de iniciativa y referéndum en el marco de un gobierno representativo.
Las suizas y los suizos mayores de 18 años han sido invitados a tomar decisiones vinculantes más de 450 veces tan solo a nivel nacional desde 1971.
Y lo que es más importante, y como diferencia relevante respecto de muchas otras comunidades políticas del mundo, los líderes legislativos o ejecutivos elegidos no pueden someter un asunto a votación pública. Esto solo pueden hacerlo los propios ciudadanos, mediante la colecta de firmas ciudadanas o si la ley lo exige, por ejemplo, sobre cambios constitucionales o gastos financieros elevados.
Aunque sigue habiendo problemas de inclusión —más del 25% de la población adulta no tiene derecho a voto por carecer de la nacionalidad suiza—, el país ofrece interesantes ideas para combinar eficazmente la democracia indirecta y la directa.
EU, más allá de la confrontación
Mientras que Suiza ofrece una forma de reconciliar su democracia mediante el diálogo, su República gemela mucho mayor al otro lado del Océano Atlántico, Estados Unidos (9.8 millones de kilómetros cuadrados, 331 millones de habitantes), experimenta formas mucho más duras y polémicas de aplicar el proceso de iniciativa y referéndum.
Introducidas por primera vez en Dakota del Sur y Oregón en torno a 1900, la mayoría de los estados de EU ofrece hoy alguna forma de legislación ciudadana directa.
De hecho, las herramientas de democracia directa se han convertido en un poderoso control de los órganos electos en la mayoría de las ciudades de la Unión, mientras que a nivel nacional EU todavía no ha sido capaz de establecer vínculos directos entre el pueblo y el gobierno federal (esto incluye las elecciones presidenciales, que se celebran en todo el país y son administradas por un colegio electoral al viejo estilo, lo que permite en ocasiones que minorías populares accedan al cargo más poderoso del mundo).
Los mecanismos de democracia directa se utilizan a menudo en varios estados al mismo tiempo para impulsar una agenda nacional, como ocurrió en el pasado en cuestiones como los derechos de los animales, la igualdad matrimonial o la regulación del aborto.
Como desafío fundamental a la política estadounidense, el uso excesivo de dinero restringe también el acceso a la democracia directa, especialmente en los estados más grandes como California, donde, por ejemplo, ninguna iniciativa ciudadana de ámbito estatal ha llegado a las urnas con recolectores de firmas profesionales (muy bien pagados).
Por último, pero no por ello menos importante, nuestro breve recorrido por el mundo nos lleva al hemisferio sur y a la poco poblada República de Uruguay (176 mil kilómetros cuadrados, 3.5 millones de habitantes).
Se trata de un país que hasta 1985 estuvo gobernado por dictadores militares, pero con una historia de fuertes actores políticos y sociales capaces de superar sus diferencias y oposiciones mediante las herramientas de la democracia directa.
Este enfoque de comunidad a través de la diversidad quedó patente en todo el mundo cuando Uruguay no solo envió a su actual jefe de Estado a la toma de posesión del nuevo presidente electo de Brasil a principios de este año: Montevideo envió a Brasilia a tres presidentes, uno actual y dos anteriores, que representaban tanto a la izquierda como a la derecha política, como señal de que la confrontación política no impide la cooperación en una sociedad.
En Uruguay solo existen tres herramientas de democracia directa, todas de ámbito nacional. Y con umbrales de cualificación comparativamente altos —10% del electorado para una iniciativa ciudadana e incluso 25% para un referéndum—, también parecen bastante inaccesibles para la gente corriente.
Sin embargo, con casi 20 votaciones populares en los últimos 30 años, Uruguay ha sido capaz de encontrar vías ampliamente aceptadas para avanzar en cuestiones como el derecho penal, el derecho de voto, la independencia del Poder Judicial y el sistema público de pensiones.
Todo ello ha contribuido a que Uruguay sea el país latinoamericano con mayor renta per cápita, menor índice de pobreza y menor nivel de desigualdad. En resumen, Uruguay es una de las 15 democracias más importantes del mundo (número 13 en el listado de Democracia de The Economist de 2023, muy por delante de EU, número 26; Brasil, número 47; Colombia, número 59, y México, número 86).
Lecciones globales: ascendente y vinculante
Estas son probablemente las lecciones globales más importantes de los países que han adaptado con relativo éxito la democracia directa, como Taiwán, Suiza, EU y Uruguay: en estos países, las herramientas de democracia directa son mecanismos ascendentes, tienen efectos vinculantes en el proceso legislativo y no pueden ser utilizadas por los cargos electos para aumentar sus propios poderes.
Además de estas características comunes, que también pueden contribuir a una mayor confianza en los gobiernos nacionales, las formas y las prácticas de la democracia directa moderna presentan matices muy diferentes.
Fuente: OCDE, Gallup World Poll (Trust in Government; Government at a Glance 2019)
Este artículo se realizó en el marco de una colaboración periodística entre Animal Político y SWI swissinfo.ch para intercambiar perspectivas sobre el quehacer democrático, sus actores y el uso de las herramientas de la democracia directa en México y en Suiza, en un contexto global.