Ciencia ficción latinoamericana: disidentes zombis y extraterrestres en la Amazonía

Una nave espacial aterriza cerca de un pequeño pueblo de la Amazonía, orillando a que el gobierno local se encargue de una invasión alienígena. Los disidentes desaparecidos durante una dictadura militar regresan años después, convertidos en zombis. Los cuerpos empiezan a fusionarse, de pronto, al contacto físico, lo que obliga a los colombianos a navegar por nuevos y peligrosos bares de salsa y a ver cómo los guerrilleros de las FARC se han fusionado con aves tropicales.

En toda América Latina, las estanterías de “Ciencia ficción” llevan mucho tiempo llenas de traducciones de H. P. Lovecraft, Ray Bradbury, William Gibson y H. G. Wells. Pero ahora tendrán que competir con una nueva oleada de escritores latinoamericanos que se están adueñando del género, arraigándolo en sus países e historias. Dejando a un lado los campos de maíz y los rascacielos neoyorquinos, sitúan sus historias en la densa Amazonía, los escarpados paisajes montañosos andinos y la inconfundible expansión urbana latinoamericana.

La avalancha de ciencia ficción original llega en un momento en el que muchos lectores y escritores latinoamericanos se sienten ahogados por los temas folletinescos del realismo mágico y desensibilizados por las descripciones realistas de las luchas de la región contra la violencia.

“Latinoamérica ha sido una región de ‘hoy’”, dijo Rodrigo Bastidas en una entrevista telefónica. Es cofundador de Vestigio, con sede en Bogotá, una de las pocas editoriales pequeñas e independientes de novelas latinoamericanas de ciencia ficción. “La gente me ha dicho que no tienen tiempo de pensar en el futuro porque están demasiado ocupados sobreviviendo en el presente, la supervivencia del hoy, de lo contemporáneo: guerras civiles, revoluciones, dictaduras”, comentó. “Entonces mucha de nuestra literatura ha sido realista, con una necesidad testimonial”.

En su opinión, la actual explosión narrativa arroja una luz diferente sobre la región: es emancipadora y propone liberarse de las historias recicladas y los héroes extranjeros.

“Nos estamos dando cuenta que el futuro no es algo que necesariamente tomamos a partir de la imposición de otros”, dijo Bastidas. “Podemos apropiarnos del futuro y construir nuestras propias formas del porvenir, potenciadas por ciencia ficción. Nosotros mismos podemos construirlo”.

Las narraciones, en español y portugués, son radicales e idiosincrásicas, rebosantes de tecnochamanes y estética indígena futurista, pero también influidas por la herencia europea y africana de la región. También se inspiran en historias turbulentas y en la urgencia del presente con temas como la colonización, la crisis climática y la migración.

“Tenemos que reapropiarnos de nuestro futuro y dejar de pensar que somos un lugar pequeño y olvidado de la historia, un lugar al que ni siquiera los extraterrestres vendrían nunca”, declaró en una entrevista telefónica el escritor colombiano Luis Carlos Barragán, uno de las guías de esta tendencia. Su obra es una mezcla de los estilos de Douglas Adams y Jonathan Swift, con los pies bien puestos en suelo colombiano pero la cabeza volando en el cosmos.

La ciencia ficción latinoamericana se remonta a hace más de un siglo, pero a menudo ha estado aislada, con menos circulación que los titanes del género en lengua inglesa y sin una tradición o mercado regional integrado. Debido a los laberínticos requisitos de exportación, que hacían que fuera casi imposible vender libros fuera del país de impresión, los editores y escritores los cruzaban ellos mismos, cargando maletas llenas de libros a través de las fronteras.

Las crisis políticas y económicas de América Latina en el siglo XX y principios del XXI causaban estragos una y otra vez en la escritura y la producción remuneradas. Pocas editoriales se arriesgaban con un autor nuevo o local si Philip K. Dick era un éxito de ventas seguro. Los elevados precios del papel y la devaluación de las monedas locales dificultaban aún más las publicaciones.

Pero la energía de los aficionados preservó esa literatura, con fanzines que se guardaban en disquetes, se fotocopiaban y más tarde se leían en línea. El aumento del acceso digital amplió el espacio para los lectores y escritores de ciencia ficción, y la pandemia aceleró el intercambio y el descubrimiento de lo que se había convertido en una comunidad extensa y apasionada.

“Ya no sentimos que éramos los raritos de las fiestas”, afirma Bastidas. “En todos los países de América Latina estaba ocurriendo lo mismo”. Las grandes editoriales como Minotauro (un sello de Planeta) están empezando a publicar más obras originales, aunque las pequeñas siguen siendo el alma del género. La apuesta por autores poco conocidos y originales está dando sus frutos: las ventas aumentan.

A medida que la galaxia de comunidades locales de ciencia ficción entraba en contacto más estrecho, compartían ideas y desarrollaban tácticas: las editoriales empezaron a buscar inversiones para la producción de libros a través de plataformas como Kickstarter y también comenzaron a publicar en línea o simultáneamente con otros sellos, ayudadas por la expansión de la venta de libros a través de Amazon en la región.

Tras recorrer su propio camino durante años, los escritores latinoamericanos de ciencia ficción están ganando premios fuera de sus fronteras en países como España y Estados Unidos. También despiertan el interés de la academia, incluso en Norteamérica: Yale celebró en marzo su primera conferencia sobre ciencia ficción latinoamericana.

Los escritores también están recurriendo a una amplia gama de temas e influencias que a menudo se convierten en anárquicos, feministas, queer o del inframundo, incluyendo el género negro, la fantasía, el New Weird lovecraftiano y estilos punk hechos latinoamericanos: steampunk mugriento, ciberpunk urbano, realidad virtual ambientada en barrios marginales o piratas que sobrevuelan los Andes en zepelines.

Incluso hay un “gauchopunk” rural, con androides gauchos que sueñan con ñandúes eléctricos, conjurado por el escritor argentino Michel Nieva como una referencia irónica a

¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?

, de Philip K. Dick.

“No dejamos nada puro”, dijo el escritor cubano Erick Mota. “Hemos contaminado las cosas por excelencia, y solo por aceptar y mezclar, nos volvemos nosotros mismos”, comentó. “No hay un solo concepto de ciencia ficción que no hayamos tomado y adaptado a nuestro contexto, hecho mestizo”.

En los altos Andes de Perú y Ecuador proliferan las obras inspiradas en el neoindigenismo, que adelantan cosmologías y estéticas en el tiempo para florecer como viajes espaciales, robótica o realidad virtual.

Los escritores de Argentina y Colombia han creado una ola de ciencia ficción influida por el terror corporal, conocida como splatterpunk. Pocos son más mordaces que Hank T. Cohen, de Colombia, o Agustina Bazterrica, de Argentina, cuyo Cadáver exquisito fue un fenómeno en TikTok. Se ha traducido a varios idiomas y se está produciendo una adaptación televisiva.

En Brasil, el afrofuturismo ha alzado el vuelo con una explosión de ciencia ficción inspirada en la herencia y la cultura africanas. Las obras están estrechamente vinculadas a un movimiento creciente contra el racismo estructural en el país, entre ellas las de escritores como Ale Santos, publicadas por HarperCollins Brasil.

En México, escritoras como Gabriela Damián Miravete utilizan la ciencia ficción para enfrentarse a la epidemia de violencia que padecen las mujeres en su país. En el cuento “Soñarán en el jardín”, que se tradujo al inglés y ganó el premio Otherwise, Damián da una segunda vida a las víctimas, construyendo un mundo en el que las mentes de las mujeres asesinadas se captan digitalmente en hologramas que “viven” juntos en un jardín.

Las experiencias latinoamericanas de alteridad y progreso impregnan las nuevas historias, especialmente la etiqueta de “país en vías de desarrollo”, privada de sentido en futuros lejanos o por invasiones alienígenas. La antología anticolonial El tercer mundo después del Sol, de Bastidas, se publicó en todo el mundo hispanohablante, incluida España, donde la ciencia ficción latinoamericana rara vez ha tenido éxito.

En la sátira telescópica de Barragán Tierra contrafuturo, Estados Unidos amenaza con invadir Colombia para gestionar la llegada de extraterrestres, alegando que Colombia no está a la altura. Los consejos intergalácticos exigen que la Tierra solicite el ingreso. El planeta no cumple los criterios para ser considerado civilizado, y su solicitud es rechazada.

Mota encuentra un terreno inexplorado no sólo al replantearse el futuro, sino al reescribir el pasado. Habana Undergüater imagina que la Unión Soviética ganó la Guerra Fría y que los estadounidenses buscaron refugio en Cuba, llegando en barcos para intentar empezar una nueva vida en barrios degradados o inundados. Yendo más atrás, la novela más reciente de Mota, El foso de Mabuya, imagina leviatanes que destruyen la expedición de Cristóbal Colón antes de que llegue a las Américas y pinta los continentes unidos bajo los pueblos indígenas.

“Vivimos en un momento en que los Estados Unidos y Europa están replanteándose la historia, y cuestionándose la esclavitud y la colonización”, afirmó. “Con esto, podemos vencer viejos traumas”.

Las crisis inmediatas han alimentado subgéneros como la ficción climática latinoamericana, o cli-fi, —obras especulativas relacionadas con el medioambiente—, entre ellas la obra del uruguayo Ramiro Sanchiz, el boliviano Edmundo Paz Soldán y la dominicana Rita Indiana, cuyos libros están disponibles en inglés. Entremezclan apocalipsis climáticos, viajes en el tiempo y realidad virtual con mitología yoruba, deforestación amazónica y plantas psicodélicas inspiradas en la ayahuasca.

También está en auge la ficción vírica nacida durante la pandemia de coronavirus; conocida como vi-fi. La nueva novela de Nieva, ganador del premio O. Henry, es La infancia del mundo, una fábula kafkiana sobre el dengue. Y la escritora uruguaya Fernanda Trías se ganó la aclamación internacional con Mugre rosa, una clarividente combinación de ficción climática y pandémica que se ha traducido a siete idiomas, en la que una plaga llega en un viento rojo venenoso y una crisis alimentaria deja a la humanidad sin otra cosa que comer que baba rosa.

Los relatos cortos que juegan con la ciencia ficción están llamando la atención en manos de escritoras como la boliviana Liliana Colanzi y la argentina Samanta Schweblin, muy traducida en la actualidad y cuya obra Siete casas vacías ganó el año pasado el National Book Award de literatura traducida.

Incluso Marte se está reescribiendo. La editorial de Colanzi tiene, como ella dice, “un pie en la selva y el otro en Marte”, y pisó el planeta en su última colección, Ustedes brillan en lo oscuro.

“Marte ya era muy colonizado por ciencia ficción anglosajona”, dijo Colanzi. “Buscaba la libertad de crear mi propia colonia marciana”.

Ya sea reescribiendo mundos antiguos o concibiendo otros nuevos, en la región se está produciendo “una explosión de la imaginación”, afirmó Barragán.

“La sombra de la ciencia ficción anglosajona ha estado sobre nosotros durante mucho tiempo”, dijo. “Pero estamos repensando lo que es ser latinoamericano”.

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