Una ciudad rusa llora a sus soldados muertos, pero no está indignada por la guerra de Putin

Yelena N. Samsonkina, a la derecha, y Olga Obrosimenko en su organización benéfica, la cual distribuye ayuda a los refugiados de Ucrania y a los soldados rusos, en Riazán, Rusia, el 17 de diciembre de 2022. (Nanna Heitmann/The New York Times)
Yelena N. Samsonkina, a la derecha, y Olga Obrosimenko en su organización benéfica, la cual distribuye ayuda a los refugiados de Ucrania y a los soldados rusos, en Riazán, Rusia, el 17 de diciembre de 2022. (Nanna Heitmann/The New York Times)

RIAZÁN, Rusia — Incluso bajo una gruesa capa de nieve, el cementerio para los soldados rusos caídos en la guerra de Ucrania está bañado de color. Las tumbas están llenas de guirnaldas de flores de plástico y, en cada montículo, ondean al viento banderas que representan la unidad del soldado muerto.

En un sábado reciente, una mujer de nombre Natalia retiraba con cuidado con un cepillo los grumos de la nieve fresca y pegajosa que había en las guirnaldas de su hijo. Quitó los claveles rojos que había comprado la semana anterior, ahora congelados, y los remplazó con un pequeño árbol de Navidad que compró a la entrada del cementerio.

Natalia acude al menos una vez por semana a limpiar la tumba de su único hijo, el cual resultó muerto durante los primeros días de la guerra, después de que su grupo de soldados entró a Ucrania e intentó tomar la base aérea de Hostómel, cerca de Kiev, pero fracasó. Lo que quedó de su cuerpo llegó a Riazán varias semanas después.

“Vengo hasta cuando estoy enferma porque me da miedo que se aburra”, dijo acerca de su hijo, cuyos restos llegaron muy cerca del día de su cumpleaños número 26. Natalia no quiso darnos su apellido por temor a recibir represalias por hacer declaraciones.

Muchos de quienes se oponían en Occidente a la guerra de Rusia contra Ucrania esperaban que las madres como Natalia se convirtieran en el eje de una oleada de indignación hacia el presidente Vladimir Putin y surgiera una fuerza política en su contra. Pero, a diez meses del conflicto, eso no ha ocurrido a gran escala y, desde luego, no en Riazán, una ciudad de 500.000 habitantes famosa por su unidad de paracaidistas de élite.

Natalia comentó que pensaba que la invasión “debió haber estado mejor planeada” para que las pérdidas fueran mínimas, pero no manifestó enojo hacia la dirigencia rusa. “Algo se tenía que hacer”, comentó refiriéndose a Ucrania.

Ese tipo de respaldo continuo ha sido un factor determinante para que Putin sortee cualquier repercusión negativa importante dentro de Rusia contra su guerra, lo que le ha permitido redoblar su empeño por alcanzar sus objetivos en Ucrania en medio de una serie de fracasos.

Aleksandr Yurov, un especialista en la tecnología del internet que está en contra de la guerra en Ucrania, en Riazán, Rusia, el 17 de diciembre de 2022. (Nanna Heitmann/The New York Times)
Aleksandr Yurov, un especialista en la tecnología del internet que está en contra de la guerra en Ucrania, en Riazán, Rusia, el 17 de diciembre de 2022. (Nanna Heitmann/The New York Times)

En su reciente visita, Natalia estaba sola en el cementerio, pero la cantidad de soldados sepultados ahí es una señal de que hay muchas más madres desconsoladas como ella. Había al menos 20 hileras con tres tumbas nuevas cada una.

A pesar de ello, de acuerdo con muchos testimonios, Riazán, sede de dos bases militares, está orgullosa de enviar a sus hombres a la guerra, aun cuando algunos de ellos regresen en bolsas para cadáveres.

Esta ciudad, más o menos a unos 160 kilómetros al sureste de Moscú, se siente especialmente orgullosa de sus paracaidistas. Una escultura gigantesca de su emblema al lado de la carretera principal consagra a la ciudad como la “casa de la VDV”, que son las iniciales de la unidad de paracaidistas de élite a la cual pertenecía el hijo de Natalia. En el centro de la ciudad hay una escuela muy grande para los cadetes de la unidad, la cual tiene al lado un museo que conmemora su historia.

A lo largo de un extenso corredor, se habla de su participación en diversas campañas militares y ya se incluyen algunos artefactos procedentes de esta guerra.

Hacia el centro de la ciudad, a unos 20 minutos del cementerio en automóvil, Marina N. Doronina también manifestó su respaldo a la guerra. Su hijo de 27 años, Vladimir, fue reclutado unos cuantos días después de que, a fines de septiembre, Putin anunció que Rusia movilizaría a varios cientos de miles de hombres.

Doronina, una madre soltera con otros dos hijos, de los cuales uno tiene importantes discapacidades, que trabaja como asistente sanitaria a domicilio, depende de que el mayor de sus hijos le ayude, tanto económicamente como con trabajos físicos. Su techo está “goteando como un colador” y él tenía pensado repararlo antes de que llegara el invierno.

“¿Ahora quién va a repararme el techo?”, preguntó. “Él también iba a arreglarme la cerca en el otoño”.

Pero aseguró que no está enojada de que lo hubiesen enviado a la guerra. Tampoco se oponía a la movilización en general, sino que más bien estaba enojada con el “sistema”, que no pudo brindarle a su hijo un aplazamiento, si no es que una exención.

Tiene contacto con Vladimir en Ucrania por medio de la plataforma de mensajería WhatsApp. Él le manda videos de él pasando el tiempo con sus compañeros soldados en las trincheras. Se siente orgullosa cuando lo ve en las fotografías con su ropa de camuflaje.

“Esta situación se tiene que resolver de alguna manera”, aseveró, repitiendo la vaga aserción de Natalia sobre Ucrania. Pero, aunque estaba molesta por la manera en que las autoridades locales gestionaron la movilización de su hijo, manifestó confianza en Putin.

“Nuestro presidente es muy sabio y sigue haciendo un buen trabajo”, comentó.

Al repetir un tema recurrente promovido por los programas de propaganda en la televisión estatal y que era habitual entre muchas personas comunes y corrientes, dijo que creía que “Occidente” no solo estaba combatiendo en Ucrania, sino que también estaba sufriendo las consecuencias de la guerra más de lo que las estaba padeciendo Rusia.

“Todo esto se arreglará y pronto las cosas volverán a la normalidad”, añadió.

Sin embargo, algo bastante fuera de lo común ya ha ocurrido en Riazán, la cual se encuentra a 480 kilómetros de la frontera con Ucrania. Sus dos instalaciones militares han propiciado que la ciudad sea el blanco de uno de los ataques ucranianos más fuertes dentro del territorio ruso desde que comenzó la guerra.

El 5 de diciembre, dos drones de fabricación soviética cayeron en bases de Riazán y cerca de Sarátov, una ciudad más al este. En Riazán, el dron fue dirigido hacia la base aérea de Diáguilevo, un centro de entrenamiento para las fuerzas estratégicas de bombarderos. Rusia alegó que interceptó y derribó el dron, una aseveración que no pudo ser confirmada, pero reconoció que tres personas murieron y cinco resultaron heridas en el ataque, el cual también causó daños a un bombardero supersónico Tupolev Tu-22M.

El Ministerio de Defensa ruso le echó la culpa a Ucrania, la cual no reconoció públicamente los ataques dentro de Rusia e intencionalmente conservó la vaguedad.

Fue algo extraño que Ucrania atacara tan al interior del territorio ruso. No muy lejos de la base, algunos residentes aparentaron no estar preocupados por el ataque del dron.

En el principal centro de transporte público del vecindario de Diáguilevo —una fangosa parada de autobuses frente a un parque donde los niños jugaban sobre la estatua de un bombardero Tupolev Tu-16— una mujer de 70 años llamada Valentina Petrovna insistió en que no había “nada que temer”.

¿Ha habido algún cambio en su vida durante el último año que haya traído cambios radicales a Rusia y al mundo? “Nada”, insistió, aunque señaló que tenía muchos familiares en el Ejército. “Tenemos la esperanza de que nuestros chicos ganen lo más rápido posible”.

No obstante, Alina, una estudiante de Medicina de 19 años, reconoció sentir un poco de miedo. El 5 de diciembre, había estado de pie en la parada de autobuses cuando escuchó la explosión.

“Todo se sacudía”, comentó, y el temor de que volviera a suceder estaba afectando su espíritu navideño.

Según Aleksandr Yurov, un especialista en la tecnología del internet, el incidente del dron ha hecho que las personas de la localidad comiencen a prestar más atención a la guerra. “Finalmente, a la gente comenzó a preocuparle”, comentó Yurov, de 34 años, quien está en contra de la guerra.

Hay una razón para pensar que puede esto volver a suceder: el lunes, Moscú dijo que había derribado otro dron ucraniano sobre la base de Engels, cerca de Sarátov, y que ahí murieron tres personas.

De acuerdo con Yelena N. Samsonkina, quien administra una organización benéfica que recolecta ropa y alimentos para las familias de refugiados y para los soldados rusos que han participado en su desalojo, alrededor de 200 familias ucranianas se han establecido en Riazán.

“Aquí la gente se ha unido más” en apoyo a las labores de la guerra, explicó Samsonkina en la sede de su organización.

“Las abuelas tejen calcetines y los niños escriben cartas en la escuela” para los soldados, comentó.

Samsonkina desaprobó la pregunta sobre si el Ejército estaba mal equipado, ya que los voluntarios tenían que juntar termos y otros artículos esenciales para los soldados rusos. El Ejército tiene todo lo necesario, afirmó, pero los voluntarios podían conseguir la mercancía más rápido que la burocracia militar.

Samsonkina comentó que quizás su hijo fuera movilizado, cosa que le preocupaba a su hija. Pero, según ella, él estaba listo para el combate y ella no se quejaría si fuera reclutado.

“Estoy contenta de tener un hijo así”, aseveró. “¿De qué otra manera podría sentirme al respecto? Claro que estoy inquieta y muy preocupada, pero no voy a disuadirlo”.

Explicó que respaldaba la guerra por completo.

“Putin dio el primer paso. Si no lo hubiera hecho, ¿quién sabe dónde estaríamos ahora?”.

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