En busca de una brújula moral en la guerra de Gaza

A los ataques terroristas de Hamás en contra de civiles que estaban en sus casas o bailando en un concierto se les está llamando el 11 de septiembre de Israel, lo cual es una comparación justa.

Esperemos que Israel responda a estas atrocidades de una manera más inteligente de lo que lo hicimos en Estados Unidos ante el ataque a nuestro país.

En lo que respecta a eliminar a Hamás, hay muchos comentarios irresponsables y Hamás se lo merece. Soy un periodista que ha viajado en varias ocasiones a Gaza y me horroriza la afinidad que sienten algunos estadounidenses y europeos hacia una organización terrorista misógina y represiva como Hamás. Si te preocupan los derechos humanos, quieres que Hamás desaparezca.

No obstante, desmantelar organizaciones terroristas puede ser más difícil de lo que parece y plantea inquietantes cuestiones morales sobre los daños colaterales. Los talibanes también merecían ser eliminados, pero al final fue Estados Unidos al que sacaron de Afganistán. Me preocupa que Israel ataque a Gaza con una invasión terrestre de manera tan inconsciente como hicimos nosotros con Irak.

Neal Keny-Guyer, exdirector general de Mercy Corps, conoce bien Gaza y cree que es posible que Israel mate o capture a la mayoría de los dirigentes de Hamás. “Pero, ¿a costa de cuántas vidas civiles?”, me preguntó. Señaló que los enfrentamientos callejeros podrían terminar en un levantamiento en Cisjordania y una guerra en la frontera con Líbano.

Gaza tiene la mitad del tamaño de la ciudad de Nueva York y en ella viven 2,2 millones de personas, casi la mitad de las cuales son niños. Tras los atentados terroristas, la compasión del mundo está mayoritariamente con Israel, como debe ser, pero ¿se mantendrá si una invasión terrestre provoca la muerte de miles de niños gazatíes en combates casa por casa?

Es posible que a los israelíes que lloran a sus muertos no les importe. El periodista israelí Haviv Rettig Gur sostiene que el país ha sufrido un cambio tectónico y ahora está decidido a hacer lo que sea necesario, cueste lo que cueste.

“Un Israel seguro puede dedicar mucho tiempo y recursos a preocuparse por las consecuencias humanitarias de una guerra terrestre en Gaza; un Israel más vulnerable no puede”, escribió Rettig Gur el domingo en The Times of Israel. Las autoridades israelíes han adoptado un tono similar.

“Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia”, declaró el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant. Otro funcionario fue citado diciendo que Gaza sería convertida en “una ciudad de tiendas de campaña”.

El rabino Jonathan Jaffe, de Chappaqua, Nueva York, publicó una carta abierta en la que señalaba que los judíos quedaron traumatizados por los ataques terroristas. “Ahora, Israel va a actuar como lo haría cualquier otro país si fuera invadido por un vecino sanguinario y sus ciudadanos fueran asesinados, torturados, secuestrados y mutilados”, escribió. “Y cuando el mundo inevitablemente proteste contra el uso de la fuerza por parte de los judíos, no nos va a importar”.

Empatizo con ese trauma y esa rabia. ¿Quién puede ver el video de Shani Louk, una mujer de 22 años secuestrada por Hamás que fue exhibida semidesnuda y malherida en Gaza, y no sentir rabia?

No obstante, este estado de ánimo me recuerda los momentos posteriores al 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, cuando nos lanzamos a los problemas. Escribí columna tras columna advirtiendo sobre los riesgos de invadir Irak, pero los estadounidenses destilaban dolor, confianza y determinación. Lo que necesitábamos era una dosis de humildad que acompañara esos sentimientos.

El Medio Oriente es un ejemplo de humildad constante. En un principio, Israel ayudó a Hamás en Gaza porque pensó que los líderes religiosos irían a la mezquita y serían menos peligrosos que los nacionalistas. De la misma manera, la invasión israelí del Líbano en 1982 sembró las semillas de Hizbulá en la frontera norte sin darse cuenta.

Hay una razón por la que cuatro primeros ministros israelíes sucesivos han optado por no invadir y ocupar Gaza. El combate urbano es una pesadilla, ya sea para los estadounidenses en Faluya o para los rusos en Grozni, y las bajas civiles suelen ser numerosas. Esto sucede sobre todo en un lugar como Gaza, donde los civiles no pueden huir.

Si tenemos una responsabilidad moral con los niños israelíes, también la tenemos con los niños palestinos. Sus vidas valen lo mismo. Si solo te preocupas por la vida humana en Israel o solo en Gaza, entonces en realidad no te importa la vida humana.

Lo que esto significa en la práctica es difícil de definir. Israel tiene derecho a responder y en la guerra es inevitable que sufran los civiles.

“Hoy desperté y vi mi vecindario arrasado por completo, incluido el edificio donde tengo mi apartamento”, me dijo Wafa Ulliyan, una trabajadora humanitaria gazatí que emigró a Canadá hace unos años. “Se convirtió en cenizas”.

Ulliyan afirmó que no quiere que se atente contra israelíes ni palestinos, sino simplemente que los dos Estados vivan en paz. He conocido a mucha gente como ella en Gaza, aunque, por supuesto, también hay quienes celebran el lanzamiento de cohetes contra Israel.

Me estremezco al escuchar al ministro de Defensa referirse a los palestinos como animales. Hamás deshumanizó a los israelíes y nosotros no debemos deshumanizar a las personas inocentes de Gaza.

En Gaza no habrá una solución óptima, como tampoco la hubo en Afganistán o Irak. Estamos destinados a habitar un mundo con más problemas que soluciones, y es justo que estemos confundidos respecto a los pasos a seguir. Israel se enfrentará a decisiones difíciles en las próximas semanas; su desafío será responder a los crímenes de guerra sin cometer crímenes de guerra.

No queremos reproducir en Gaza el planteamiento que, según se dice, expresó un mayor del Ejército estadounidense en Vietnam en 1968: “Fue necesario destruir la ciudad para salvarla”.

El consejo que debemos ofrecer los estadounidenses a Israel consta de tres partes y es muy difícil de cumplir. En primer lugar, Israel tiene la razón de su lado en lo que respecta a ir tras los agresores. En segundo lugar, el combate urbano tiene fama de no alcanzar sus metas y un registro amplio de provocar muchísimas víctimas. En tercer lugar, si tu brújula moral está diseñada para identificar el sufrimiento en una sola dirección, tu brújula no funciona, y tampoco tu sentido de humanidad.

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