De la cárcel al reciclaje: la historia de Eleno Ulloa y su empresa que emplea a una comunidad en Nayarit
Eleno Ulloa heredó el interés por el reciclado de su abuela materna, con quien solía hurgar en los tiraderos de su pueblo natal, Paso de las Palmas, en Nayarit. A sus 5 años, intentó recuperar una muñeca que se encontraba en la cumbre de una montaña de desechos, pero un fuego en la pila provocó un grave accidente. Por casualidad, su primo escuchó sus gritos y le auxilió, pero sufrió graves quemaduras en sus pies.
Este incidente no le impidió seguir cazando hallazgos en los montones de basura que se tiraban en su ciudad natal. “Yo le tenía a mi hermana lleno de juguetes. Una vez encontré un oso de peluche así de alto”, dice Ulloa, indicando aproximadamente un metro de altura.
Con una condición de habla que le impide expresarse con fluidez y después de sufrir dos dolorosas deportaciones de Estados Unidos, Ulloa actualmente dirige una de las pocas empresas recicladoras de Nayarit, uno de los estados que menos recicla en todo el país, según un reporte de la Asociación Nacional de Industrias del Plástico.
Empezó en 2018, conduciendo un automóvil por las calles del pueblo, anunciando la compra de plástico. “Era considerado un loco por salir a recolectar plástico”, dice. Después de vocear durante tres meses todos los días, logró que la gente comenzara a recolectar el plástico de las calles para vendérselo.
México es uno de los países que más importa plástico en América Latina, la mayor parte desde EU y China. Esas importaciones se duplicaron entre 2015 y 2021, en parte porque China, históricamente uno de los principales destinos de residuo sólido en el mundo, implementó una prohibición de ingresos de 24 tipos de residuos sólidos, algunos de ellos plásticos, en 2018.
En 2019, México recicló solo el 50% de las 4.5 millones de toneladas de plástico que produjo ese año.
Poco a poco, Ulloa intenta cambiar esa realidad. Actualmente, su empresa emplea a tres personas y recolecta aproximadamente 4.5 toneladas de plástico a la semana en 40 localidades en la costa de Nayarit, para luego venderlo a una planta recicladora en Guadalajara.
Pero su trayectoria hasta aquí no fue fácil.
A los 6 años, cruzó la frontera por Tijuana rumbo a EU junto a su madre y dos hermanos. Su padre, Mario Ulloa, los esperaba en California, donde establecerían su nuevo hogar. Vivieron ahí durante cuatro años hasta que su padre decidió mudarse a Oregón. “Una pobreza bien fea que teníamos [en México]”, relata Mario Ulloa. “Gracias a que nos fuimos tenemos lo poco que pudimos hacer”.
Por su condición del habla, Eleno Ulloa sufrió bullying incluso en su propia familia, dice. En la secundaria en Oregón, la situación se volvió insoportable pues incluso sus maestras se burlaban, añade. “No hubo ni una que me echara la mano, que dijera ‘¡Ey! ¡No deben de hacer eso con Eleno!’”, dice. “Se reían y los alumnos agarraban la confianza de reírse también, haciéndome sentir el más chiquito del mundo”.
Así que un día, al terminar las vacaciones de verano, decidió dejar la escuela. Tenía 16 años.
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A los 20, le propusieron vender drogas y accedió. “Me llamaba la atención el dinero, pero más que nada me llamaba la atención que con dinero la gente no se burla”, dice. Fue entonces cuando tuvo su primera novia y se rodeó de amigos.
Todo fue bien durante dos años, hasta que la policía lo detuvo. El juez lo sentenció a 16 meses de cárcel.
Allí, comenzó unas clases de rehabilitación donde lo impulsaron a hablar. “‘Se van a reír. Yo tartamudeo’, yo pensaba”, pero los internos y la maestra lo animaron. “Me hice de muchos amigos y nadie me decía tartamudo. Ahí cambió mi vida”.
Al cumplir su sentencia, como residente tenía la opción de quedarse en EU pero necesitaba el respaldo de alguien con patrimonio. Pensó que esa persona sería su hermano, pero cuando él se negó, Ulloa fue deportado.
Al llegar a México con 25 años, nadie quería emplearlo. Lo llamaban “norteñito” y lo juzgaban por sus tatuajes, así que después de ocho meses sumergido en el alcohol y las drogas, volvió a cruzar la frontera. Dos años después, volvió a caer en la cárcel, esta vez con una condena de dos años y siete meses por su condición de residente irregular y reincidente. Faltando cuatro meses para cumplir la pena, lo volvieron a deportar.
Al regresar a México por segunda vez, las dificultades no fueron distintas. Los padres de Ulloa volvieron a México para acompañarle cuando él enfrentó problemas al integrarse al pueblo, mientras sus otros hijos y prácticamente toda la familia extendida vivía en Estados Unidos.
En Paso de las Palmas, Ulloa empezó trabajando en una planta de reciclaje. Un año después, decidió montar su propia empresa. Hoy, clasifica, compacta y vende el plástico recolectado en las calles de Nayarit.
Una esperanza de sobrevivencia y de acabar con los plásticos en Nayarit
Hace cinco años que María Guadalupe Duarte Godínez y Demetrio Aréchiga Alcántar recolectan plástico que le venden a Ulloa. “Nadie lo juntaba. Lo tiraban al arroyo, al canal de riego o lo quemaban”, dice Aréchiga. “Antes mirabas blanquear los potreros de plástico”.
Aréchiga cuenta que empezaron a interesarse en el plástico cuando un día se vieron sin nada de dinero, “ni para un gramo de sal”. Ese día llegó Ulloa, se llevó el plástico recolectado y les pagó al momento.
La pareja ha instalado dos contenedores de plástico en su pueblo para que la gente de la comunidad deposite ahí sus plásticos. Acopian entre 100 y 150 kilogramos cada 10 días.
Duarte cuenta que en su comunidad hay 12 personas que en lugar de quemar el plástico como era costumbre, lo colectan y la llaman para entregárselo. “Nos ayuda a limpiar el rancho para que estén limpias las carreteras,” dice.
Bersain López, originario de Chiapas, puede llegar a recolectar hasta 100 kilogramos de plástico al día en su triciclo por las calles de Las Varas. Siempre se lo vende a Ulloa.
Con el dinero, paga su renta y comida. Para López, resulta más rentable la recolección de plástico que trabajar en el campo. “Los patrones del campo, a veces yo [hago] el trabajo y me dicen, ‘Espéreme cinco días’. Y hay que esperar hasta que paguen”, dice. “Si yo le llevo los plásticos, ya me paga”, añade, refiriéndose a Ulloa. Y si López necesita dinero, Ulloa le presta.
Con su negocio, Ulloa ha logrado comprarse dos terrenos y mantiene todos los gastos de su familia. Pero más allá de eso, se enorgullece de haber promovido un cambio en la cultura del trato del plástico, el cual la gente solía quemar o tirar en las calles y ríos de Nayarit.