“Crónicas de la Pequeña Habana” el nuevo libro de relatos de Ernesto G.

Acaba de presentarse en la Feria del Libro de Miami Crónicas de la Pequeña Habana (Ediciones Furtivas, 2023), el más reciente libro de Ernesto G., que reúne 55 textos sobre el quehacer cotidiano de personajes comunes, un fragmento de población diverso que ya casi desborda la Ciudad Mágica. Ernesto G. rescata sus historias, saca de las penumbras del olvido a ese grupo “menor” de marginados y sus vidas aciagas. Personajes invisibles para los ojos del pasante turista.

El cronista en Ernesto G. está presente desde su primer libro, Los relatos de Maurice Sparks (Editorial Silueta 2015). En aquel momento escribí al respecto: “…Ernesto va a lo nuevo y específico de la narración, excitando el interés y manteniendo la atención y curiosidad del lector en todo momento. […] se valió tal vez inconscientemente de un arma fundamental y letal en el andamiaje narrativo: El personaje. No hay nada en la narrativa que haga perdurar una obra, tanto como crear un personaje nuevo, armónico, coherente. Ernesto G. dio en el clavo cuando proveyó de vida a Maurice Sparks.”

Aquello era la simiente, pero se cumple ahora con varios personajes y sus historias, todos y todas diferentes, porque Dios se aseguró de no igualar un mismo sufrimiento. Son personajes que despiertan el interés porque tienen su historia y la cuentan al natural. Todos son protagonistas varones, y me detengo a pensar que para el autor fue más fácil acercarse a un desconocido semejante a él y no porque quiera demostrar la fortaleza de los machos para aguantar los golpes. Sólo una mujer, “La dueña del perro ciego”, levanta bandera, pero no llega a resistir, el relator asesina a la anciana en la novena línea. ¡Cuidado con el perro!

Ernesto G. se encuentra justo en el epicentro de los cambios técnicos y generacionales debido a su trabajo de educador, y se nutre de ello sin reparo, por eso está tan bien preparado para enfrentar situaciones adversas que a veces se presentan con los personajes callejeros a la hora de acercarse. El mayor acierto en la obra de Ernesto G. es su síntesis, el minimalismo que maneja y que puede virarse a veces contra él, ya que limita la narración, y deja abierto el panorama al relato puro. En estos textos podemos encontrar el aliento poético que caracteriza los hechos de la vida de sus protagonistas, y en otros la crudeza de la realidad. Nada va mejor con los nuevos tiempos que la brevedad:

“Cuando muera, yo no quiero una estrella en la Calle 8. Mi arrogancia no llega a tanto. Yo lo que quiero es que me incineren, y con el polvo hagan un adoquín y me pongan en la acera para seguir observando la vida desde abajo y ver cómo ustedes siguen botando gordas.” (El viejito del Parque del Dominó)

Hay diferentes voces sumergidas en estos textos, y prefiero llamarle textos para no cerrarlos en conceptos que limitan la apertura que el mismo autor le da; tengamos en cuenta que los bordes siempre son aproximaciones hacia algo, y que suele existir la posibilidad de que se desalineen en algún momento, como en este caso, no en detrimento, sino en ganancia.

Sí, la mayoría son crónicas, las hay costumbristas, con sus rasgos distintivos de cronología, ironías y picarescas; también autobiográficas y literarias; todas ellas contadas con imaginación, relatadas unas veces en primera persona, otras con el ojo certero del coprotagonista, o de manera omnisciente, oteando la vida de los otros con un deleite voyeur, como pasa en el caso del autor. No obstante, escondido entre las crónicas, está el tropismo, fiel a la definición de su autora Nathalie Sarraute en 1939, cuando decía que esta forma de hacer era un movimiento breve, casi involuntario que motiva un proceder de sensaciones, vibraciones, que alteran las relaciones humanas y destellan en la vida corriente:

“Hojas secas amontonadas por doquier como banderas de un ejército vencido.” (En el Cuban Memorial Boulevard Park, después del huracán)

Es en los encuentros espontáneos del autor con sus personajes cuando se da el mayor carácter salvador a la escritura de este libro, por la agudeza, la impronta y la muestra diáfana del lado rústico de gente con vida subdesarrollada dentro de una sociedad desarrollada. Sin dudas lo hace, a través de la voz del aforismo, ese juego de ironía y comparación de elementos supuestamente incoherentes, para amarrar una máxima sucinta y definitiva:

“Llegará el momento en que todas las palabras serán nombres de marcas y ya no podremos nombrar las cosas sin anunciar un producto. Habremos llegado entonces al capitalismo perfecto en el que el mismo acto de hablar será siempre un eslogan.” (Vaya usted mirando las vallas de Miami)

Crónicas de la Pequeña Habana se formó de a poco, como la buena comida, gracias al vagabundeo y voyerismo de Ernesto G., a su alma de filósofo y su preocupación por no dejar perder una parte fundamental de la historia de un exilio que ha perdido los bordes.

¡Yo lo que quiero es escribir asere!, me dijo Ernesto en uno de nuestros intercambios literarios. Lo sé, eso es lo que queremos todos los que amamos la palabra, es lo que quiere el escritor. Gracias por tu libro.