El calor extremo nos va a cambiar a los humanos, pero algunos estarán más protegidos

Un niño que se desplomó en la calle mientras jugaba en el calor en Basora, Irak, el 24 de noviembre de 2022. (Emily Rhyne/The New York Times)
Un niño que se desplomó en la calle mientras jugaba en el calor en Basora, Irak, el 24 de noviembre de 2022. (Emily Rhyne/The New York Times)

En una calle sin árboles, bajo un sol abrasador, el soldador Abbas Abdul Karim trabaja sobre una banca de metal.

Todos los habitantes de Basora, Irak, se enfrentan al calor intenso, pero para Karim es implacable. Tiene que trabajar de día para poder ver el hierro que dobla hábilmente en espirales para barandales de escaleras o que suelda en los marcos de las puertas.

El calor es tan extenuante que no logra acostumbrarse a él. “Siento que me quema los ojos”, aseveró.

Trabajar a la intemperie con las temperaturas abrasadoras del sur de Irak no solo es
arduo, sino que puede causar daños en el cuerpo a largo plazo.

Conocemos el riesgo que corre Karim porque lo medimos.

Al final de la mañana, el aire alrededor de Karim alcanzó un índice de calor de 51 grados Celsius, una medida de calor y humedad. Eso provocó un riesgo elevado de padecer un golpe de calor, sobre todo porque vestía prendas gruesas y estaba bajo el sol.

Las imágenes térmicas muestran el calor adicional que desprende su equipo, lo que hace que su espacio de trabajo sea aún más peligroso.

Un niño que se desplomó en la calle mientras jugaba en el calor en Basora, Irak, el 24 de noviembre de 2022. (Emily Rhyne/The New York Times)
Un niño que se desplomó en la calle mientras jugaba en el calor en Basora, Irak, el 24 de noviembre de 2022. (Emily Rhyne/The New York Times)

El esfuerzo que hace el cuerpo por sudar y enfriarse puede causar deshidratación y hacer que los riñones trabajen más. Con el tiempo, esto aumenta el riesgo de desarrollar cálculos renales y enfermedad renal.

El corazón también trabaja más y se esfuerza por bombear más sangre hacia la piel y eliminar el calor del cuerpo.

Mientras Karim trabajaba, nuestro monitor comprobó que su pulso aumentaba, lo cual les indicó a los expertos que su temperatura corporal había subido unos 3 grados, lo que supone un esfuerzo que pone en peligro al corazón.

Es probable que el volumen de sangre que llegaba al cerebro de Karim se redujera durante una hora, ya que necesitaba el flujo sanguíneo en otra parte de su cuerpo. Se sintió inestable y tuvo que parar. “Se siente como si mi cabeza irradiara calor”, explicó.

Un día normal

Lo que Karim estaba experimentando no era una ola de calor. Se trataba de un día normal de agosto en Basora, una ciudad a la vanguardia del cambio climático y un vistazo al futuro de gran parte del planeta, ya que las emisiones de dióxido de carbono producto de la actividad humana transforman el clima.

Según las proyecciones de los investigadores de la Universidad de Harvard y la Universidad de Washington, en 2050, casi la mitad del planeta estará viviendo en zonas con niveles peligrosos de calor durante al menos un mes, incluyendo Miami, Lagos, Nigeria y Shanghái.

Mientras registrábamos las actividades cotidianas de los habitantes de Basora y Kuwait, documentamos su exposición al calor y cómo había transformado sus vidas.

Lo que vimos dejó al descubierto la tremenda brecha entre quienes tienen los medios para protegerse y los que no. También notamos una realidad aún más inquietante: nadie puede escapar por completo del calor debilitante.

El calor despertó a Kadhim Fadhil Enad. El aire acondicionado de su casa dejó de funcionar y comenzó a sudar en la oscuridad.

Las altas temperaturas se mantuvieron el resto del día. Para él y muchas otras personas en Basora, el calor creciente ha alterado los días laborales y los horarios de sueño.

Cuando Enad, de 25 años, y su hermano, Rahda, salieron a trabajar poco después de las 4 de la mañana, se sentía como si estuvieran a 45 grados en el exterior.

Enad y su hermano trabajan como albañiles. En los veranos sofocantes del sur de Irak, eso significa apresurarse para terminar lo más posible antes de que salga el sol y llegue el calor más intenso del día.

Incluso si pueden adaptar su horario, como hizo Enad, y empezar a trabajar de noche, sigue haciendo tanto calor que el agotamiento trunca la jornada laboral y reduce la productividad, lo cual merma los ingresos.

Todo el planeta

El calor extremo está alterando la vida en todo el planeta, incluso en Pakistán, la India, Túnez, México, China central y otros países, y cuanto más aumenten las temperaturas mayor será el número de trabajadores afectados.

Los efectos del calor extremo ya suponen cientos de miles de millones de dólares en pérdidas laborales cada año en todo el mundo.

Eran las 5:30 de la mañana en la ciudad de Kuwait cuando Abdullah Husain, de 36 años, salió de su departamento para pasear a sus perros. Apenas había salido el sol, pero el día ya estaba sofocante.

Husain comentó que en verano tiene que sacar a los perros temprano, antes de que el asfalto se caliente tanto que les queme las patas.

“Después del amanecer, todo es un infierno”, dijo.

Husain, profesor adjunto de ciencias medioambientales en la Universidad de Kuwait, vive una vida muy diferente a la de Enad en Basora, pero los días de ambos están marcados por el calor inexorable.

Entre Basora y la ciudad de Kuwait hay solo 128 kilómetros de distancia y suelen tener el mismo clima, con temperaturas muy arriba de los 38 grados en verano durante semanas.

No obstante, en otros aspectos son mundos distintos.

Ambos lugares producen petróleo, pero en Kuwait este ha producido una gran riqueza y les ha proporcionado a los ciudadanos un nivel de vida elevado.

Esta gran brecha económica se ve en la manera en la que las personas pueden protegerse del calor, una brecha entre ricos y pobres que se reproduce cada vez más en todo el mundo.

Husain conduce al trabajo por amplias carreteras en un automóvil con aire acondicionado. Enad camina al trabajo por calles llenas de basura que se pudre con rapidez.

Husain da clases en una universidad donde no falta el aire acondicionado. Aunque trabaje de noche, Enad no puede escapar de su mundo caliente.

La enorme riqueza petrolera de Kuwait le permite proteger a la gente del calor, pero esa protección tiene su costo, que afecta tanto a la cultura como al estilo de vida.

Cuando llega el calor, la gente abandona los parques y las terrazas al aire libre. Los toboganes, columpios y otros juegos infantiles se calientan tanto que pueden quemar las piernas de los niños. La mayoría de los kuwaitíes evitan salir al exterior.

Eso afecta su salud. A pesar de la abundancia de sol, muchos kuwaitíes padecen deficiencia de vitamina D, que es producida por el cuerpo a partir de la luz solar. Muchos habitantes también tienen sobrepeso.

Es probable que, para finales de siglo, Basora, Kuwait y muchas otras ciudades tengan muchos más días de calor extremo al año. La cantidad de días dependerá de lo que hagan los humanos mientras tanto.

Según las previsiones de los investigadores de la Universidad de Harvard, incluso si los humanos lograran reducir significativamente las emisiones de carbono, para el año 2100, Kuwait y Basora tendrán meses de calor y humedad que superarán los 39 grados Celsius, mucho más de lo que han tenido en la última década.

Los cálculos a largo plazo son inexactos, pero los científicos coinciden en que la situación empeorará y podría ser catastrófica si no se frenan las emisiones. Por ejemplo, según ese escenario, Miami podría sufrir un calor peligroso durante casi la mitad del año.

Husain, el profesor, afirmó que la mayoría de los kuwaitíes no piensan en la relación
entre la quema de combustibles fósiles y el calor.

“La gente se queja, pero no es algo que se traduzca en una acción o un cambio de comportamiento”, dijo. “Lo utilizan para broncearse o ir a la playa, pero si hace demasiado calor, se quedan en casa con el aire acondicionado”.

Puesto que las emisiones atmosféricas no respetan fronteras, la ciudad de Kuwait y Basora seguirán calentándose sin importar lo que hagan, a menos que los principales emisores como Estados Unidos y China cambien de rumbo.

En 1983, antes de que naciera Karim, el soldador, Basora era una ciudad más verde y fresca.

Las arboledas de palmeras datileras reducían la temperatura y los canales que regaban los jardines de Basora le valieron el apodo de “la Venecia de Oriente”.

Cuando Karim era niño, talaron muchos de esos majestuosos palmerales, así que, cuando Enad, el trabajador de la construcción crecía a principios de la década de 2000, quedaban muchos menos. Sin embargo, incluso entonces, la ciudad seguía salpicada de tamariscos, arbustos frondosos que brotaban cada año con flores rosas y blancas.

En la actualidad, la mayoría de estos también han desaparecido.

Sin ellos, Basora se ha convertido en una ciudad de cemento y asfalto, que absorbe el sol y sigue irradiando calor mucho después del ocaso.

En el futuro, muchas personas de todo el mundo van a emigrar para escapar del calor, pero lo más probable es que haya muchas otras que, como Karim y Enad, carezcan de recursos para mudarse a un país más verde. Además, es probable que los países más ricos, que ya reforzaron sus fronteras, dificulten aún más la inmigración a medida que aumenten las presiones climáticas.

Tanto Karim como Enad sueñan con vivir en otro lugar.

Karim quiere un lugar “más verde”, Enad un lugar “más fresco”. Enad espera casarse, tener hijos y criarlos en un lugar que tenga “espacio para la naturaleza”.

“Las casas serán de madera y habrá un bosque”, concluyó.

© 2022 The New York Times Company

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