¿De qué color eran Adán y Eva? | Opinión

Cuando me presentaron al que sería mi futuro suegro, de mi mismo apellido Connor, en su casa de un suburbio antiguo de clase media de Filadelfia, Pensilvania, me cayó muy bien, por su interesante y cultivada conversación.

Era obvio que tenía gran cultura, su casa estaba llena de libros, que incluía una biblioteca de varios temas de intereses distintos a los de su profesión de ingeniero.

Se destacaba al hablar su hermosa voz de barítono irlandés, solista en el coro de su iglesia, protestante, claro, porque era un perfecto WASP norteamericano, (White Anglo Saxon Protestant), al igual que su esposa, mi suegra. Y ambos muy conservadores.

Era noviembre de 1963 y nos reuníamos con toda la familia a celebrar la tradicional fiesta del Thanksgiving norteamericano.

Yo venía de San Juan, Puerto Rico, donde se comentaba mucho sobre el movimiento de Derechos Civiles de Martin Luther King Jr. y su Gran Marcha sobre Washington, de 200 a 300 mil personas frente al Monumento de Lincoln, del 28 de agosto de ese año. Allí se escuchó su histórico discurso “Yo tengo un sueño”, defendiendo la armonía racial.

Creados iguales

Durante la comida, aquel atardecer, ese fue también uno de los temas de conversación. No se imaginarán mi asombro cuando escuché las palabras del señor Connor, cuyos ancestros habían fundado Camden en Nueva Jersey, dando su opinión.

Él pensaba que la raza negra era menos inteligente, y que esa era la razón lógica de su baja posición en la sociedad. Un pensamiento que no era original de él, aunque no me había dado yo cuenta aún de que era el fundacional de la “cultura norteamericana”.

Esas bellas palabras de la Declaración de Independencia de “que todos los hombres son creados iguales” solo se referían a los hombres blancos y dueños de propiedades. Ni a los negros, ni a los indígenas, ni a los blancos pobres, ni a las mujeres, que eran las últimas en el sistema de castas de la nueva cultura americana, se los consideraba merecedores de esa igualdad, ni de las prerrogativas que conllevan.

Pero yo no argüí absolutamente nada. No me atreví. Porque percibí que era un artículo de fe y no de la razón. También mis padres, inmigrantes campesinos gallegos en Cuba, pensaban de manera parecida, y eran parte de un sistema de castas.

Castas y sectas

Todas las culturas del mundo entero tienen castas. Son casi siempre grupos distintos, pero en las dos Américas fue la raza negra la que se llevó la peor parte, porque en ese tiempo en África había un mercado de esclavos en el que ingleses y españoles los compraban. Era la ignominiosa trata de esclavos.

Un distinto sistema de castas y sectas pudimos observar en un viaje a la India en 2007, que no tiene que ver con el color de la piel, sino de diferencias basadas en creencias y sectas de diferentes orígenes.

Nuestra guía en Mumbay (Bombay) nos llevaba de camino a las Cuevas del Elefante, y le comenté, imprudentemente, que al cabo de dos semanas al fin había podido comerme un buen filete de carne de res en el famoso hotel Taj Mahal Palace.

Ella me miró con un rostro horrorizado al oírme, y con una fe indomable me advirtió que si comía carne yo reencarnaría en un buitre, el mismo animal que a lo lejos, y en bandadas sobre las Torres del Silencio, se comían los restos de los muertos de los que siguen la fe zoroastra de los parsi, a la que ella obviamente pertenecía.

Del mismo modo, nuestras creencias judeocristianas nos llevan a prejuicios ancestrales, como la condena del incesto, la poligamia o el homosexualismo, que no eran en absoluto prohibidos en otras culturas anteriores.

En Egipto se escucha sobre sus antiguas historias entre los monumentos milenarios. “Como los hijos de una hermana podían ser herederos potenciales, Ptolomeo mantuvo su herencia unida al casarse con Arsínoe (su hermana)”. Estaba siguiendo costumbres egipcias, y no macedonias, de las que ese faraón procedía.

Adán y Eva

En Israel nos preguntamos por las contradicciones en las historias del Antiguo Testamento, porque el resultado de la quema de Sodoma, para castigar el homosexualismo, fue que hubiese incesto entre las hijas de Lot con su padre. Y la gran división de los descendientes de Ismael –los musulmanes - y los de Isaac –los judíos - se debieron legendariamente a la poligamia del tiempo de Abraham. Mientras que el fundador de Alejandría, Alejandro Magno, tuvo de compañero y gran amor a Hefestión, su amigo desde la niñez.

Todo esto me llevó a preguntarle a un historiador de culturas y experto en libros bíblicos: ¿De qué color eran Adán y Eva en el Edén?

“Probablemente verde con lunares amarillos”, me contestó en broma. Porque hay que recordar, a pesar de nuestros prejuicios contra la piel de color negro, que nuestros ancestros eran del África, recolectores y cazadores. Y de un color indefinido. Y todos descendemos de ese mismo origen.

Todo lo demás sé debe a argucias del deseo y la codicia por el poder.

Olga Connor es una escritora cubana.



4/1/04, To El Sig writer Olga Connor, photo by Pedro Portal........... Pedro Portal/El Nuevo
4/1/04, To El Sig writer Olga Connor, photo by Pedro Portal........... Pedro Portal/El Nuevo