Para los científicos, el que los árboles hablen a través de redes subterráneas es tema de debate

Un área del bosque en el campus Okanagan de la Universidad de Columbia Británica, cerca de Kelowna, Canadá, el 2 de noviembre de 2022. (Jennilee Marigomen/The New York Times).
Un área del bosque en el campus Okanagan de la Universidad de Columbia Británica, cerca de Kelowna, Canadá, el 2 de noviembre de 2022. (Jennilee Marigomen/The New York Times).

Justine Karst, micóloga en la Universidad de Alberta, temió que las cosas habían ido demasiado lejos cuando su hijo de octavo grado llegó a casa y le dijo que había aprendido que los árboles podían hablar entre sí a través de redes subterráneas.

Su colega, Jason Hoeksema de la Universidad de Misisipi, tuvo una sensación similar cuando vio un episodio de “Ted Lasso” en el que un entrenador de fútbol le decía a otro que los árboles del bosque cooperan en vez de competir por los recursos.

Pocos descubrimientos científicos recientes han capturado la imaginación del público como la llamada “wood wide web”, una red de filamentos fúngicos que conecta a los árboles y se cree transporta nutrientes e información a través del suelo para ayudar al desarrollo de los bosques. La idea surgió a finales de los años noventa a partir de estudios que demostraron que los azúcares y nutrientes podían fluir bajo la tierra entre los árboles. En unos cuantos bosques, algunos investigadores han rastreado hongos de la raíz de un árbol a la de otros, lo que sugiere que algunos hilos miceliales podrían funcionar como conductos entre los árboles.

Estos hallazgos han puesto en duda la perspectiva convencional de que los bosques son solo una población de árboles: de hecho, los árboles y los hongos desempeñan un papel de la misma importancia en la esfera ecológica, según dicen los científicos. Sin árboles y hongos no existirían los bosques tal y como los conocemos.

Científicos y personas de otros campos por igual han derivado conclusiones grandiosas y extensas de esta investigación. Consideran que las redes compartidas de hongos están presentes en bosques de todo el mundo, que ayudan a los árboles a comunicarse y, como dijo el entrenador Beard en “Ted Lasso”, convierten a los bosques en espacios de cooperación, en esencia, donde los árboles y los hongos unen fuerzas para conseguir un propósito común: un contraste drástico con la escena darwiniana usual de competencia entre especies. El concepto se ha difundido en varias noticias en los medios, programas de televisión y libros de los más vendidos, incluido un ganador del Premio Pulitzer. Incluso aparece en “Avatar”, la película más taquillera de todos los tiempos.

Además, es posible que la teoría comience a influir en lo que sucede en los bosques reales. Por ejemplo, algunos científicos han propuesto gestionar los bosques específicamente para proteger las redes de hongos.

El problema es que, además de haber ido ganando fama, la “wood wide web” también ha inspirado una reacción negativa entre los científicos. En una entrevista reciente en torno a investigaciones publicadas, Karst, Hoeksema y Melanie Jones, bióloga de la Universidad de Columbia Británica, campus Okanagan, descubrieron pocas pruebas de que las redes compartidas de hongos les ayuden a los árboles a comunicarse, intercambiar recursos o desarrollarse. De hecho, el trío aseveró que los científicos no han demostrado que estas redes sean generalizadas ni que desempeñen un papel significativo en los bosques.

Melanie Jones, bióloga, en un bosque del campus Okanagan de la Universidad de Columbia Británica, cerca de Kelowna, Canadá, el 2 de noviembre de 2022. (Jennilee Marigomen/The New York Times).
Melanie Jones, bióloga, en un bosque del campus Okanagan de la Universidad de Columbia Británica, cerca de Kelowna, Canadá, el 2 de noviembre de 2022. (Jennilee Marigomen/The New York Times).

Para algunos de sus pares, es un baldazo de realidad que urgía. “Creo que es una conversación muy oportuna”, opinó Kabir Peay, micólogo de la Universidad de Stanford, sobre una presentación reciente de Karst. Espera que esta pueda “reorientar el campo”.

Sin embargo, otros sostienen que la “wood wide web” está bien fundamentada y confían en que habrá otras investigaciones que confirmen muchas de las hipótesis hechas sobre los hongos en los bosques. Colin Averill, micólogo del Instituto Federal Suizo de Tecnología en Zúrich (ETH Zurich), señaló que la evidencia reunida por Karst es impresionante. No obstante, añadió, “la manera en que interpreto la totalidad de esa evidencia es completamente diferente”.

En la mayoría de las raíces de plantas se forman colonias de hongos micorrícicos, lo que constituye una de las simbiosis más generalizadas del planeta. Los hongos recolectan agua y nutrientes del suelo; luego intercambian algunos de estos tesoros con las plantas por azúcares y otras moléculas con contenido de carbono.

David Read, botánico de la Universidad de Sheffield, demostró en un artículo escrito en 1984 que ciertos compuestos etiquetados con una forma radioactiva de carbono podían fluir a través de los hongos entre plantas cultivadas en el laboratorio. Varios años después, Suzanne Simard, quien en ese entonces era una ecóloga del Ministerio de Bosques de Columbia Británica, demostró la transferencia en dos sentidos de carbono en un bosque entre el abeto de Douglas joven y abedules americanos. Cuando Simard y sus colegas pusieron abetos de Douglas bajo la sombra para reducir la fotosíntesis, se disparó la absorción de carbono radioactivo de los árboles, lo que sugiere que el flujo subterráneo de carbono podría impulsar el crecimiento de los árboles jóvenes en el sotobosque que no recibe rayos solares.

Simard y sus colegas publicaron sus resultados en 1997 en la revista Nature, que los puso en la portada y bautizó el descubrimiento con el término “wood wide web”. Poco después, un grupo de investigadores sénior criticaron el estudio por ciertas fallas metodológicas que causaban confusión en los resultados. Simard respondió a las críticas y, junto con sus colegas, diseñó otros estudios para abordar las fallas.

Con el tiempo se redujeron las críticas y la “wood wide web” ganó partidarios. El artículo de 1997 de Simard ha sido citado casi mil veces y su plática de 2016 en TED, llamada “How trees talk to each other”, tiene más de 5 millones de reproducciones.

En su libro “The Hidden Life of Trees” (La vida secreta de los árboles), que ha vendido más de dos millones de ejemplares, Peter Wohlleben, un guarda forestal alemán, cita la descripción de Simard de los bosques como redes sociales y los hongos micorrícicos como “cables de internet de fibra óptica” que ayudan a los árboles a informarse entre sí sobre ciertos peligros, incluidos insectos y sequía.

También han aumentado las investigaciones sobre la vida subterránea de los bosques. En 2016, Tamir Klein, ecofisiólogo de plantas que en ese momento trabajaba en la Universidad de Basilea y ahora se encuentra en el Instituto Weizmann de Ciencias en Israel, amplió la investigación de Simard a un bosque maduro en Suiza de árboles como píceas, pinos, alerce y haya. Su equipo rastreó isótopos de carbono de un árbol a las raíces de otros árboles cercanos, incluidas especies diferentes, en una parcela experimental del bosque. Los investigadores le atribuyeron la mayoría del movimiento de carbono a los hongos micorrícicos, pero reconocieron que no lo habían demostrado.

Simard, quien ha estado en la Universidad de Columbia Británica desde 2002, ha encabezado otros estudios que demuestran que los árboles madre antiguos y de gran talla son núcleos de redes forestales capaces de enviar carbono bajo el suelo a plantas más jóvenes. Su teoría es que los árboles se comunican a través de redes micorrícicas y está en desacuerdo con la idea perdurable de que la competencia entre los árboles es la fuerza dominante que crea los bosques. En su plática TED, se refiere a los árboles como “supercooperadores”.

Por desgracia, conforme la “wood wide web” ha ganado popularidad tanto dentro como fuera de los círculos científicos, se ha multiplicado una reacción de escepticismo. El año pasado, la ecóloga Kathryn Flinn, de la Universidad Baldwin Wallace en Ohio, escribió en Scientific American que Simard y otros expertos exageraron el grado de cooperación entre los árboles en los bosques. Según escribió Flinn, la mayoría de los estudiosos creen que los grupos de organismos cuyos miembros sacrifican sus propios intereses en beneficio de la comunidad casi no evolucionan, y que esto se debe a la poderosa fuerza de la selección natural entre individuos en competencia.

Más bien, sospecha, lo más probable es que los hongos distribuyan el carbono con base en sus propios intereses, no los de los árboles. “A mí me parece la explicación más sencilla”, señaló en una entrevista.

Incluso algunos que en cierta época apoyaron la idea de las redes compartidas de hongos ya no están tan convencidos de la hipótesis. Jones, una de las colegas con quienes Simard escribió el artículo en 1997, afirma que lamenta que hayan escrito en el artículo que tenían pruebas de que existían conexiones entre los árboles a través de los hongos. De hecho, afirma Jones, no examinaron si los hongos mediaban el flujo de carbono.

Para su reciente revisión bibliográfica, Karst, Hoeksema y Jones reunieron todos los estudios que pudieron encontrar que hablaban sobre la estructura o la función de esas redes subterráneas de hongos. Los investigadores se concentraron en estudios realizados en los bosques, no en experimentos de laboratorio o invernadero.

En una presentación de agosto basada en la revisión durante la conferencia de la Sociedad Internacional de Micorrizas en Pekín, Karst dijo que gran parte de la evidencia empleada para fundamentar la hipótesis de la “wood wide web” podría tener otras explicaciones. Por ejemplo, en muchos artículos, los científicos se basaron en la premisa de que, si descubrían un hongo particular en varias raíces de árboles o que algunos recursos se movían de un árbol a otros, entonces los árboles debían tener vínculos directos. El problema es que pocos estudios descartaron otras posibles explicaciones, por ejemplo, que los recursos viajaran en parte a través del suelo.

Los investigadores también descubrieron un número creciente de aseveraciones sin fundamento en la literatura científica sobre las conexiones entre árboles y la ayuda posible gracias a redes de hongos. En muchas ocasiones, se citan artículos como el de Klein como prueba de la existencia de redes en los bosques, observaron Karst y sus colegas, sin ninguna mención en los estudios nuevos de las salvedades hechas en el trabajo original.

Karst concluyó en su presentación que “los científicos se han convertido en vectores de afirmaciones sin corroborar”. Subrayó que varios artículos recientes han hablado de la necesidad de cambios en la manera de gestionar los bosques, con base en el concepto de la “wood wide web”.

Karst indicó que “es muy probable” que las redes de hongos compartidas sí existan en los bosques. En un estudio de 2012, el equipo de Simard descubrió ADN fúngico idéntico en las raíces de abetos de Douglas cercanos. Entonces, los investigadores tomaron muestras del suelo entre los árboles en rebanadas delgadas y encontraron en cada rebanada los mismos segmentos de ADN repetidos conocidos como “microsatélites”, con lo que confirmaron que los hongos conectan las raíces. Pero ese estudio no examinó qué recursos, en su caso, fluían a través de la red, y son pocos los científicos que han elaborado mapas de las redes de hongos con tal rigor.

Sin embargo, incluso si existen redes de hongos entre los árboles, Karst y sus colegas afirman que las aseveraciones comunes sobre esas redes no son demostrables. Por ejemplo, en muchos estudios, las supuestas redes parecían entorpecer el crecimiento de los árboles o no tener efecto alguno. Nadie ha demostrado que los hongos distribuyan cantidades significativas de recursos entre los árboles de tal forma que los árboles receptores tengan una mejor aptitud física, comentó Hoeksema. Pero casi todos los diálogos sobre la “wood wide web”, ya sean científicos o populares, la han descrito como beneficiosa para los árboles.

No obstante, otros siguen convencidos de que, con el tiempo, la “wood wide web” será reivindicada.

Aunque todavía no se sabe bien cuán amplia es la presencia de las redes compartidas de hongos y cuán importantes son para el crecimiento de los árboles, Averill de ETH Zurich hizo notar que el título de la presentación de Karst (¿El deterioro de la “wood-wide web”?) da a entender incorrectamente que el propio concepto tiene problemas. En su lugar, espera que los científicos aprovechen las prometedoras pruebas reunidas hasta ahora y busquen redes en más bosques. De hecho, los miembros del equipo de Karst han generado pruebas que Averill considera de las más convincentes de la “wood wide web”.

“Está muy claro que, en algunos bosques de ciertos lugares, hay árboles diferentes conectados por los hongos”, dijo.

Simard aceptó que se han elaborado mapas de pocas redes de hongos en el mundo real con microsatélites de ADN debido a la dificultad de realizar esos estudios. Kevin Beiler, graduado que organizó el trabajo de campo para el estudio de 2012 con Simard, “invirtió cinco años de su vida en hacer mapas de todas estas redes”, puntualizó Simard. “Tarda mucho tiempo”.

A pesar de esos retos, dijo, algunos estudios publicados sobre otros bosques que utilizaron otros métodos la han convencido de que las redes compartidas de hongos son comunes.

“El campo de las redes micorrícicas ha estado abrumado por la necesidad de regresar y volver a hacer estos experimentos”, afirmó Simard. “En cierto momento debes cambiar al siguiente paso”.

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