El bullying enferma. Un fallo judicial confirma los daños ocultos del acoso escolar y abre el debate sobre el papel de los adultos

El fallo fue revolucionario en varios sentidos. Primero, porque fue uno de los primeros en sancionar civil y económicamente a una escuela en la que se había producido bullying, sin que las autoridades mediaran para impedirlo o detenerlo. Segundo, porque fue la primera vez que se estableció una relación causal entre el acoso escolar que sufrió una adolescentes con el hecho de desarrollado una enfermedad crónica: epilepsia. Esto es, como dicen los especialistas, que el bullying enferma.

El fallo de la Sala Segunda de la Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial de Mar del Plata que condenó al instituto Galileo Galilei de esa ciudad a indemnizar en $6,5 millones a una alumna que sufrió bullying durante el secundario se convirtió en estos días en un tema de conversación obligado en los colegios y entre los especialistas en salud mental en la infancia y la adolescencia. ¿Esto abrirá la puerta a que otras instituciones que no intervengan activamente en frenar una situación de bullying que ocurra dentro de sus aulas o entre su comunidad educativa podrían recibir sanciones semejantes? ¿Es posible establecer un vínculo causal entre tal situación de violencia y el desarrollo de una enfermedad? ¿Las marcas que deja el bullying en quien lo padece y también en quien lo ejerce puede convertirse en huellas físicas?

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Los problemas comenzaron en cuarto año y se extendieron hasta el fin del secundario. Convulsiones y epilepsia fueron, según la intervención de peritos, las consecuencias del acoso y maltrato en ese ámbito escolar. “Antes del hostigamiento escolar no había ningún antecedente que dé cuenta de la epilepsia que luego devino en crónica e incurable”, se cita en el fallo. La opinión del neurólogo que atendió a la víctima, el profesional que realizó el peritaje neurológico y la psicóloga coincidieron en que situaciones de estrés como el derivado del bullying pueden provocar estos episodios de epilepsia.

Este es un precedente importante. Porque la ley ordena algo que en la práctica no se cumple. Es hora que los colegios y los padres empiecen a asumir su rol frente al bullying. Es algo que lamentablemente los terapeutas vemos todo el tiempo en los consultorios. Por supuesto que el bullying enferma”, explica la psicóloga especialista en adolescencia, Marina Manzione. “Un organismo, sometido tantas horas a semejantes niveles de estrés no es capaz de metabolizarlo de otra manera más que con manifestaciones corporales. Hay pacientes a los que se les cae el pelo, otros que tienen anemia o desarrollan anorexia. Algunos sufren depresión, algunos empiezan a cortarse e incluso intentan quitarse la vida. Otros desarrollan enfermedades, porque es la forma en que el cuerpo habla y pide ayuda. No podemos mirar para otro lado y pensar que el bullying es algo de chicos y que siempre existió. Hay un daño psicológico muy grande que puede traducirse en enfermedades, porque el cuerpo es uno solo y sufre. Hay enfermedades metabólicas que se pueden desencadenar justamente por el impacto sostenido a niveles de estrés”, explica Manzione.

El fallo es muy interesante, asegura Fernando Buconic, médico psiquiatra, que trabaja con distintos colegios de zona norte en proyectos de acompañamiento educativo. “Se centra en la obligación de los colegios de hacerse cargo de algo de lo que no se están haciendo cargo, que son las consecuencias del bullying. No es algo directo o automático, por eso a veces resulta difícil de probar. No es lineal. Pero lo que sí está comprobado es que produce trastornos psiquiátricos. Afecta la construcción de la identidad a partir de los pares, en consecuencia, la construcción psíquica resulta impactada. Son chicos que tienen más depresión, más intentos de suicidio, más autolesiones, más angustias. Y esas son marcas que los van a acompañar a lo largo de la vida. Todo eso se puede traducir en un impacto en el desarrollo físico. ¿Afectará la tasa de crecimiento? No lo sabemos, porque no hay estudios, pero no tengo dudas de que su crecimiento psicofísico está alterado. Algunos dirán, ¿no será mucho? Están poniendo el foco en el aspecto somático. Es que estas justamente son manifestaciones neurosomáticas y algunas dejarán marcas perdurables”, explica el psiquiatra.

Uno de los puntos más relevantes del fallo, según Buconic tiene que ver con identificar el rol de la escuela. “A partir de ahora, las escuelas van a tener que poder demostrar fehacientemente qué hicieron para evitar el acoso. ¿Cuál fue el plan de contingencia? ¿Qué intervenciones se activaron? ¿Cuán relevante fue la situación para el colegio? Y es más, ¿cómo previnieron la situación? No alcanza con dar una charlita sobre bullying y seguir en un rol de testigo silencioso, siendo así una parte fundamental para que el bullying se pueda perpetrar. Los docentes deben intervenir activamente, si hace falta parar la clase, lo mismo los directivos. No sólo eso, tienen que auditar el bullying, detectarlo antes de que la situación estalle, poder prevenirlo. No se puede seguir adelante sin hacerse cargo del daño que se está produciendo. Para los chicos, eso genera una sensación de desamparo que es demoledora. Sienten que nadie los escucha ni los defiende”, señala Buconic.

“En muchos chicos, la mayor crisis se desata al terminar la escuela, cuando bajan los niveles de estrés a los que están expuestos y pueden intentar entender lo que les está pasando, lo que los impactó. El bullying es uno de los grandes problemas del sistema educativo hoy. Los colegios deberían planificar y destinar recursos humanos y económicos a prevenir, no desde una charla, sino desde un programa de acción concreto, el método que sea”, apunta el psiquiatra.

No es un conflicto entre pares

“Esta chica padeció hostigamiento sistemático de varios compañeros. La escuela lo que propuso fue un espacio terapéutico y un cambio de curso. La escuela al día de hoy niega que haya habido bullying. Muchas veces, se espera que sea algo visible a través de la violencia física ejercida sobre un chico o una chica de forma reiterada confundiendo el hostigamiento con un conflicto entre pares”, explica Soledad Fuster, profesora en Psicología de la UAI y directora del postítulo de Grooming.

El bullying tiene etapas que pueden pasar desapercibidos, detalla Fuster. La inicial es la de la violencia psicológica: burlas, humillaciones, amenazas. “La mirada del adulto lo ve como algo poco significativo, incluso los mandatos de la masculinidad hacen que se avalen, o se rectivimice, responsabilizando a la víctima por provocar o no saber defenderse, o por darle importancia a algo menor. La familia le aconseja, con buenas intenciones, no te juntes, no les des bolilla. Esto en lugar de ayudar, termina reforzando ideas equivocadas que generan culpa. Y además se le confirma que a pesar de que pida ayuda, nadie está dispuesto a ayudarlo”, apunta Fuster. Esto habilita que las hostilidades se sostengan en el tiempo, explica. Después se suma la violencia física: lo empujan, le rompen las pertenencias, le tiran del pelo.

“Entonces llega un momento que se conoce como estallido: cansado de los golpes, la persona participa activamente de una situación de violencia o incluso inicia aparentemente la agresión contra quienes venían ejerciendo la violencia. En muchos colegios, este es el instante que permite visibilizar el conflicto. Sin embargo, muchas veces se escucha en las aulas, si el bullying fuera muy grave o si pasara a mayores... Yo me pregunto ¿grave para quién?, porque estamos hablando de una situación de violencia, hay que reconocer que las experiencias son subjetivas que cada uno lo vivencia de forma diferente. Incluso cuando lo más grave que se vea es que le tiraron la gaseosa, o le pusieron la traba. En realidad, lo que no se ve son las consecuencias que se generan a nivel psíquico, las marcas que deja la violencia en la subjetividad y que pueden afectar el desarrollo psicológico, físico y emocional de una persona en el corto y el largo plazo”, dice Fuster.

Entre estas consecuencias enumera la baja autoestima, la baja en el rendimiento escolar, el aislamiento, las angustias sin motivo aparente, los cambios en los hábitos del sueño y de la alimentación, los dolores o malestares físicos, pero sin causa aparente, la pérdida de interés por actividades que antes le permitían disfrutar, el retraimiento, las pesadillas, incluso conductas regresivas, perdiendo habilidades que por la etapa del nivel madurativo en la que se encuentra ya había podido lograr.

El Instituto Galileo Galilei de Mar del Plata fue condenado a indemnizar a una alumna por las consecuencias clínicas del bullying que sufrió mientras cursaba allí el secundario
El Instituto Galileo Galilei de Mar del Plata fue condenado a indemnizar a una alumna por las consecuencias clínicas del bullying que sufrió mientras cursaba allí el secundario

El fallo, que lleva las firmas de los jueces Ricardo Monterisi, Roberto Loustanau y Alfredo Méndez, que intervienen tras una primera resolución del Juzgado en lo Civil y Comercial N°10, a cargo de Mariana Tonto de Bessone, condenó al colegio a pagar una suma de $6,5 millones (el monto original había sido de $1.604.787, pero se actualizó a la inflación) en concepto de daños y perjuicios. En el texto, los jueces apuntan que le asignan a la escuela un 50% de la responsabilidad de los daños, esto es que se reconoce que había una predisposición genética en la adolescente, pero que como consecuencia de las vivencias traumáticas que atravesó durante su escolaridad, y de la inacción de las autoridades para hacer cesar el bullying, sufrió daños en su salud que resultaron irreversibles.

“Este fallo me pareció muy importante porque abordó el bullying desde otro lugar. La mayoría de las veces se aborda desde las consecuencias psicológicas. Pero de las otras consecuencias, de esas marcas duraderas que persisten, por más que haya cesado la situación de violencia, de eso no se habla”, explica Laura Alcocer, psicóloga infanto juvenil, especialista en prevención de Bullying formada en Finlandia y directora de centro Ceteco, de La Plata.

“La salud es una sola. No es que el bullying interfiere sólo en la salud mental de las personas, sino que interfiere en la salud global. La lista de enfermedades que puede producir es inmensa porque somos cuerpo, mente y alma. Todo lo que impacte en nuestra mente puede generar consecuencias. Puede ser diabetes, epilepsia, un pico de estrés, autolesiones, intentos de suicidio, muchísimas cosas. Porque está todo relacionado con el estrés al que está sometiendo al cerebro y genera un efecto que todo el cuerpo se ve afectado”, dice Alcocer.

“El fallo sorprende. Alguno puede decir qué tiene que ver el bullying con la epilepsia. ¿Ser víctima de bullying te puede desatar una enfermedad así? Sí. No hay una cuestión lineal. No a todas las personas que sufran bullying les va a pasar. Pero eso no significa que no haya una relación causal. Porque sí se sabe que las situaciones de estrés pueden desatar una enfermedad que está genéticamente condicionada. En este caso, la adolescente podía tener en sus genes una predisposición a tener epilepsia, pero se desarrolla a raíz de un evento estresante determinado. Obviamente que una situación de bullying es un hecho superestresante por lo cual trae muchísimas consecuencias”, apunta Alcocer.