La chispa que aceleró el estallido de la guerra de Malvinas

Buenos Aires, 31 mar (EFE).- En marzo de 1982, un grupo de obreros y técnicos argentinos llegaban a las islas Georgias del Sur, a 1.500 kilómetros de las Malvinas, para desmontar viejas instalaciones balleneras que serían vendidas como chatarra. Lo que nunca imaginaron es que ese plan se frustraría y sería la chispa que precipitó el inicio de la guerra por la soberanía de ambos archipiélagos.

En medio de un complicado contexto -la dictadura argentina llevaba meses proyectando en secreto recuperar las islas y las tensiones con Reino Unido aumentaban- nada hizo presagiar a los operarios que acabarían siendo rehenes de la tormenta perfecta.

"Loco no había ninguno. Yo estaba casado, tenía dos hijos y no era para ir a jugar a las Georgias, ni tampoco ir a hacerme el héroe. Nosotros fuimos a trabajar", cuenta a Efe Ricardo Cacace, uno de los 41 civiles que el 11 de marzo partieron desde Buenos Aires hacia las Georgias, epicentro mundial de la caza de ballenas en la primera mitad del siglo XX, para desguazar material abandonado.

El viaje a ese frío y casi deshabitado archipiélago fue ideado por el empresario chatarrero Constantino Davidoff, quien negoció la compra de esas estaciones con los propietarios escoceses y gestionó la autorización del Reino Unido para entrar en las islas.

"Fuimos con todas las de la ley", asevera Cacace, que en 1982 tenía una empresa de provisión de materias primas, fue intermediario con el banco que financió el plan y aceptó sumarse para encargarse en las islas de determinar las prioridades de carga de material.

LAS TENSIONES

El 17 de marzo, el buque de la marina mercante que Davidoff había negociado con la Armada para hacer el viaje llegaba a Puerto Leith, en la isla San Pedro -la más grande del archipiélago-, donde tenían previsto empezar a trabajar.

Por entonces, la dictadura, en decadencia por la maltrecha economía y las violaciones de derechos humanos, ya había decidido recuperar en 1982 las Malvinas -en manos británicas desde 1833- pero también las Georgias del Sur y Sandwich del Sur. Un plan que permitiría aumentar su popularidad.

Sin fecha concreta para ejecutarlo, y con la inteligencia británica sospechando que algo se estaba cociendo, el arribo de los operarios metalúrgicos a las Georgias aceleró los acontecimientos.

El izado de una bandera argentina por parte de varios de ellos -"ni siquiera fue un acto agresivo porque donde fuimos nosotros había cero población", recuerda Cacace-, sumado a que no pasaron por Grytviken -principal núcleo de la isla- para formalizar los trámites migratorios, irritó a los británicos.

"Este episodio les viene de perilla para sobre reaccionar y empezar a agitar y a movilizar su flota de mar, su potencia bélica y a protestar en los foros internacionales", explica a Efe el periodista Felipe Celesia, autor del libro "Desembarco en las Georgias" (Paidós).

Esa reacción inglesa llevó a Argentina a enviar a un grupo de élite de la Armada liderado por Alfredo Astiz -años después condenado por graves crímenes de estado durante la dictadura- para proteger a los 39 civiles que habían quedado trabajando después de que dos del grupo volvieran con el barco al continente.

"Era una cosa 'fellinesca'. Catorce tipos que vienen a cuidarte de una flota inglesa", ironiza Cacace, que cree que la situación generada en torno a los chatarreros "seguramente les convenía a ambos" Gobiernos.

DE NUEVO ARGENTINAS

El 2 de abril las Malvinas volvían a manos argentinas tras la toma militar de las islas. También las Georgias al día siguiente luego de un combate en Grytviken que dejó tres muertos argentinos y la rendición inglesa.

"Es donde tiene lugar el primer enfrentamiento fuerte. Ahí en las Georgias es donde se prende la mecha realmente", señala Celesia.

A la espera de cómo sería la respuesta británica y tras varias semanas en las que los operarios trabajaron con normalidad, el 25 de abril todo cambió. Luego de un heroico viaje con fuertes temporales y multitud de averías, el submarino ARA Santa Fe, comandado por Horacio Bicain -quien ya a fines de marzo había llevado a Malvinas a los buzos que participaron de la recuperación de la islas-, llegaba a Grytviken para dejar a 20 hombres y material con los que reforzar las Georgias.

Pero al emprender el regreso, el submarino fue impactado por un helicóptero inglés, y después por otros tantos más. "Ahí empezó el show de la bala", recuerda el excapitán de corbeta. Varios misiles y hasta un torpedo de los que, salvo un soldado que acabó perdiendo la pierna, los argentinos salieron indemnes en medio de inteligentes maniobras y pese al mal estado del viejo submarino.

Ese mismo día, los británicos reconquistaron las Georgias.

"Cuando se produjo la rendición, los ingleses nos dijeron que arriáramos la bandera argentina e izáramos la inglesa. Por supuesto que arriamos la argentina cantando el himno nacional a capella. Es algo que recuerdo con mucha emoción", señala Bicain, que evoca con dolor la muerte del maquinista Félix Artuso, que recibió un disparo de un inglés en un supuesto malentendido tras la rendición.

EL FINAL

En Leith, los obreros se enteraron de la caída de Grytviken y de que debían entregarse a los británicos. Así lo hicieron, viéndose obligados a abandonar sus pertenencias y tras una fría caminata nocturna que incluyó un tiroteo inglés que no dejó víctimas.

Los militares y civiles argentinos acabaron siendo embarcados en un buque inglés y trasladados a Isla Ascensión y luego en avión a Montevideo, para ya en barco llegar el 14 de mayo a Buenos Aires, donde fueron recibidos como héroes al ser los primeros en volver del territorio bélico, un mes antes de la rendición argentina en Malvinas.

"Había miles de personas. Fue muy lindo. Pero es como todo, es el momento, después todo pasa y nadie se acuerda de nada", afirma Cacace.

Celesia señala que aunque la Armada incorporó a los obreros como veteranos de guerra, con acceso a una pensión, nunca hubo un programa de contención a estos hombres que en algunos casos quedaron con problemas psicológicos y a quienes se amenazó para que guardaran silencio.

Davidoff se arruinó y nunca recibió las millonarias ganancias que proyectó al elaborar su plan. Las demandas que interpuso por su frustrado negocio -el material quedó en las islas- no prosperaron y la empresa contratada y los trabajadores también sufrieron las consecuencias, cobrando poco o nada por el trabajo realizado.

Rodrigo García

(c) Agencia EFE