Capital Extranjero: tan querido cuando viene, tan odiado cuando se va

Los argentinos tenemos una relación histérica-chovinista con el capital extranjero. Cuando necesitamos crédito e inversiones, golpeamos la puerta de instituciones financieras internacionales, fondos de inversión y otros inversores extranjeros. Pero cuando se van, los odiamos, les echamos la culpa por habernos prestado irresponsablemente dado que somos deudores insolventes o repudiamos el giro de utilidades y dividendos al exterior como fruto lógico de sus inversiones directas en el país.

Primero una definición. De acuerdo al Manual de Balance de Pagos 6ºEdicion (2009) del FMI, la inversión extranjera directa (IED) constituye las participaciones de inversores no residentes tanto en el patrimonio neto como en el pasivo de empresas residentes y que le confieren un control e influencia significativa sobre su gestión.

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Esta definición incluye no solo las ampliaciones y nuevos proyectos de inversión (greenfield) sino también la reinversión de utilidades y las fusiones y adquisiciones de activos empresarios existentes. Además de fondos, los inversionistas directos aportan conocimientos técnicos, tecnología, administración y marketing.

La IED tiene diversos efectos sobre la economía. Los optimistas resaltan las externalidades positivas que produce la IED en términos de adopción de tecnologías y conocimiento en su red de proveedores locales. El impacto en la productividad agregada y por lo tanto en su crecimiento de largo plazo para una economía previamente cerrada es sustancial al incrementarse los gastos en innovación y desarrollo, las externalidades de red y la formación de capital humano en el trabajo.

Los críticos resaltan el papel de la IED en la extracción de recursos no renovables, el desplazamiento de pymes no competitivas, así como el impacto negativo en el balance de pagos y de divisas que significaría el giro de utilidades y dividendos.

Cierto es que el giro de utilidades y dividendos al exterior no es un problema en países estables y con moneda propia. Las consecuencias negativas del giro de divisas al exterior en Argentina son consecuencia de la inestabilidad macroeconómica y su impacto en la dolarización del argentino promedio para eludirla y el consecuente agotamiento de reservas de nuestro Banco Central.

Asimismo, los beneficios potenciales de las externalidades de IED sólo se logran si las empresas locales tienen la capacidad y la motivación para invertir en la absorción de tecnologías y habilidades extranjeras. Por lo tanto, para que aumente el aprendizaje, la inversión en empresas locales y su competitividad es clave un contexto macroeconómico estable, seguridad jurídica y continuidad de reglas e instituciones que permita aprovechar y generar complementariedades estratégicas de un sistema innovación público-privado que Argentina no logra desarrollar.

La evolución de la IED en Argentina ha sido errática y declinante. La Argentina pasó de representar un 20% del flujo de IED en América Latina a solo el 5% para el periodo poscrisis 2002. En efecto, durante el auge de commodities, la IED represento en promedio solo un 2% del PBI argentino mientras que fue del doble del PBI de los principales países de la región.

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Cuando una empresa extranjera (o argentina) se va del país, se desarma y se destruye la red de proveedores locales (muchos de ellos pymes) y el empleo directo e indirecto generado. Pero sobre todo se pierden los conocimientos implícitos adquiridos gracias a la reducción de costos por aprendizaje y formación en el trabajo que constituyen una verdadera inversión en intangibles acumulada durante años.

Pero debe señalarse que la inestabilidad macroeconómica y el cambio de reglas de juego permanente afectan negativamente no solo las inversiones extranjeras sino también de los argentinos. Las grandes empresas nacionales invierten cada vez menos y las pymes quiebran o se refugian en la informalidad, situación que la cuarentena ha acelerado provocando la destrucción de su capital simbólico representado por la relación idiosincrática especifica generada durante décadas entre empleados y dueños familiares, casi imposible de reconstruir.

En efecto, la actual salida de empresas extranjeras se produce como parte del fenómeno de destrucción estadística del capital de los argentinos dado que, como señalamos en notas anteriores, la inversión neta tanto de empresas argentinas como extranjeras a fin de año resultaría negativa: la inversión bruta interna no alcanzaría a reponer la depreciación de los equipos existentes.

La posible venta de empresas de IED a futuro precio de remate como producto de la desvalorización de sus activos es probable que se produzca por parte de actores locales, asociadas al poder de lobby sobre la ventanilla estatal, sin conocimientos específicos que permitan sostener el mismo nivel de productividad y eficiencia alcanzados.

El daño que provoca a la economía argentina la salida de empresas de inversión extranjera directa, así como de inversores argentinos va mucho más allá del corto plazo: afecta al PBI potencial del país y por lo tanto al futuro promisorio para pymes más competitivas y mejores salarios para los trabajadores.