Así funcionaba la red millonaria de fraude para acceder a universidades de élite de EEUU

Acceder a una universidad en Estados Unidos es arduo académicamente y costoso en lo financiero. Pero hacerlo, y posteriormente obtener un grado académico, ofrece a quienes lo logran perspectivas y posibilidades socioeconómicas mucho más auspiciosas que las de quienes no tienen educación superior.

En ese contexto, el escándalo por la trama de admisiones fraudulentas en universidades de élite que ha sido denunciada recientemente por las autoridades federales estadounidenses, pone luz no solo en lo deseable que resulta ingresar y graduarse de una universidad sino en las distorsiones del sistema de admisión a esas instituciones, que se afirma está basado en el mérito y no en la influencia o el dinero, y los huecos que algunos usan para vulnerarlo ilícitamente.

De acuerdo a documentos que son parte de la acusación federal del caso que mencionan en específico al cabecilla y a otros 12 acusados de la trama pero que implican a unas 50 personas, entre ellas celebridades de Hollywood y potentados que pagaron sobornos para lograr que sus hijos ingresaran a universidades prestigiosas pese a no cubrir los requisitos de admisión, el esquema se apoyó en algunas de las peculiaridades del sistema universitario estadounidense, del que abusaron, y ciertamente se originó en el dolo de unos, que engañaron y alteraron procedimientos a cambio de dinero, y en la falta de escrúpulos o la inconsciencia de ciertos individuos decididos a lograr con sobornos acceso universitario para sus hijos por una vía fácil pero torcida.

Edificios de las universidades Georgetown, Stanford, Yale y UCLA, a las que ingresaron estudiantes que no cumplían los requisitos de admisión gracias a una trama de fraude y sobornos de terceros denunciada por las autoridades de EEUU. (AP)
Edificios de las universidades Georgetown, Stanford, Yale y UCLA, a las que ingresaron estudiantes que no cumplían los requisitos de admisión gracias a una trama de fraude y sobornos de terceros denunciada por las autoridades de EEUU. (AP)

El acceso

Para comprender la operación fraudulenta conviene conocer cómo es el sistema de acceso a las universidades en Estados Unidos. A diferencia de otros países, las universidades estadounidenses, sean pública so privadas, tienen un costo significativo para el estudiante, que puede ir de algunos miles de dólares al año a decenas de miles anuales. Las universidades de élite –como Yale, Georgetown, Stanford, UCLA, USC y UT-Austin, entre otras de las mencionadas en la acusación– tienen procesos de admisión muy exigentes y seleccionan solo a un pequeño porcentaje de quienes solicitan acceso.

Esa selección se realiza con base en diferentes criterios que cada alumno ha de cumplir y mostrar con documentación a las universidades de su interés: en lo académico, el promedio general del solicitante durante sus años de high school y el resultado de los exámenes selectivos SAT y ACT, que también incluyen un ensayo escrito por el estudiante en el que muestra sus capacidades intelectuales. Pero también se valora el perfil mismo del joven, por ejemplo su participación en actividades extracurriculares, su trabajo altruista o comunitario y sus dotes científicas, artísticas o deportivas.

Al ponderar todos esos factores, las universidades seleccionan a los más capaces y cualificados y les ofrecen la admisión.

Todo ello presupone que el acceso a la universidad está basado en el mérito y la excelencia y no en el dinero o las influencias del solicitante. Con todo, la realidad es más compleja. Los jóvenes de altos recursos económicos, por ejemplo, pueden pagar los servicios de mentores que, durante años previos a la edad de solicitar acceso a la universidad, los guían y asesoran para ir cumpliendo las exigencias y las expectativas de las universidades y construirse un perfil lo más deseable posible. Al hacerlo, tienen una ventaja ante los de menores recursos, lo que ciertamente es una cuestión inherente al sistema capitalista pero que pesa en el asunto.

Lo mismo sucede en el área muy especial de los deportes: jóvenes atletas de muy alto rendimiento son deseados y cotizados por las universidades, y estos los atraen facilitándoles el acceso e incluso ofreciéndoles becas. Muchos estudiantes que son atletas muy competitivos logran así el acceso por la vía deportiva, pero los estudiantes ricos pueden costearse mejores entrenadores y equipos y participar y destacar en deportes selectos a los que no tienen acceso jóvenes de otros perfiles.

Y existen caminos que tienen que ver con destrezas intelectuales y artísticas que también ayudan a abrir puertas universitaruas

En todo caso, si bien el dinero de los padres ayuda en todo ello, todas esas opciones son legales y aceptadas. Y aunque perpetúen ciertas desigualdades, tienen también raíces que premian el mérito intelectual o deportivo.

William Singer se declaró culpable de liderar una trama millonaria de defraudación y sobornos para lograr el ingreso a universidades de elite de estudiantes que no cumplían los requisitos de admisión. (AP)
William Singer se declaró culpable de liderar una trama millonaria de defraudación y sobornos para lograr el ingreso a universidades de elite de estudiantes que no cumplían los requisitos de admisión. (AP)

La trama

La dinámica anterior tiene fisuras y fueron las que explotaron los acusados para hacerse de millones de dólares a cambio de lograr accesos inmerecidos de estudiantes a universidades de élite.

Un esquema utilizó la vía deportiva.

Gordon Ernst, por ejemplo, era entrenador de tenis de la Universidad de Georgetown en Washington DC. En esa posición, tenía la prerrogativa de evaluar el nivel en ese deporte de jóvenes estudiantes y recomendar, en los casos de excelencia competitiva, su admisión en la universidad. Nada habría en ello de malo, y el sistema lo promueve, cuando los elegidos son en efecto deportistas de élite. Pero Ernst, a cambio de sobornos, recomendó a estudiantes que no tenían el nivel, algunos incluso que nunca habían jugado tenis a nivel competitivo, y con ello les consiguió acceso a Georgetown, algo que no habrían podido lograr con sus verdaderos méritos académicos o atléticos. Casos similares se desarrollaron en los departamentos deportivos de otras universidades estadounidenses.

Otro esquema torció la ruta académica.

Los exámenes SAT y ACT, por lo general, se aplican en fechas predeterminadas a grandes grupos de estudiantes y en un tiempo muy estricto, aunque en ciertos casos el formato puede variar, y los exámenes en sí son enviados, por las entidades que los operan, a los lugares donde son aplicados vía servicios profesionales de paquetería.

Pero los acusados, a cambio de sobornos, instruyeron a los padres de los estudiantes para que solicitaran tiempo adicional para que sus hijos respondieran esos exámenes, alegando o simulando discapacidades para justificar esa extensión. Entonces, los responsables de la trama enviaban a otra persona a tomar el examen en lugar de los alumnos o les daban las respuestas correctas sobornando a los responsables de la aplicación de esas pruebas, incluso obteniendo los cuestionarios del examen previamente para, después, reemplazar con los exámenes previamente resueltos los que los estudiantes resolvieron el día de la prueba.

Eso lograba que fraudulentamente esos estudiantes obtuvieran puntajes mucho más altos de los que habrían logrado por sí mismos, y esas calificaciones de excelencia, pero espurias, les abrían la puerta a universidades de élite, que por lo general solo admiten a los estudiantes con puntajes más altos.

Tanto la vía deportiva como la académica de esta trama implicaban un fraude que explotaba algunas de las peculiaridades del sistema de admisión.

Y todas esas prácticas no fueron hechos aislados o esporádicos sino parte de una elaborada trama.

William Singer, el principal de los acusados, fundó una empresa de asesoría académica para el ingreso a la universidad y una fundación supuestamente dedicada a labores caritativas y con capacidad de emitir recibos deducibles de impuestos a quienes le hagan donaciones. Pero, en realidad, esas entidades eran la tapadera para el esquema fraudulento de Singer, Ernst y otros implicados. Ellos conocían cabalmente los huecos y fragilidades del sistema y los exploraron dolosamente en su beneficio.

Los padres de familia dispuestos a pagar para lograr el acceso irregular de sus hijos a universidades de élite le entregaron a la fundación de Singer decenas e incluso cientos de miles de dólares, rotulados como “donaciones”, pero que en realidad eran el pago por los servicios irregulares que él ofrecía. Luego, esa entidad pagaba para obtener copias de los exámenes SAT y CT, para infiltrar personas durante las sesiones de prueba y para sobornar a los entrenadores deportivos.

Incluso, Singer hizo donaciones directamente a algunas universidades para suavizar criterios o para distraer suspicacias.

De ese modo, una cantidad no especificada de estudiantes, pero que podrían haber sido varias decenas, ingresaron impropiamente a la universiudad. Y en tan solo un caso, Singer habría acordado facilitar la admisión de un estudiante en Yale a cambio de un pago de 1.2 millones de dólares de los padres. En total, Singer habría obtenido cerca de 25 millones de dólares entre 2011 y 2018, procedentes de padres urgido por lograr la aceptación de sus hijos en prestigiosas universidades como Yale, Stanford, Georgetown, UCLA, USC y UT-Austin. Monto que repartió como sobornos entre sus cómplices.

William Singer, Jane Buckingham, Bill McGlashan, Lori Loughlin y Mossimo Giannulli (arriba, de izq. a der.); Gordon R. Caplan, Felicity Huffman, Jovan Vavic, Gordon Ernst y Olivia Jade Giannulli (abajo, de izq. a der.) Todos ellos participaron ya sea como ejecutores de fraude o como padres que pagaron por el acceso irregular de sus hijos a universidades de EEUU. (AP/Getty Images/University of Rhode Island)

El saldo

Por lo pronto, Singer ya se declaró culpable y tras su arresto se le impuso una fianza de 500,000 dólares. Para él y otros de los acusados la fiscalía exige el decomiso de dinero y bienes equivalentes a todo lo recibido en pagos o sobornos en este esquema. Y ciertamente sus carreras como consejeros académicos, administradores de exámenes o entrenadores deportivos universitarios se habrían cancelado súbitamente.

La imagen del proceso de admisión a la universidad en Estados Unidos también ha recibido una sacudida, tanto por la exposición de los huecos por los que se cometió este fraude (lo que abre la sospecha de que se hayan dado otros casos) como porque exhibe que, en el fondo, no es el mérito puro la puerta de entrada a la educación superior. Los estudiantes con recursos e influencias, se muestra, tienen poderosas ventajas, legales o no, de las que carecen los alumnos menos favorecidos, así sean ellos más inteligentes o atléticos.

Las universidades y las entidades que aplican los exámenes SAT y ACT han defendido la integridad de sus esquemas y, en general, aunque han reconocido que fueron vulneradas por este fraude, han deplorado lo sucedido y reiterado que sus procesos y operaciones son, más allá de ciertos casos, justas y legítimas.

Y queda, al final, la cuestión del afán de los padres que no tuvieron empacho en recurrir a un esquema fraudulento con tal de lograr que sus hijos entraran a esas universidades a como diera lugar. Su poder económico, mostrado con los pagos realizados a Singer, revela que no sufrían los impedimentos financieros de otras familias que desean llevar a sus hijos a la universidad, ni sería un título académico, sobre todo en el caso de los estudiantes más ricos, un factor que defina su futuro económico a largo plazo (como sí sucede con alumnos que progresarán sustancialmente con base en tener un grado académico y un mejor empleo que el que tendrían sin esa formación).

Así, parece que en muchos casos fue el aura de prestigio, la vanidad, el sentirse vinculado a instituciones, personas y familias de abolengo o altura económica e intelectual, lo que motivó a muchos padres a entrar en ese esquema truculento. Y lo que Singer y sus cómplices explotaron jugosamente, hasta que se derrumbó todo el castillo de naipes.

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