Por fin, un solo cable para todo

Si en los últimos años compraste un teléfono celular, una computadora, una consola de videojuegos o algún otro dispositivo, es muy probable que para cargarlos utilices un cable cuyo extremo, al menos de un lado, parece una pastilla Tic Tac aplastada: un enchufe rectangular con un contorno redondeado, más o menos de 2,5 centímetros de largo y una tercera parte de eso de ancho.

De manera oficial, según la coalición de las empresas tecnológicas que determina este tipo de cuestiones, un conector con esta forma se conoce como como Universal Serial Bus tipo C. Pero sus amigos lo conocen como USB-C y sospecho que tarde o temprano todos nos haremos bastante amigos de este cablecito tan competente.

El único motivador de ventas del USB-C es la universalidad. Fue diseñado para conectarse más o menos a todo para lograr más o menos cualquier cosa, con lo que se redujo la cantidad y la variedad de cables que necesitamos para sortear la vida digital. Esto quizá parezca una ventaja mínima, pero estos no son tiempos para menospreciar pequeñas ventajas. En la medida en que es posible encontrar no solo utilidad, sino algo parecido a alegría, en la mitigación de inconvenientes triviales, pero a la vez agónicos, de la vida moderna, el USB-C podría ser una de las innovaciones que más cambiarán la vida de nuestra época.

Los expertos en tecnología que lean esto argumentarán que estoy exagerando. El USB-C ni siquiera es nuevo; los primeros dispositivos con estos puertos salieron a la venta en 2015.

Es cierto, pero nos ha tomado algo de tiempo darnos cuenta de todo el potencial del USB-C. La tecnología ha tenido que superar diversos desafíos técnicos y alcanzar una cierta masa crítica en el ecosistema de los dispositivos. No fue sino hasta esta semana, por fin, que el sueño del cable único USB-C comenzó a ser inevitable. El lunes, en un esfuerzo por reducir los residuos electrónicos, los Estados miembros de la Unión Europea aprobaron una norma que exige puertos de carga USB-C en “todos los nuevos teléfonos móviles, tabletas, cámaras digitales y auriculares, consolas de videojuegos y altavoces portátiles, lectores electrónicos, teclados, ratones, sistemas de navegación portátiles, audífonos y ordenadores portátiles” vendidos en la UE.

La norma se aplicará a lo largo de unos años, pero ya ha conseguido resultados con el principal reticente, Apple, que había apostado de lleno por el USB-C para sus computadoras y tabletas, pero se había quedado con su conector patentado, llamado Lightning, para el iPhone. El martes, un ejecutivo de Apple dijo a un entrevistador en la conferencia tecnológica de The Wall Street Journal que, aunque Apple se opone a la ley, “tendría que cumplirla”. No queda claro si esto significa que todos los iPhone o solo los europeos tendrán un puerto USB-C. Esperemos que sea lo primero.

La norma europea aplica solo a los cargadores, pero los USB-C hacen mucho más. Se trata del Meryl Streep de los cables, capaz de hacer cualquier cosa mejor que otras opciones. Además de cargar, un cable USB-C puede utilizarse para transmitir señales de video de una computadora a un monitor o televisor; para transferir enormes cantidades de datos a velocidades de infarto hacia y desde dispositivos como cámaras, discos externos y otros periféricos; y, tal vez lo mejor de todo, para hacer muchas de estas cosas al mismo tiempo, de modo que se puede realizar más de una tarea con un solo cable.

Por ejemplo, el único cable USB-C que cuelga entre mi computadora portátil y el monitor de mi escritorio transporta datos y energía en direcciones opuestas simultáneamente: el monitor (conectado a una toma de corriente) carga la computadora portátil, mientras esta envía imágenes a la pantalla. Esto es muy superior al HDMI, el cable de video que podría haber utilizado antes del USB-C: el HDMI no puede transportar suficiente energía para cargar una computadora portátil, lo que significa que tendría que utilizarlo además de un cargador. En pequeños aspectos como este, el USB-C me ha facilitado las cosas. Como la mayoría de mis dispositivos utilizan este único conector, ahora viajo con muchos menos cargadores, cables y adaptadores o “dongles” (el espantoso nombre de los numerosos adaptadores y otros dispositivos diminutos que se conectan a nuestras computadoras).

También me ahorra espacio de almacenamiento. Este verano, un fin de semana, puse un poco de música relajante y me aventuré en una expedición arqueológica por el enredoso desastre de los cables metidos en esquinas olvidadas de mi casa.

Mi limpieza fue un viaje tormentoso a través de la historia de la tecnología. El estándar del USB se introdujo en 1996 como una forma de crear compatibilidad entre dispositivos, pero es sorprendente la cantidad de variedades de USB que surgieron en los años posteriores, y cada una menoscababa el objetivo de la estandarización. Primero fue el clásico USB de tamaño normal, ese omnipresente enchufe rectangular del tamaño de la punta del pulgar. Luego tuvimos el USB-B (un enchufe cuadrado que solemos ver en las impresoras), seguido por el Mini-USB y el Micro-USB, los pequeños enchufes que se encuentran en muchos dispositivos que no son de Apple desde la década de los 2000. De manera sorprendente, a lo largo de todas estas versiones, los diseñadores repitieron el mismo defecto: cada variedad de USB hasta el USB-C solo podía conectarse si estaba orientado en la dirección correcta, lo que hacía que cargar cualquier cosa en la oscuridad fuera un proceso furiosamente engorroso (el USB-C, al igual que el Lightning, es simétrico, por lo que se puede enchufar en cualquier dirección).

Tal vez el mayor desorden estaba en los televisores y monitores de computadora, donde al parecer había nuevos cables cada pocos años. Cuando yo era niño, conectabas un televisor a una videocasetera o a una Nintendo con cables RCA (una trenza de dos o tres clavijas redondas de colores). Luego vinieron los de video por componentes (trenzas similares con varios colores), los de S-video (clavija redonda, con muchos agujeros) y, finalmente, los de HDMI, la clavija trapezoidal que se encuentra en la mayoría de los televisores actuales. Los monitores, por su parte, han pasado por un número asombroso de tipos de cable: VGA, SVGA, DVI, Micro-DVI, Mini-DVI, DisplayPort, Mini DisplayPort y ahora HDMI, Mini HDMI y Micro HDMI. Con justa razón tenemos tantos problemas a la hora de configurar nuestros sistemas de entretenimiento en casa.

Es difícil culpar a los fabricantes por atravesar estas variedades: a medida que nuestros dispositivos se vuelven más potentes y sus formas cambian, los cables también tienen que cambiar. Una de las razones por las que soy optimista en cuanto a que el USB-C seguirá existiendo durante un tiempo es que llega en una nueva era de estabilidad en la tecnología. El teléfono inteligente o la tableta del año próximo cambiará muy poco con respecto al modelo de este año. Y el USB-C está diseñado para cambiar con los tiempos: aunque los puertos USB-C serán más potentes con el tiempo, tus dispositivos USB-C más antiguos seguirán teniendo un lugar donde conectarse.

Por supuesto que habrá excepciones, como siempre las hay en la tecnología. Muchos de los dispositivos vestibles, como los relojes inteligentes y las pulseras que nos ayudan a mantenernos en forma, seguirán utilizando su propio conector especializado. Otros conectores seguirán existiendo tan solo por la dinámica del mercado. Yo esperaría que el HDMI se mantuviera porque hay demasiados dispositivos que lo utilizan.

Sin embargo, aun con estas resistencias, el reino del USB-C sin duda será vasto y su reinado será largo. Un cable que sirve para (casi) todo: a veces, los sueños se hacen realidad.

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