Carlos Pintado: la poesía del silencio
Además de un poeta exquisito, Rubén Darío fue un periodista inteligente conectado con los movimientos estéticos de su época. En Los raros, serie de artículos publicados en diarios de América Latina y agrupados en libro en 1896, el nicaragüense trazaba un círculo sobre los escritores que no eran fáciles de alinear con el canon literario de su país, sea por estilo, obsesiones planteadas, o cierta actitud a contrapelo de las normas. Con su punto de vista, Darío abría las puertas a una tradición de autores que se extiende cómodamente hasta nuestros días.
El escritor Carlos Pintado (Cuba, 1974) es uno de esos raros. Su obra no tiene mucho que ver con la poesía que se escribe hoy en Cuba. No es estridente, no abusa de cultura pop ni tiene el color local que seduce a los agentes literarios que explotan el lugar común que se ha instalado en los lectores políticamente correctos de Estados Unidos y Europa. La poesía de Pintado se articula en un mundo clásico si entendemos ese adjetivo como un planteamiento estético de belleza y oscuridad, la ambigüedad que ejerce la poesía. A diferencia de otros autores, él no grita cuando escribe: cada verso cae en un lago profundo produciendo ondas expansivas de silencio y misterio.
Carlos Pintado publicó recientemente dos obras: Music for Bamboo Strings/ Música para cuerdas de bambú (Sundial House), libro bilingüe traducido por Lawrence Schimel, y El Árbol Rojo (Ediciones Furtivas) donde el poema adopta la forma delicada del haiku. Sobre este libro, la autora Anjanette Delgado comentó: “poemas como pequeños filmes franceses”.
Carlos Pintado es graduado de Lengua y Literatura Inglesa. Recibió el Premio Paz de poesía, de The National Poetry Series, por su libro Nueve monedas (Akashic Books, edición bilingüe). Además, recibió el premio Internacional de Poesía Sant Jordi por Habitación a oscuras. Textos suyos han sido publicados en The New York Times, The American Poetry Review, World Literature Today Magazine, Raspa Magazine, Latin American Literature Today, entre otros. Colaboró en el libro La experiencia del exilio: un viaje a la libertad, coordinado por Emilio Estefan. Desde 2010 varios grupos de música de cámara de Estados Unidos, como The San Francisco Girls Chorus, The Dal Niente Ensemble, The South Beach Chamber Music y Continuum Ensemble han cantado sus poemas.
¿Cuéntame cómo fue el proceso creativo de ‘Music for Bamboo Strings’/ ‘Música para cuerdas de bambú’?
Lento y misterioso como casi todos mis libros. Creo que soy el último en darme cuenta que estoy escribiendo un libro. Llevaba tiempo expurgando textos escritos en un tono más narrativo que los libros anteriores, mucho más cercanos a la prosa que a la poesía, aunque sin el divorcio evidente entre ambos. A estos textos se le juntaron páginas de diarios inconclusos, viñetas, fragmentos de cartas que nunca envié, conversaciones con amigos y fantasmas que solo cobran sentido si las condenaba al territorio del papel. Creo que es mi libro más personal hasta ahora.
En el libro hay referencias a Isak Dinesen, Marguerite Duras, Carson McCullers, entre otras escritoras. ¿Cómo crees que su imaginario se mete en el tuyo?
Todos los escritores que me gustan imponen en mí un imaginario, aunque quizás imponer no sea el verbo correcto porque lo asumo con admiración y felicidad. Con “Música” quise pagar un peaje con ellos y los libros permiten esa licencia, sin óbices. Caminar entre leones en África de la mano de la Isak Dinesen, viajar en un río con Marguerite Duras solo puede ser posible en un libro, esa maquinita de tiempo portátil. Estas autoras que mencionas aun cuando fueron narradoras principalmente tuvieron un lente muy lírico para asomarse a la vida.
La traducción al inglés es de Lawrence Schimel. ¿Cómo fue trabajar con él?
Respondo tu pregunta con un spot publicitario. Me fue tan bien que terminé escribiendo con Lawrence, a cuatro manos, el libro de haikus para niños Haicuba, Haikuba, que ya está en las librerías con olorcito a pan caliente. Lawrence, además de traductor, es un escritor excelente, y de ese lujo yo me beneficio. Hace pocos días Words without Border sacó un tour literario de 15 libros traducidos para celebra el mes de la herencia hispánica y 6 de ellos son traducciones de Lawrence.
¿Cuéntame cómo decidiste que los poemas de ‘Music for Bamboo Strings’/ ‘Música para cuerdas de bambú’ tuvieran esta determinada forma, en el sentido que son muy narrativos?
Quiero pensar que no tuve una artesanía premeditada. Quería escribir, eso sí, textos que tuvieran el sosiego de las conversaciones familiares, poetizar lo menos posible, más sutileza que impresionismo en el lenguaje. Recordé que para escribir Fahrenheit 451, Ray Bradbury hizo una lista de 10 cosas que él más amaba y de otras 10 que odiaba, y me propuse hacer ese mismo ejercicio; para ello necesitaba que los textos fueran más prosaicos que líricos. La poesía falsea mucho, coloca muchas mamparas entre lo que uno quiere decir y lo que termina diciendo en realidad; la prosa, empero, es menos pretenciosa. Después de responderte esto creo que en realidad sí tuve una artesanía premedita. Ya ves, me contradigo, contengo multitudes.
¿Por qué crees que autores como Borges y Octavio Paz se interesaron por el haiku?
Borges y Paz fueron escritores muy inquietos, literariamente hablando, y el haiku es una bestiecilla inquieta que grita alto. También fueron muy reflexivos, y el haiku es pura reflexión en tres versos de 17 sílabas.
¿Y tú?
Leer o escribir haikus a mí me recuerda esos trucos de magia que una vez ejecutados frente a ti te quedas pensando: ¿de dónde sacó el mago esas palomas? ¿cómo de un sombrero un conejo? El haiku esconde mucho más que lo que enseña y sugiere mucho más que lo que muestra. Gota de miel o punta de Iceberg, un buen haiku es siempre una mordida de serpiente: nadie sale ileso de ella, aun con antídoto. Me gusta buscar en el haiku que no está en el haiku.
En la literatura cubana hay pocos autores que han escrito haikus.
Eso es una verdad como un templo, pero lo mismo puede decirse de otros países hispanoparlantes. Lamentablemente el haiku no tiene todavía la salud del soneto, la décima o el verso libre en nuestro idioma, que ya llevan siglos triunfando entre nosotros. Puede que algo tenga que ver con nuestra identidad, un poco más dada al ruido inmediato que a la reflexión en cámara lenta, o que en el inicio el haiku venía más o menos de una naturaleza temática, cantaba una cotidianeidad que a nosotros nos quedan corta. Ya sabes, a nosotros nos gusta la ruidosa grandeza de las cosas, tenemos el carnaval por dentro. También sucede que no muchas editoriales se arriesgan a publicar un libro de haikus; que Ediciones Furtivas publicara los 200 haikus de El Árbol Rojo me sigue pareciendo una temeridad editorial.
¿Hay un verso de otro autor que sueles tener como mantra?
“Solo el silencio es grande” dijo Tagore.
Siga a Hernán Vera Álvarez, @HVeraAlvarez