Los capitalistas se convierten en un salvavidas económico en Cuba

La Revolución cubana se opuso a las empresas privadas, ilegalizándolas en gran medida. Actualmente, estos negocios proliferan, mientras la economía socialista se desmorona.

Una tienda de abarrotes moderna cuyos estantes están repletos de todo tipo de productos, desde pasta hasta vino, ocupa un lugar en el centro de La Habana que antes ocupaba una monótona floristería estatal, con los techos y las paredes reparados y repintados.

Una antigua empresa estatal de vidrio en un suburbio de La Habana alberga ahora una sala de exposición de una empresa privada que vende muebles fabricados en Cuba.

Y en el puerto de la capital cubana, carretillas elevadoras descargan cuidadosamente huevos estadounidenses de un contenedor refrigerado. Los huevos van destinados a un supermercado privado en línea que, al igual que Amazon Fresh, ofrece entrega a domicilio.

Estas empresas forman parte de una explosión de miles de negocios privados que se han abierto en los últimos años en toda Cuba, un cambio notable en un país donde este tipo de empresas no se han permitido y donde Fidel Castro subió al poder liderando una revolución comunista decidida a eliminar nociones capitalistas como la propiedad privada.

Pero hoy Cuba se enfrenta a su peor crisis financiera en décadas, impulsada por la ineficacia y la mala gestión del gobierno y por un embargo económico de Estados Unidos que lleva décadas provocando el colapso de la producción nacional, el aumento de la inflación, constantes cortes de energía eléctrica y escasez de combustible, carne y otros productos de primera necesidad.

Por ello, los dirigentes comunistas de la isla están dando marcha atrás y abrazando a los empresarios privados, una clase de personas a las que antes despreciaban como capitalistas “asquerosos”.

Aprovechando la flexibilización de las restricciones gubernamentales que conceden a los cubanos el derecho legal a crear sus propias empresas, desde 2021 se han abierto unos 10.200 nuevos negocios privados, creando una dinámica, aunque incipiente, economía alternativa al inestable modelo socialista del país.

Como muestra del crecimiento de las empresas privadas —y de las dificultades económicas del gobierno—, las importaciones del sector privado y del gobierno ascendieron el año pasado a 1000 millones de dólares cada una, según datos del gobierno.

Gran parte de las importaciones del sector privado procedían de Estados Unidos y se financiaban con las remesas de dinero que los cubanos enviaban a sus familiares. Alrededor de 1,5 millones de personas trabajan para empresas privadas, un aumento del 30 por ciento desde 2021, y ahora representan casi la mitad de la fuerza laboral total de la isla caribeña.

“El sector privado hoy en día tiene mucho más espacio que nunca. Eso no tiene precedente”, afirmó Pavel Vidal, quien estudia la economía de Cuba y es profesor universitario en Cali, Colombia. “El gobierno está en quiebra, así que no tiene más remedio que invitar a otros actores”.

A pesar del crecimiento del sector privado, su contribución general a la economía cubana, aunque creciente, sigue siendo modesta: representa alrededor del 15 por ciento del producto interno bruto.

Aun así, la transformación económica es lo suficientemente significativa como para provocar profundas divisiones en el sistema comunista de la isla, a medida que una nueva élite empresarial adquiere riqueza, algo considerado como anatema para la ideología revolucionaria cubana.

Los cubanos que trabajan para el Estado, incluidos profesionales de oficina, médicos y profesores, ganan el equivalente a unos 15 dólares al mes en pesos cubanos, mientras que los empleados del sector privado pueden ganar entre 5 y 10 veces esa cantidad.

Un salario público no alcanza para mucho en las tiendas privadas que han surgido, donde una bolsa de patatas fritas italianas cuesta 3 dólares, una botella de buen vino italiano 20 dólares e incluso un artículo de primera necesidad, como el papel higiénico, cuesta 6 dólares el paquete de 10 rollos.

La mayoría de los clientes que pueden permitirse ese tipo de precios reciben dinero del extranjero, trabajan para otros negocios privados o son diplomáticos.

“Hoy en día hay que ser millonario para vivir en Cuba”, afirmó Yoandris Hierrezuelo, de 38 años, que vende fruta y verdura en un carrito del barrio El Vedado, en La Habana, y gana unos 5 dólares al día. “El Estado ya no puede satisfacer las necesidades básicas de la población”.

Funcionarios del gobierno cubano dijeron que la legalización de los negocios privados no era una aceptación a regañadientes del capitalismo en aras de la supervivencia económica, dejando claro que el papel de las industrias estatales sigue siendo mucho más importante que el del sector privado en la economía.

“No es una estrategia improvisada”, dijo en entrevista Susset Rosales, directora de Planificación Estratégica y Desarrollo del Ministerio de Economía y Planificación. “Tenemos bien claro cuál es el rumbo para la recuperación gradual de la economía con la incorporación de nuevos actores económicos complementarios a la economía estatal socialista”.

Pero los funcionarios de Estados Unidos afirmaron que el crecimiento de las empresas privadas podría cambiar las reglas del juego y allanar el camino hacia una mayor libertad democrática y económica.

“La pregunta es: ¿son suficientes?”, dijo Benjamin Ziff, el encargado de negocios que dirige la Embajada de Estados Unidos en Cuba. “Cuba se está desmoronando más rápido de lo que se está reconstruyendo. No hay vuelta atrás”.

Una cuestión clave, añadió, es si el gobierno permitirá que el sector privado “se expanda con la suficiente rapidez y libertad para hacer frente a los desafíos”.

La rápida expansión del sector privado en Cuba ha suscitado un profundo escepticismo en la comunidad de exiliados cubanos de Miami, acérrimamente anticomunista, donde muchos la califican de treta de los dirigentes comunistas cubanos para capear la crisis económica y aferrarse al poder.

La representante republicana María Elvira Salazar, una de los tres cubanoestadounidenses del sur de Florida en el Congreso, dirigió en enero una audiencia en el Congreso sobre negocios privados titulada “El mito de los nuevos emprendedores cubanos” y sugirió que las licencias para este tipo de empresas estaban reservadas a familiares de funcionarios del gobierno cubano.

“El régimen cubano sigue en el negocio del poder, y no hay nada que me demuestre que están dispuestos a dar una parte de esa cuota de mercado a nadie más que a ellos mismos”, dijo en una entrevista.

De hecho, desde la prohibición de las empresas privadas en la década de 1960, Cuba ha experimentado con prácticas de libre mercado en otras épocas de penuria, solo para revertirlas más tarde, cuando las presiones económicas han disminuido.

Cuando la Unión Soviética se derrumbó a principios de la década de 1990 y dejó a Cuba sin su principal benefactor económico, el gobierno emitió un número limitado de licencias de “trabajo por cuenta propia” para algunos comerciantes de bajos ingresos, incluidos barberos y reparadores de neumáticos.

Después de que el presidente Barack Obama restableciera las relaciones diplomáticas con Cuba en 2015 y flexibilizara el embargo estadounidense, los turistas estadounidenses inundaron la isla y las empresas de Estados Unidos comenzaron a explorar inversiones.

Aun así, el Partido Comunista nunca aceptó plenamente al sector privado, considerándolo un potencial caballo de Troya para los “imperialistas yanquis”.

Entonces llegó un doble golpe. La elección de Donald Trump en 2016 llevó al restablecimiento de las sanciones a Cuba, incluida la prohibición de que las líneas de cruceros de Estados Unidos navegaran allí. Tres años después, la pandemia de COVID-19 clausuró por completo el sector turístico de Cuba, su mayor fuente de divisas.

Desde entonces, Cuba se encuentra en caída libre financiera. La producción de carne de cerdo, arroz y frijoles —alimentos básicos— se desplomó a más de la mitad entre 2019 y 2023, según el gobierno.

Este año Cuba solicitó —por primera vez— ayuda al Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas, para suministrar suficiente leche en polvo para los niños, informaron los medios estatales. La falta de petróleo y el envejecimiento de la red eléctrica han provocado apagones en todo el país.

En marzo, el empeoramiento de las condiciones de vida provocó una inusual manifestación pública de descontento, cuando cientos de personas salieron a las calles de Santiago de Cuba, la segunda ciudad más grande del país, al grito de “corriente y comida”, según las redes sociales y los informes oficiales del gobierno.

Las dificultades económicas han desencadenado un enorme aumento de la emigración. Desde 2022, unos 500.000 cubanos han abandonado la isla, un éxodo extraordinario para un país de 11 millones de habitantes, y la mayoría de los cubanos que se han marchado lo han hecho a Estados Unidos.

En medio de tantas privaciones, las pequeñas empresas privadas ofrecen una pequeña dosis de esperanza para quienes tienen dinero para abrirlas, y para sus empleados.

Muchos están aprovechando las regulaciones introducidas en 2021 que conceden a los cubanos el derecho legal a crear sus propias empresas, limitadas a 100 empleados.

Por toda La Habana están apareciendo nuevas charcuterías y cafeterías, mientras pisos enteros de oficinas alquilan espacio a jóvenes emprendedores rebosantes de planes de negocio y productos, desde construcción y software hasta ropa y muebles.

Diana Sainz, quien había vivido en el extranjero durante gran parte de su vida y trabajado para la Unión Europea, aprovechó los cambios económicos en su tierra natal y abrió dos mercados Home Deli en La Habana, en donde ofrece una mezcla de artículos de fabricación local, como pastas y helados, así como productos importados, como cerveza y cereales.

Sainz dice que Cuba no había tenido un supermercado privado en décadas. “Ahora es lindo ver una tienda en cada esquina”, dijo. “Cuando comparas las cosas con hace cinco años es totalmente diferente”.

Aun así, muchos propietarios de negocios dijeron que el gobierno cubano podría hacer más para construir el sector privado.

Los bancos estatales cubanos no permiten a los titulares de cuentas acceder a depósitos en dólares para pagar a los importadores debido a la falta de divisas del gobierno para pagar sus propias facturas. Las sanciones de Estados Unidos también prohíben la banca directa entre el país y Cuba.

Además, el gobierno cubano ha mantenido importantes industrias fuera del alcance de la propiedad privada, incluidas la minería y el turismo.

Sin embargo, aún quedan muchas oportunidades.

Obel Martínez, un cubanoestadounidense de 52 años, decorador de interiores de Miami, se asoció recientemente con el propietario de un restaurante local para reabrir un emblemático restaurante de La Habana, La Carreta, que fue abandonado por el Estado hace una década.

“El techo se caía, y tuvimos que demoler totalmente el interior y reconstruirlo”, explicó.

Martínez creció en Cuba y, tras trabajar en España y México, se instaló en Miami, pero nunca renunció a su residencia cubana.

“Estamos mostrando al Estado que es posible hacer las cosas de otra manera”, dijo Martínez, mientras observaba a un concurrido público a la hora del almuerzo en el restaurante de 136 plazas, que sirve comida tradicional cubana. “Y somos totalmente privados”.

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