El caso que modificó la ciencia forense hace casi 100 años
CIUDAD DE MÉXICO, diciembre 14 (EL UNIVERSAL).- Hace casi un siglo, en 1935, el pequeño pueblo de Moffat, en Escocia, se convirtió en el escenario de un hallazgo espeluznante que marcó un hito en la investigación criminal. El descubrimiento de restos humanos desmembrados en un arroyo no solo conmocionó a la sociedad de la época, sino que desencadenó una revolución en la ciencia forense, sentando las bases de las técnicas modernas que se emplean en investigaciones criminales hasta el día de hoy.
Bajo un puente, en un rincón apartado del pueblo, las autoridades encontraron 70 fragmentos de cuerpos humanos, que incluían dos cabezas, un fémur y diversos trozos de carne y piel. Los restos habían sido mutilados para evitar cualquier identificación: los dedos estaban amputados, los dientes extraídos y los rasgos faciales, desfigurados. Sin embargo, las autoridades, lejos de darse por vencidas, recurrieron a métodos científicos revolucionarios en busca de respuestas.
Los restos encontrados se relacionaron con la desaparición de Isabella Ruxton y Mary Rogerson, esposa y niñera del médico Buck Ruxton, un reconocido profesional en Lancaster, Inglaterra. La investigación forense, liderada por Sir Sydney Smith, aplicó técnicas innovadoras como el análisis microbiano para determinar el tiempo de muerte y la comparación de radiografías previas con los cráneos encontrados. Por primera vez, se utilizaron estas herramientas para identificar a las víctimas de un crimen.
Las pruebas contra Buck Ruxton, basadas en los avances científicos, lo señalaron como el autor de los brutales asesinatos, motivados por celos y violencia doméstica. El caso culminó con su condena a la horca en un juicio que capturó la atención de toda Gran Bretaña.
El caso Ruxton no solo resolvió un doble homicidio, sino que transformó la ciencia forense. La capacidad de los científicos para reconstruir la evidencia marcó un cambio de paradigma en cómo se resolvían los crímenes, alejándose de la dependencia exclusiva de pruebas físicas o testimoniales.
Décadas después, los restos de las víctimas fueron redescubiertos en los archivos de la Universidad de Glasgow, lo que generó un debate ético sobre su almacenamiento. Este caso, conocido como "el primer crimen moderno", no solo es un referente histórico, sino una lección sobre cómo la ciencia y la ética deben evolucionar juntas.