Cincuenta años del sangriento e inútil golpe de Estado en Chile: ¿debe disculparse Estados Unidos? | Opinión

A cincuenta años del golpe de Estado por los militares en Chile, nada justifica el sangriento hecho y sus consecuencias, con independencia del estar o no de acuerdo con las políticas de Salvador Allende y su cercanía con el régimen cubano.

La cuestión de si Washington debe disculparse por su participación en lo ocurrido en Chile se planteó por primera vez poco tiempo después del golpe.

En 1977, un diplomático estadounidense ante la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas en Ginebra, Brady Tyson, expresó los “arrepentimientos más profundos” por el papel de su país en la subversión del gobierno de Allende.

Sin embargo, horas después el entonces presidente estadounidense, el demócrata Jimmy Carter, calificó como “inapropiada” esa declaración, mientras el Departamento de Estado indicaba que Tyson había hablado a título personal sin previa aprobación.

Tyson fue llamado de regreso a Washington.La realidad y los ideales (fingidos o ciertos) no suelen coincidir en el terreno político. Siendo candidato presidencial demócrata, Carter había criticado a la administración republicana que le precedió porque “derrocó a un gobierno electo y ayudó a establecer una dictadura militar” en Chile.

Siempre se vuelve a las valoraciones y los hechos no se juzgan aislados de los criterios de quienes los analizan. En 1975 una comisión del Senado, sobre las acciones encubiertas de Estados Unidos en Chile, no halló pruebas de un involucramiento directo de Washington en el golpe.

Sin embargo, si bien los documentos dados a conocer entonces no muestran un papel directo del gobierno estadounidense, o en particular de la CIA, en el golpe mismo, durante tres años sí hubo múltiples acciones destinadas a desestabilizar a Chile.

Ahora el actual gobierno estadounidense ha dado a conocer otros dos archivos secretos: los informes que Nixon recibió de la CIA el 8 y 11 de septiembre de 1973.Lo que preocupaba a Washington era que el gobierno socialista de Salvador Allende, que había llegado al poder mediante las urnas, pudiera consolidarse y servir de ejemplo.

Desde los esfuerzos para evitar que el Congreso chileno ratificara la victoria de Allende, hasta la participación en intensificar la crisis económica del país y el financiamiento de la oposición, la participación de Washington y la CIA incluyen el apoyo de un plan fallido para secuestrar al comandante en jefe del Ejército chileno que defendía la Constitución, René Schneider, quien resultó asesinado.

Tras el golpe de Estado, Estados Unidos apoyó al régimen de Pinochet en sus primeros años, pese a la inquietud que sus graves violaciones de los derechos humanos generaban en el mundo, incluso dentro del propio gobierno estadounidense.

Pasados cincuenta años, queda claro que toda esta historia de errores y horrores, en gran medida solo sirvió para traer luto, sangre y muerte, aunque expresarlo así sea un lugar común.

La figura de Augusto Pinochet aún se define por el matiz ideológico de quien intenta valorarla, pero su verdadero lugar y el papel del azar en los hechos por lo general elude el análisis.

Pinochet no fue el artífice del golpe militar del 11 de septiembre de 1973.

Se sumó tarde a la conspiración. Dudó hasta el último momento. Si al final se unió a los golpistas fue porque consideró que la balanza se inclinaba a favor de estos. Luego actuó guiado por sus ambiciones personales.

Trató de perpetuarse en el poder, eliminando no solo a sus opositores, sino también a los que compartieron con él la responsabilidad de la ruptura de la democracia chilena. Supo, en las horas que precedieron al golpe, que este no tenía justificación política, que Allende estaba dispuesto a la realización de un plebiscito que hubiera evitado el derramamiento de sangre. Se sirvió del poder para imponer el terrorismo de Estado e intentar la eliminación de todo aquél que postulara una visión contraria a sus miras estrechas.

La dictadura de Pinochet no produjo un “milagro económico” en Chile. Por supuesto, la presidencia de Allende fue un desastre en lo económico en su momento, pero eso es otro temaLa única razón para la existencia del “milagro chileno” es sencilla: Milton Friedman acuñó la frase. Lo hizo para vanagloriarse de sus teorías económicas, que no han resultado exitosas en parte alguna, si se juzgan en cuanto al beneficio que estas son capaces de producir a una población en general. Lo demás se reduce a la vieja artimaña de repetir, una y otra vez, la misma mentira hasta que muchos se la creen.

En realidad, el “milagro chileno” es un mito, y como tal no es verdadero.

Para sustentar el mito se olvida el desarrollo real y potencial de Chile antes de la llegada de Pinochet al poder; se pasan por alto los vaivenes en la situación económica durante la dictadura; se omite piadosamente que Pinochet terminó despidiendo —botando sería más acorde a la conducta del general— a los economistas de la Escuela de Chicago y dando marcha atrás a muchas de las reformas llevadas a cabo por estos; se confunde el extremismo neoliberal con modificaciones necesarias que se hubieran puesto en práctica sin su presencia; y se mira para otro lado al observar la enorme desigualdad creada por el pinochetismo y que aún persiste en Chile.

Lo valioso, de lo que podría llamarse el modelo chileno, es que los gobiernos posteriores a Pinochet —de centro, centro-izquierda, centro-derecha e izquierda democrática— han sabido eludir los extremos y aprovechar y continuar proyectos heredados sin detenerse a desecharlos simplemente porque el iniciador pertenecía al lado contrario del espectro ideológico.

Por ello, tras cincuenta años vale la pena enfatizar la persistencia democrática de Chile, tras un paréntesis sanguinario e inútil. Más que disculpas, que en muchos casos se traducen en solo tinta diplomática, Estados Unidos debe permanecer fiel a que lo ocurrido entonces no se repita.

Alejandro Armengol
Alejandro Armengol