El Gran Cañón, una catedral al tiempo, está perdiendo su río

Un viaje en balsa por el río Colorado en el Gran Cañón, en marzo de 2023. (Raymond Zhong/The New York Times)
Un viaje en balsa por el río Colorado en el Gran Cañón, en marzo de 2023. (Raymond Zhong/The New York Times)

Debajo de los albergues para turistas y las tiendas que venden llaveros e incienso, pasando por los riachuelos azotados por el viento y los valles marrones salpicados de magueyes, juníperos y artemisas, las rocas del Gran Cañón parecen desconectadas del tiempo. Las más antiguas datan de hace 1800 millones de años, no solo millones de años antes de que los seres humanos posaran sus ojos sobre ellas, sino millones de años antes de que la evolución dotara de ojos a cualquier organismo de este planeta.

Si pasamos el tiempo suficiente en el cañón, tal vez también comencemos a sentirnos un poco desconectados del tiempo. Las inmensas paredes forman una especie de refugio que nos aíslan del mundo moderno, de sus señales de telefonía celular y su contaminación de luces y desencantos. Atraen la vista incesantemente hacia arriba, al igual que sucede en una catedral.

Podríamos pensar que estamos viendo hasta la cima, pero más arriba hay más paredes, y arriba de ellas todavía más, fuera de nuestra vista excepto por un vistazo ocasional. El cañón no es solo profundo, sino que también es ancho: 29 kilómetros de una orilla a la otra en la parte más ancha. Esta no es solo una catedral de piedra, es también un reino: extenso y autónomo, una realidad alterna que existe majestuosamente fuera de la nuestra.

No obstante, el Gran Cañón se mantiene vinculado al presente en un aspecto fundamental. El río Colorado, cuya indomable energía esculpió el cañón durante millones de años, está en crisis.

A medida que se calienta el planeta, la reducida nieve está dejando de alimentar el río en sus nacientes de las montañas Rocosas y las temperaturas más elevadas le están robando más agua a través de la evaporación. Los siete estados que le sacan provecho están usando prácticamente cada gota que este puede ofrecerles y aunque, por el momento, un invierno lluvioso y un acuerdo reciente entre los estados han evitado su ruina, su salud a largo plazo sigue siendo incierta.

Hasta ahora, el río Colorado fluye por debajo del borde del Gran Cañón y gran parte de los cuatro millones de personas que visitan ese parque nacional cada año solo lo ven como un endeble hilo que brilla a la distancia. Pero la suerte del río es de suma importancia para el cañón de 450 kilómetros de longitud y la manera en que lo vivirán las futuras generaciones. Nuestro abuso del río Colorado ya ha iniciado cambios radicales en los ecosistemas y el entorno del cañón, cambios que hace poco salió a atestiguar en una balsa un grupo de científicos y egresados de la Universidad de California, campus Davis, en un viaje lento a través del tiempo geológico, ahora que el reloj de la Tierra parece estar acelerándose.

Una sección de Gran Cañón cerca del río Colorado, en marzo de 2023. (Raymond Zhong/The New York Times)
Una sección de Gran Cañón cerca del río Colorado, en marzo de 2023. (Raymond Zhong/The New York Times)

John Weisheit, quien ayuda a dirigir el grupo de conservación Living Rivers, ha estado navegando el río Colorado en balsa durante más de cuatro décadas. Nos comentó que ver cómo ha cambiado el cañón a lo largo de su vida hace que se sienta “sumamente deprimido”. “¿Saben cómo se siente uno cuando va al cementerio? Así es como me siento”.

No obstante, va ahí más o menos una vez al año. “Porque hay que ir a visitar a un viejo amigo”.

Hace muchos periodos y eras, este lugar era un mar tropical habitado por creaturas con tentáculos parecidas a caracoles que perseguían a sus presas debajo de las olas. Luego fue un enorme desierto arenoso y después otra vez un mar.

En algún momento, la energía procedente de las profundidades de la Tierra comenzó a empujar hacia el cielo y dentro del trayecto de ríos antiguos una enorme sección de masa que surcaba el terreno. Durante decenas de millones de años, la masa se elevaba y los ríos bajaban y desgastaban el paisaje, hacia arriba, hacia abajo, hacia arriba, hacia abajo. Se abrió un abismo, el cual, con el tiempo, las serpenteantes aguas unieron con otros cañones y formaron uno solo. El clima, la gravedad y las placas tectónicas retorcieron y esculpieron las capas expuestas de la piedra circundante en formas fantásticas y caprichosas.

El Gran Cañón es un espectáculo de este planeta como ningún otro que también alberga un río del que dependen 40 millones de personas para obtener agua y electricidad. Y el evento que cristalizó esta extraña e incómoda dualidad —que cambió casi todo para el cañón— prácticamente parece pequeño en comparación con todos los cambios geológicos que tuvieron lugar antes de él: la construcción, 24 kilómetros corriente arriba, de un muro de concreto.

Desde 1963, la presa del Cañón de Glen ha estado respaldando al río Colorado por casi 322 kilómetros en la forma del segundo embalse más grande de Estados Unidos: el lago Powell. Los ingenieros evalúan a menudo las necesidades de agua y electricidad para determinar qué tanto del río dejan pasar por las obras de la presa y qué cantidad dejan salir en el otro extremo, primero hacia el Gran Cañón, luego al lago Mead y, al final, a los campos y los hogares de Arizona, Nevada y México.

La presa procesa los flujos de mercurio del río Colorado —un goteo un año y un torrente estruendoso y despiadado el siguiente— en algo menos extremo en ambos lados. Pero para el cañón, la regulación del río ha traído grandes costos medioambientales. Además, a medida que el agua siga disminuyendo, devorada por la sequía y el uso excesivo, estos costos podrían aumentar.

Apenas hace unos cuantos meses, el nivel del lago Powell era tan bajo que el agua casi era insuficiente para activar las turbinas de la presa. Si en los próximos años cae por debajo de ese nivel (y todo indica que podría ser así), se detendría la generación de electricidad y la única manera en que el agua se liberaría de la presa es a través de cuatro tubos que están más cercanos al fondo del lago. Conforme el embalse disminuya más, disminuiría la cantidad de presión que empuja el agua a través de estos tubos, lo cual implicaría que se podrá descargar cada vez menos cantidad en el otro extremo.

Si el agua disminuye mucho más que eso, los tubos comenzarían a succionar aire y, con el tiempo, el lago Powell estaría en la “lista de los fallecidos”: ni una sola gota pasaría por la presa hasta que el agua volviera a llegar a los tubos, si es que esto sucede.

Con tal incertidumbre acerca del futuro del río Colorado en mente, una fría mañana de primavera, los científicos de la Universidad de California improvisaron balsas inflables de color azul eléctrico. En el kilómetro 0 del Gran Cañón, el río fluye a más o menos 198 pies cúbicos por segundo y aumenta hacia los 226, no son los caudales más bajos registrados, pero se encuentran lejos de ser los más altos.

El gran problema con el bajo nivel en el cañón y el que agrava todos los demás es que las cosas dejan de moverse. El río Colorado es una especie de sistema circulatorio. Sus caudales tallaron el cañón, pero también lo sustentan y lo hacen apto para recibir plantas, vida silvestre y aficionados a la navegación. A fin de entender lo que ha sucedido desde que la presa comenzó a regular el río, hay que considerar primero las cosas más pequeñas que mueven o no pueden mover sus aguas.

El río Colorado recoge grandes cantidades de la arena y el barro que descargan las montañas Rocosas, pero la presa detiene prácticamente todo eso para que no continúe al Gran Cañón. Los afluentes de corriente abajo, entre ellos los ríos Paria y Pequeño Colorado, añaden algo de sedimento al cauce, pero no tanto como el que se queda atrapado en el lago Powell. Además, cuando los caudales de los ríos son débiles, se acumula más sedimento en el lecho del río.

El resultado es que las playas arenosas del cañón, donde habitan los animales y acampan los navegantes en la noche se están reduciendo. En la actualidad, las playas que solían tener el mismo ancho que las autopistas ahora parecen carreteras de dos carriles. Y hay otras todavía más disminuidas.

Además de la arena, el río Colorado no está pudiendo trasladar objetos grandes en el cañón. De manera periódica caen rocas y piedras de cientos de afluentes y cañones secundarios, casi siempre durante crecidas repentinas, lo cual crea curvas y rápidos en el río. Con menos caudales fuertes que muevan los desechos, más se acumulan en esas curvas y rápidos. Esto ha hecho que muchos rápidos sean menos profundos y que las rutas de los navegantes sean más estrechas para navegar.

Esta es la sexta noche de los científicos de la Universidad de California en el río Colorado y los egresados están sentados en las sillas de campamento procesando lo que han visto.

Se están preparando para profesiones como académicos, especialistas y legisladores; son las personas que darán forma a la manera en que viviremos con las consecuencias ambientales de las decisiones pasadas.

Yara Pasner, una estudiante de doctorado en Hidrología, dice que siente que es un deber garantizar que la carga sea menor para las generaciones futuras, aunque nuestros predecesores no nos hicieron ese favor o tal vez por eso. “Ha habido la idea de que nosotros lo estropearemos y que la próxima generación tendrá más herramientas para componerlo”. Pero hemos descubierto que las consecuencias de muchas decisiones anteriores son más difíciles de enfrentar de lo que se esperaba, comentó.

c.2023 The New York Times Company