"Cenizas de mi padre, lo único que pude salvar tras inundación"

TULA, Hgo., septiembre 6 (EL UNIVERSAL).- Ha pasado un año desde la noche del 6 de septiembre, cuando la gente vio con sorpresa cómo empezó a subir el nivel del río Tula. Más de 500 metros cúbicos de agua por segundo ingresaron al cuerpo de agua que, al no tener la capacidad suficiente, derramó y dejó una tragedia a su paso, de la que esta ciudad y su gente no se recuperan. Las víctimas exigen justicia, pero ninguna autoridad se hace responsable.

Teresa Pérez Melgarejo, su madre, Esther, y su hermano son parte de la estadística de los afectados, una familia de tantas que se fue a dormir en su hogar y despertaron sin nada. Esa noche, Teresa estaba sola en su casa, en la calle de Leandro Valle, en la margen del río, cuando recibió una llamada: "Asómate al río, viene muy crecido". Y sí, al salir vio algo que la impresionó, el río estaba a punto de desbordarse, de inmediato salió a avisar a sus vecinos, una pareja de la tercera edad que vivía al otro lado. Así, de puerta en puerta, despertó a todos, dejó su casa y se fue con sus tías, que viven a unas cuadras, junto al jardín central. Estaba con ellas cuando su hermano le recordó la urna de su padre, fallecido apenas unos meses atrás, víctima de Covid-19.

Sin pensarlo dos veces, ni el riesgo que implicaba, regresó a su hogar, que ya comenzaba a mostrar los estragos del agua, tomó las urnas, la de su padre y otra con las cenizas de su sobrina, fue lo único que pudo sacar. Todo lo demás se perdió. Entre lágrimas, Teresa y Esther cuentan que el agua se llevó el patrimonio que les dejó su padre. Ahora, todo lo que hay en su vivienda es regalado por extraños, conocidos y la familia. Del gobierno sólo recibieron 10 mil pesos, que sirvieron para limpiar la casa, un refrigerador y un colchón en mal estado. Las pérdidas en su hogar están valuadas en 400 mil pesos.

Dicen que lo material se recupera, pero hay algo que aún no han podido traer de vuelta, y es la tranquilidad. Desde la inundación no han tenido una noche en que no piensen en lo sucedido y su mayor temor es que vuelva a ocurrir; mantienen una vigilancia constante en el río, para saber si viene crecido. Los estudios e investigaciones de especialistas les hacen pensar que esto no fue una situación de la naturaleza, están plenamente convencidas que alguien decidió el destino de Tula, dicen que la ciudad no se inundó, la inundaron, y así cualquier día pueden amanecer bajo el agua, porque si se trata de escoger, no será la Ciudad de México, lo saben bien.

"Esta inundación fue provocada lo sabemos todos y, desgraciadamente, el gobierno no ha volteado a vernos", lamentan.

Solas en medio de la tragedia

En la calle de Juárez, en el centro de Tula, viven Alicia y Georgina, las tías de Teresa. Creían que estarían a salvo por no estar tan cerca del río, pero no fue así, el agua pronto las alcanzó. "Veíamos cómo subía [el agua] y decidimos ir al segundo piso", cuenta Teresa. Georgina recuerda que apenas alcanzó a tomar algunos alimentos —leche y galletas—, subieron a Alicia, de 82 años, y decidieron esperar a que el agua bajara. Fue hasta las 3 de la tarde del 7 de septiembre cuando elementos de la Marina llegaron a rescatarlas en una lancha que, para su mala suerte, volcó.

Alicia y Georgina también perdieron todo, pero ni un colchón usado les dieron. El mal trabajo durante el levantamiento del censo las dejó fuera del apoyo.

La casa vacía

La casa de Silvia está vacía, sólo una mesa grande se encuentra en el comedor, sin sillas, no hay sala, no hay televisión. No hay nada. En la cocina apenas lo indispensable, una estufa y pocos trastos. La inundación dejó una casa vacía. Silvia Muñoz vive con su hijo; antes de la tragedia su casa era hermosa, muebles finos, pantallas, computadoras y adornos, todo se perdió y también el valor del inmueble.

Antes de la inundación vivían en una zona bien valuada, codiciada; hoy perdió su valor. Los precios de las casas se depreciaron, en la calle Héroes de Chapultepec el costo cayó entre 30% y 40%, explica el notario Venancio Velázquez.

La de Silvia no es la excepción, "no puedo hacer nada. Vender, nadie compra, y si lo hacen me van a dar muy poco", lamenta. Vive con miedo y de la pérdida económica aún no se recupera, dice que no tiene motivación para intentar amueblar su casa nuevamente. Tiene dos razones poderosas; primero, por la situación económica en que quedó y segundo, teme que haya otra inundación.

"Ya no quiero, no sabemos si se va a volver a inundar. En tiempo de lluvia todo mal, estamos en una sicosis de no dormir. Anímicamente, sicológicamente, estamos mal, la casa está horrible, no hay un ambiente bonito. ¿Quién puede vivir así, sin muebles, con lo poco que quedó amontonado?", interroga.

Las pérdidas en su casa están valuadas en más de un millón de pesos. Y la respuesta ¿quién puede vivir así? es fácil, los damnificados de Tula. Dice que no ve futuro, está convencida de que la única manera de poder vivir en paz será migrando, pero aún no sabe cómo.

Una ciudad que se muere

Edith Guzmán está segura de que lo que se vivió en Tula fue una decisión y no efecto de la naturaleza. No lo dice ella, asevera, lo dicen los estudios y los investigadores. Hubo una decisión política y en ella se llevaron la vida de personas y el patrimonio de miles de habitantes.

"En Tula nos están matando. Nos están matando poco a poco y no podemos seguir viviendo así", señala y detalla que muchas familias no lograron reponerse y tampoco los comerciantes, algunos cerraron sus puertas, como fue su caso, ya que de tener una tienda de ropa ahora es empleada en un negocio.

Acusa que tras los hechos surgieron agrupaciones que se hicieron pasar como ambientalistas o bien interesadas en defender a los afectados; sin embargo, su finalidad es política, como ocurre con La Gran Asamblea y Unidos por Tula. Las exigencias iniciales que abanderaron de manera paulatina fueron olvidadas, entre ellas la demanda penal que de forma colectiva planeaban en contra de la Comisión Nacional del Agua.