Cinema Paradiso: la nostálgica joya que fue sueño y pesadilla para Giuseppe Tornatore

Qué problema el de las etiquetas. "Obra maestra", "clásico moderno", "joya del cine", perezosas simplificaciones que dejan conforme a algunos pero indignan al resto. Con “Cinema Paradiso” se ha hecho uso y abuso de estas y otras etiquetas casi, casi desde su estreno en 1989. Los que las usaron probablemente tengan la ilusión de que así le han hecho justicia, aunque en realidad haya sido todo lo contrario.

Porque en torno a la película dirigida por Giuseppe Tornatore nació una mística que, apoyada en sus valores formales (entre otras cosas) superó incluso a la obra misma. Prueba de ello es que en España fue el film elegido para la reapertura de 150 salas post covid-19, y se prepara un lanzamiento a nivel mundial de una versión remasterizada en 4K para el 24 de noviembre. Los que la vieron hablan maravillas de ella, y los que no la vieron juran haberla visto. Y también hablan maravillas de ella.

Se supone que con eso alcanza pero no, porque la mayoría de ese público entusiasta no sabe que en realidad nunca vio “Cinema Paradiso”, sino una sombra de ella. Perfecta en su imperfección, y tan eterna como bastarda.

Para entender un poco mejor la historia de “Cinema Paradiso” hay que situarse a finales de la década del 80. El siciliano Giuseppe Tornatore tenía treinta y pocos años (había nacido el 27 de mayo de 1956), y en su haber apenas algunos documentales para televisión, una película correcta a modo de debut llamada “Il Camorrista”, protagonizada por Ben Gazzara, y la idea de un relato de posguerra en torno a un pueblo, su gente y su cine.

No fue fácil convencer a un productor para que aportara lo necesario y que el proyecto se convirtiera en realidad, no solo por la juventud de su creador sino por la falta de antecedentes al respecto. Más allá de aquellas producciones que homenajeaban al cine en sus inicios, en su salto del mudo al sonoro, y en el ascenso y ocaso de sus astros y estrellas, un guión donde el protagonista era "el cine" no parecía muy convocante. Había sí, un proyecto de Ettore Scola que iba por carriles parecidos (que luego se conocería como “Splendor”), pero nada más.

Tornatore seguía intentando sin suerte, con más entusiasmo que resultados, hasta que se cruzó en su camino el productor Franco Cristaldi, un hombre que para ese entonces ya tenía más de tres décadas en la industria y un currículum envidiable. “Divorcio a la italiana” (1961), “Salvatore Giuliano” (1962), “Amarcord” (1973), “Y la nave va” (1983) o “El nombre de la rosa” (1986), eran apenas algunos de los films en los que estuvo involucrado. Entusiasmado por la historia se subió al proyecto.

El joven director estaba feliz, era un hecho que “Nuovo Cinema Paradiso” (su título original) se convertiría en su segunda película. Lo que no sabía en aquel momento era que su nuevo colaborador, apenas un año después, se volvería su adversario. Alguien que torcería el destino del film para siempre.

Con la preproducción de la película comenzó la tarea de encontrar a los actores perfectos para cada papel. Philippe Noiret estuvo en la lista desde el primer día para convertirse en el proyectorista Alfredo; al menos para el director, porque el intérprete no quería saber nada: estaba muy bien como estaba, y ni loco se ponía a estudiar italiano. Sin embargo, el guión le gustó tanto que aceptó pero con una condición: decir sus diálogos en francés y que la cuestión idiomática se resolviera en la isla de edición. Así se hizo: la voz que se escucha en el largometraje pertenece al actor Vittorio di Prima, quien también dobló a otras estrellas como Marlon Brando, Burt Lancaster y Anthony Quinn.

Si costó convencer a Noiret, más difícil todavía fue encontrar al nene que se transformara en el pequeño Totó, porque no solo era el protagonista de la historia -estructurada a través de tres momentos de su vida-, sino que al ser su versión infantil era la primera en aparecer. Por lo tanto, la empatía con la platea tenía que ser inmediata.

Entre muchos, un día llegó al casting Salvatore Cascio, de ocho años. "Tornatore me preguntó que significaba el cine para mí -recordó el actor años después en una entrevista para The Guardian- y yo le contesté que era como 'una televisión gigante'. Primero me miró desconcertado y después se rió. Y es que en realidad yo nunca había pisado un cine hasta ese momento. Quizás esa respuesta fue la que me dio el papel".

Jacques Perrín (como Totó de adulto) completó el poderoso tridente. Así, un satisfecho Tornatore pasó a la siguiente etapa: las locaciones. Si en su cabeza la historia tenía reminiscencias de su infancia, también debía tenerlo el lugar donde transcurría. Ningún decorado era tan fuerte como la nostalgia, por eso buscó y buscó hasta encontrar el lugar perfecto.

En la ficción, el pueblo en el que se desarrolla “Cinema Paradiso” se llama Giancaldo. Por no aparecer en los mapas originalmente se creyó que se trataba de un sitio imaginario, convicción que Giussepe Tornatore confirmó, hasta por ahí nomás: "Es imaginario hasta un cierto punto, porque Giancaldo también es el nombre de un monte que está en Bagheria, la ciudad donde nací. Le puse ese nombre, porque el lugar donde viví me ayudó mucho a desarrollar la historia que cuento en la película".

Para recrear esas postales de la niñez -que serían la puerta de entrada a la narración-, director y equipo se instalaron en Palazzo Adriano, Palermo. Un pequeño pueblo con su plaza, con su fuente (construída en el siglo XVII), que era la representación perfecta de su nostalgia infantil. Hasta algunos personajes reales de Palazzo Adriano se colaron en la historia: los diarios de filmación aseguran que el loco del pueblo, el que gritaba aquello de "La plaza es mía. La plaza es mía", estaba inspirado en un vecino del lugar, que tenía la misma manía diurna.

Para los interiores principales se utilizaron dos iglesias. La María Santissima del Carmelo fue convertida mediante butacas en la sala de cine donde pasa buena parte de la acción, mientras que la María Santissima Assunta es donde el monaguillo Totó se dormía, sacando de quicio al párroco.

Finalmente está la fachada del Cinema Paradiso, que el progreso derrumba sobre el final. Aunque durante mucho tiempo se supuso que las imágenes correspondían a un cine auténtico (apostando por la literalidad de la metáfora) en realidad todo fue en set construido especialmente en el centro del pueblo. Curiosamente en Palazzo Adriano existe hoy el “Museo Cinema Paradiso”, en el que se pueden encontrar fotos, afiches y parte de la utilería que la producción del film donó: como la bicicleta de Alfredo, o algunos elementos de mobiliario pertenecientes a la casa de Totó.

El rodaje de la película se desarrolló sin contratiempos, con todo el elenco comprometido con la historia y con las precisas instrucciones que daba Tornatore. Y quien logró ese clima de armonía casi familiar fue, curiosamente, el pequeño Salvatore Cascio: "Yo era como 'la mascota' de todos, fueron muy dulces conmigo. Yo les contaba historias divertidas y ellos me cuidaban. La filmación me resultó agotadora, era verano y en realidad lo que yo quería salir con mis amigos, jugar al fútbol, andar en bicicleta". Según sus propias palabras, recién cuando fue adulto entendió la magnitud del proyecto en el que había participado, y cuán importante había sido su actuación.

Mucho, de eso no hay dudas, pero menor a la banda de sonido creada especialmente por Ennio Morricone (Salvo el "Tema de amor", inspiración de su hijo Andrea), una de las partituras más bellas entre el imponente y legendario patrimonio artístico del compositor.

En octubre de 1988, con la fecha de estreno encima, Giuseppe Tornatore le mostró orgulloso el corte final a sus colaboradores. Para él la película era perfecta porque reunía cada uno de los elementos que había soñado cuando pensó en la idea, cuando la escribió, y algunas cosas que agregó durante el rodaje. El resultado sin duda era poderoso, pero había un problema: la duración. El montaje de “Cinema Paradiso” era de 2 horas 52 minutos. A los ojos de Franco Cristaldi: una barbaridad.

Presionado por el productor y los tiempos, Tornatore de mala gana aceptó sacarle media hora. Con dos horas y media, “Cinema Paradiso” llegó a los cines italianos el 11 de septiembre de 1988. No la fue a ver nadie.

Ni en Italia (con excepción de Sicilia), ni en Francia, ni en España, la película despertó el menor interés. Así lo recordaba el distribuidor español Antoni Llorens: "Viendo la película me di cuenta de lo viejo que era, porque me la pasé llorando. Estaba siendo testigo de mi propia vida en el cine. Pero cuando se estrenó, el cine estaba vacío, no podía entender que la gente no tuviera esa motivación, al menos los de mi edad. Además, para entonces yo tenía a mi padre muy enfermo así que para mí esa fue una Navidad muy triste".

A pesar del fracaso en boletería surgió la posibilidad de presentarla en el festival de Cannes. Cristaldi puso a Tornatore contra la espada y la pared: había que seguir cortando. Aun viendo cómo su idea original era destrozada, el realizador aceptó que se hiciera una reversión de 121 minutos para proyectarse en el festival.

Y ahí sí, sucedió el milagro. La "versión del productor" de “Cinema Paradiso” fue ovacionada en Cannes durante siete minutos, y el director se alzó con el Gran Premio del Jurado. Y gracias a este empuje, sumado a sus flamantes cambios, se reestrenó en todo el mundo con un suceso increíble y nuevos premios: el Globo de Oro, el Oscar (donde se generó un altercado con los representantes de la producción francesa Camille Claudel, que se quejaron porque consideraban que la presentada no era la película original), el BAFTA.

Todos estaban felices. Bueno, casi todos. Porque mientras Giuseppe se la pasaba por el mundo dando discursos de agradecimiento, por dentro seguía sintiendo que esa película no era "su" obra, sino la de Cristaldi. Es más, el director había dejado en los títulos finales una escena que no estaba en la película.

¿Apuro, maldad, o un guiño para los espectadores?

Como la venganza es un plato que se come frío, recién en 2002 se lanzó “Cinema Paradiso, El montaje del director”, que no es otra que aquella primera versión de 172 minutos, tal como la había imaginado y concebido Tornatore.

Pero sucedió algo inesperado. Al entusiasmo que generó su anuncio entre cinéfilos y no tanto le siguió una sensación entre bronca e indiferencia. Y es que entonces “Cinema Paradiso”, su historia y sus personajes ya era patrimonio de la humanidad, y con esas cosas no se juega.

La pregunta es inevitable: ¿Cinema Paradiso que conocimos todos fue mérito de Giuseppe Tornatore o de Franco Cristaldi? El primero fue el ideólogo y factótum, de eso no hay duda, pero a juzgar por su irregular producción posterior tampoco se le puede dar todo el crédito. Es más, su versión extendida por momentos se vuelve tediosa y redundante.

El "corte Cristaldi" fue el que triunfó, el que enamoró a los espectadores con un lineal y ajustado melodrama, sacrificando profundidad en los personajes, algunos sobrentendidos y situaciones tan innecesarias como inverosímiles.

Como el debate necesita un punto final, es momento de llegar a un amigable acuerdo. Más allá de la grieta hay una verdad sin fisuras, y es que en el éxito del film fue decisiva la música de Ennio Morricone. No caben dudas de que sin ella, “Cinema Paradiso” no habría sido jamás la película que es. El resto son etiquetas.

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