¿Qué busca Israel con sus ataques a Siria tras la caída de Bashar al-Asad?

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Mientras Netanyahu se congratulaba por la caída de Bashar al-Asad y afirmaba que su decisión de combatir hasta el final contra Hamás y Hezbolá había contribuido a “remodelar Oriente Medio”, Israel lazaba la mayor campaña de bombardeos en suelo sirio desde la guerra del Yom Kipur en 1973.

El ejército israelí ha realizado también una incursión para establecer una zona de separación entre los Altos del Golán y el territorio de Siria, adueñándose de los terrenos más elevados y estratégicos en la frontera siria.

Las declaraciones y las acciones de Israel evidencian que el estado hebreo se felicita por la caída de una pieza clave del Eje de la Resistencia impulsado por Irán, al mismo tiempo que desconfía de los grupos rebeldes que han tomado el poder en Damasco. Mejor prevenir que lamentar: mientras las intenciones del nuevo gobierno sirio no estén claras, Israel trata de asegurarse de que no tenga dientes con los que morder.

Los 400 objetivos atacados han destruido, según las fuerzas de defensa de Israel, en torno al 80 % de la capacidad militar del antiguo ejército de Asad. Israel también busca con estos ataques mantener la libertad de acción en los cielos de Siria durante los próximos años (los primeros objetivos en ser destruidos fueron todos los sistemas de defensa antiaérea).

Los objetivos de la incursión terrestre israelí

En cuanto a las incursiones terrestres, estas persiguen varios objetivos. El primero es asegurar las zonas más estratégicas, desde las cuales pueden lanzarse ataques hacia Siria o hacia Israel de una forma más propicia. El segundo es crear una zona de exclusión que sirva de colchón entre ambos países (y evitar así una sorpresa como la ofensiva de Hamás sobre Israel el pasado 7 de octubre de 2023). El tercero es adquirir una moneda de cambio de cara a unas eventuales negociaciones con el nuevo régimen sirio: si Damasco desea recuperar esos territorios, deberá mostrar buena voluntad y negociar con Israel. Un nuevo caso en la consabida diplomacia de “paz por territorios” israelí.

Así, Israel celebra la caída de Asad porque acaba con la soga que Irán había estado anudando pacientemente en torno a las fronteras israelíes (en Gaza, Líbano y Siria). La tenaza de Teherán está rota y queda inservible. Desde el punto de vista de su gran conflicto con la República Islámica, el desplome de Asad es una victoria estratégica de Israel.

No obstante, quienes han logrado vencer a Asad y a Irán en Siria no son actores susceptibles de una actitud amistosa hacia Israel. De ahí las precauciones del estado hebreo: si Siria va a caer en la anarquía o a convertirse en un estado yihadista, que carezca de las herramientas para hacer daño a Israel.

Los restos del Eje de la Resistencia

Con respecto a la República Islámica, la victoria de Israel sobre la misma en Gaza, Líbano y Siria puede derivar en una amenaza mayor para el estado hebreo. El Eje de la Resistencia –del que ya solo quedan intactos la constelación de milicias proiraníes agrupadas bajo las Fuerzas de Movilización Popular en Irak y los hutíes en el norte de Yemen– estaba pensado como una herramienta tanto para lograr la hegemonía regional de Teherán como para disuadir un posible ataque a Irán.

La idea era que, si Estados Unidos o Israel se atrevían alguna vez bombardear o invadir Irán, Teherán activaría al Eje de la Resistencia para sumir a la región en el caos. Gaza, Líbano, Siria, Irak y Yemen serían volcanes durmientes listos para erupcionar. Con tres de estos volcanes ya desactivados, la República Islámica necesitaría ahora otra herramienta de disuasión viable.

La solución más sencilla y radical a este problema creado por los reveses sufridos el último año sería abandonar la ambigüedad y hacerse con la bomba nuclear. Los precedentes son claros: los únicos regímenes y países que sobreviven son aquellos con ese tipo de arsenal. Quienes se desprendieron de sus programas nucleares o no llegaron a completarlos –Libia, Irak, Siria y Ucrania– han sufrido invasiones y cambios de régimen.

Teherán sabe que culminar su programa nuclear supondría un punto de no retorno. Por una parte, ofrecería garantías a la hora de evitar un ataque extranjero sobre su territorio. Pero, por otra parte, supondría el aislamiento internacional. Irán no es Corea del Norte. No es un país que pueda fácilmente convertirse en un estado desconectado del resto del mundo. Los problemas económicos y sociales que provocaría podrían desencadenar revueltas que derrocasen el régimen. Otras posibles ramificaciones podrían llevar al desarrollo de programas nucleares militares en Arabia Saudí o Turquía, algo que tampoco serviría los intereses de Irán.

La República Islámica se encuentra, por tanto, ante una difícil disyuntiva sobre cómo proceder para restablecer el equilibrio ante la pérdida de Damasco. Israel, por otra parte, aguarda el desarrollo de las posibles implicaciones desfavorables de su victoria frente a Irán en Siria.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.

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Javier Gil Guerrero no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.