La caza infrarroja de soldados rusos en la batalla por Bajmut

Un miembro de un equipo de cinco que utiliza un visor telescópico de infrarrojos y una conexión de internet satelital Starlink para identificar soldados rusos habla con soldados ucranianos en un refugio subterráneo en Bajmut, Ucrania, el 11 de diciembre de 2022. (Tyler Hicks/The New York Times).
Un miembro de un equipo de cinco que utiliza un visor telescópico de infrarrojos y una conexión de internet satelital Starlink para identificar soldados rusos habla con soldados ucranianos en un refugio subterráneo en Bajmut, Ucrania, el 11 de diciembre de 2022. (Tyler Hicks/The New York Times).

BAJMUT, Ucrania — El viento soplaba entre los árboles desnudos y a través de las ventanas del edificio de apartamentos en ruinas mientras el equipo de vigilancia subía las escaleras cubiertas de cristales rotos. El frío les entumecía los dedos mientras instalaban el equipo: un visor telescópico de infrarrojos, su trípode, una antena parabólica Starlink y una batería.

El trabajo era sencillo: el pequeño equipo de varios hombres, encabezado por un estadounidense conocido como Wolf, sería los ojos de Ucrania en su batalla por Bajmut esa noche, apiñados en el apartamento de estilo soviético y observando el resplandor blanco y negro de las imágenes infrarrojas mientras trataba de identificar las posiciones rusas.

Frente a ellos había una vista panorámica de Bajmut, una ciudad del este de Ucrania, casi sin electricidad y devastada por seis meses de bombardeos concertados. Los disparos de la artillería rusa a lo lejos lanzaban destellos blancos al cielo bajo una luna roja como la sangre. En el horizonte se veían cohetes que hacían una trayectoria circular.

Uno de los miembros del equipo encendió el visor de infrarrojos y éste empezó a zumbar. Volteó a ver a su colega, que manipulaba la antena parabólica para intentar conectarse a internet. "¿Comunicaciones en verde?", preguntó.

Lo que ocurrió en la siguiente media docena de horas fue una parte rutinaria pero esencial del ritmo diario de la guerra: en parte trabajo pesado y en parte cálculos urgentes mientras el equipo obtenía las coordenadas de las posiciones enemigas y las transmitía a la batería de artillería ucraniana situada a kilómetros de distancia.

Este tipo de misión, observada durante dos días de este mes por reporteros de The New York Times, fue un vistazo a la manera en que se está librando la guerra, una batalla de una violencia implacable, pero además de una sofisticación técnica innegable.

En esencia, la lucha por Bajmut no difiere mucho de una batalla en las estepas de Europa del Este durante la Segunda Guerra Mundial: ejércitos que usan soldados, tanques y enormes descargas de artillería para conquistar terreno.

Recogiendo leña en la ciudad de Bajmut, Ucrania, donde quedan pocos residentes, el 3 de diciembre de 2022. (Tyler Hicks/The New York Times).
Recogiendo leña en la ciudad de Bajmut, Ucrania, donde quedan pocos residentes, el 3 de diciembre de 2022. (Tyler Hicks/The New York Times).

Pero el equipo de Wolf, armado con una conexión vía satélite y un visor de infrarrojos que puede ver a una persona hasta a 8 kilómetros de distancia, demostró enseguida lo mucho que había cambiado la guerra en los últimos 80 años.

5 p. m.: Llegada a Bajmut

Wolf, quien manejaba una camioneta camuflada casi en total obscuridad para transportar al resto de su equipo, apagó las luces delanteras al acercarse a las afueras de Bajmut. Antes de quedarse sin señal, la inteligencia ucraniana le informó que al menos un dron Orlan-10 ruso sobrevolaba la ciudad.

El hombre comentó que en los últimos días se habían visto muchos más de estos aparatos que suenan como cortadoras de césped, pero esa noche las nubes bajas del invierno impedían su visibilidad.

Agregó que, sin los drones, los soldados rusos no podrían dirigir el fuego de su artillería.

No sirvió de consuelo. El ruido lejano de las ametralladoras y los cañones, así como el ruido sordo de las explosiones, recordaban que la lucha estaba cerca.

El equipo es parte de la legión extranjera de Ucrania, una unidad creada al comienzo de la guerra a la que se han sumado miles de voluntarios internacionales para reforzar las filas ucranianas. Wolf, exinfante de la Marina estadounidense de 29 años, vino a Ucrania porque, en sus propias palabras: “Soy un buen cristiano y era lo correcto”.

Otros miembros de su equipo incluyen a un intérprete ucraniano; un canadiense; un británico y un australiano. “Nada de inglés”, recalcó Wolf antes de bajar de los vehículos. Muchos de los residentes que quedaban en Bajmut ya desconfiaban de los extranjeros, en particular de los que llevaban rifles. El Times solo se refiere a Wolf y a los demás soldados por sus distintivos de llamada para proteger su identidad.

Después de meses en los que el Ejército ruso intentó capturar la ciudad, los combates en torno a Bajmut, que antes de la guerra tenía una población de unos 70.000 habitantes, se han dividido en dos sectores principales: el sur y el este. Los soldados rusos presionaban desde ambos lados para intentar ahogar las líneas de suministro de la ciudad.

Desde el apartamento convertido en puesto de observación de Wolf podían verse ambos extremos con el visor de infrarrojos. Las hileras de árboles congelados y los campos brillaban con un blanco resplandeciente; cualquier cosa viva o calentada por un motor o por electricidad aparecía como una mancha negra.

8 p. m.: Transmisión de coordenadas

El miembro del equipo encargado de encontrar objetivos rusos fue artillero en Canadá, y se le conoce por el sobrenombre de Oso. Exploró el horizonte con el visor de infrarrojos, cambiando entre el este, donde los soldados rusos se habían acercado a una presa de la ciudad, y los pueblos del sur.

Pero aunque el equipo identificara un tanque ruso o un pelotón que avanzaba, no había mucho que hacer: no tenían internet y apenas había señal de telefonía celular en la ciudad.

El traductor, originario de la ciudad septentrional de Járkov, identificado como Popov, manipulaba la antena parabólica cóncava y rectangular Starlink. La elevó hasta que quedó a la altura del balcón destrozado del apartamento, procurando mantenerla lo bastante baja como para que los soldados no detectaran el calor que desprendía.

Hacía más o menos una hora, antes de que la luna se escondiera entre las nubes, la Starlink se había podido conectar a internet. Durante un periodo breve, el equipo tuvo acceso a las comunicaciones del grupo militar ucraniano centrado en Bajmut, donde las unidades situadas a lo largo de la línea del frente compartían las posiciones rusas conocidas e intentaban coordinarse para pasar la noche.

La principal conexión del equipo era la línea directa con los oficiales ucranianos que supervisaban la artillería alrededor de la ciudad, incluidos los obuses M777 suministrados por Estados Unidos y cargados con proyectiles guiados por GPS. Esta vez, el equipo tenía información.

"Parece que están avanzando por el lado este", dijo Bear, refiriéndose a los soldados ucranianos. El canadiense tenía el visor pegado a los ojos.

En efecto, en la pantalla blanca se podían ver pequeños puntos negros que avanzaban hacia los árboles cercanos al extremo oriental de Bajmut.

Los estruendos de los impactos de artillería llegaban hasta el apartamento mientras las fuerzas rusas respondían al ataque. Un tanque, alcanzado durante el avance, ardía en la distancia. Se veía como una intensa columna de humo negro en la cámara termográfica, pero a simple vista solo era una mancha roja, como una estrella lejana en los márgenes de la ciudad carente de luz.

“Tengo algo”, reportó Oso.

Su colega, Perro, un antiguo técnico de desactivación de explosivos del Ejército británico que combatió en Afganistán, se entusiasmó y prendió su tableta.

Cubrió la pantalla y su cara con un pañuelo, con cuidado de que la luz de fondo no comprometiera su posición. Leyó las coordenadas.

El equipo había divisado lo que parecían ser dos camiones de transporte rusos (dado su tamaño y su contorno térmico negro en la pantalla) parados en medio de un campo a varios kilómetros de distancia, muy por detrás de las líneas rusas.

Popov envió cuidadosamente las coordenadas a través del canal de la artillería ucraniana.

Poco después, la Starlink dejó de funcionar.

9 p. m.: Sin internet, sin suerte

El equipo, sentado en el departamento abandonado, enfrentaba obstáculos: torres de telefonía móvil destruidas; nubes densas y bajas que interrumpían la señal de la Starlink; y la interferencia del GPS ruso que desviaba la visión infrarroja.

Sin embargo, los bombardeos casi habían cesado. Los ucranianos no atacaron los dos camiones parados. Los proyectiles de artillería guiada están disponibles en cantidades limitadas y a menudo solo se utilizan contra objetivos importantes.

A través del visor de infrarrojos, Oso observó lo que parecía ser un pelotón de soldados ucranianos que intentaban avanzar cerca de una aldea en las afueras del sur de la ciudad, uno de los muchos ataques y contraataques que se han convertido en un elemento básico de la batalla por Bajmut, donde los avances significativos han sido mínimos.

Fue entonces cuando se oyó el eco de los disparos de cohetes hacia el sur. Pasaron unos segundos. El cielo estalló. En un instante, sobre la aldea, las nubes bajas resplandecieron de blanco durante lo que parecieron minutos, mientras las estelas de municiones incendiarias se dirigían hacia el suelo.

“No queda nada que quemar ahí”, comentó un miembro del equipo desde la oscuridad cuando las brasas se asentaron. “Está todo destruido”.

Alguien tomó una foto con su teléfono. El equipo se marcharía en una hora, su misión había terminado sin la Starlink.

Pero la larga noche en Bajmut apenas empezaba.

© 2022 The New York Times Company